Recuerdos XI
igamos, pues…
El caso
de Manolete tiene todavía un buen número de aristas
, anécdotas, repercusiones y, sobre todo –volvemos a insistir– en el devenir de la fiesta brava en México, lo que he calificado como un antes y un después
. Además, como caso único, hasta un doble
apareció por ahí, por los rumbos del norte, si mal no recordamos en Ciudad Juárez, donde Edmundo Fausto Zorrilla (que años después fuera conocido como el general Garmendia
), quien siempre fue un destacado vendedor y en aquellos años –debe haber sido en 1944– representaba un laboratorio médico, en un centro nocturno se hizo presentar como Manolete.
La especie corrió de boca en boca y hasta una estación de radio lanzó al aire la exclusiva
, que algunos rotativos reprodujeron sin confirmar debidamente la especie y fue tal el desconcierto del general Ávila Camacho, que hasta su avión personal envió para que trasladaran de inmediato a Manolete a México.
Uno de los ayudantes enviados por Maximino, una vez contactó al susodicho torero, se comunicó con su jefe y le dijo que no había tal torero, que su doble
tenía el cabello castaño, que era muy alto y espigado y que hasta bigote usaba.
Y ahí explotó todo.
–Tráiganme de inmediato a ese jijo de… y, según se dijo entonces, para que lo ponga yo de inmediato a dormir con los angelitos.
Obvio es que con el susto, la guarapeta del general Garmendia
desapareció como por encanto y cuando llegaron a Mé-xico, de inmediato los hoy llamados guaruras se lo jalaron
al Palacio de Comunicaciones para lo que tuviera a bien disponer el hermano del Presidente.
Muchos pensaron que los días del impostor estaban contados, pero nunca contaron con la gran simpatía de Edmundo Fausto, que quién sabe qué le diría a Ávila Camacho, que hasta la puerta lo acompañó y, además, con la promesa de que pronto el gobierno le compraría medicinas a su laboratorio.
Cosas veredes…
* * *
Regresemos…
Ya me he referido a todos los intríngulis
para la contratación del Monstruo de Córdoba, de la locura de la afición en procura de boletos para la magna presentación y de lo que aquella tarde del 9 de diciembre de 1945 trajo consigo en todos los órdenes de la fiesta brava en México.
Matadores, ganaderos, empresarios, vivieron un despertar, tras de varios años de vivir lo que se conocía y conoce como la época de oro del toreo en México.
Los toreros.
Los coletudos nacionales comprendieron que de no dar el estirón con un Manolete en plan arrollador, se iban a tener que ir a su casa, así que la totalidad se dispuso a dar ese paso que he definido como el que acerca y separa
, así que a arrimarse señores, que no había de otra.
Fueron dos las temporadas que el cordobés actuó en México, la 45-46 y la 46-47, sumando 37 corridas y dos festivales, y con esos números él también tuvo que dar mucho, ya que los de casa
, apretaron en serio.
El primero, indudablemente que fue Silverio esa histórica fecha del 9 de diciembre de 1945, siguieron Fermín Espinosa Armillita, Jesús Solórzano, Lorenzo Garza (este en el ciclo 46-47, que fue cuando volvió a los ruedos para refrendar sus méritos), Luis Procuna, Luis Castro El Soldado y Alfonso Ramírez El Calesero.
Es decir, todos a una.
Y de qué tenor
serían las cosas, que varias ocasiones escuché a mi padre referirse a un suceso que ejemplifica, sin lugar a dudas, cómo tuvieron que apretarse los machos
los connacionales.
No recuerdo con precisión si fue en la plaza de Orizaba, pero el caso es que toreaban Manolete, Alfonso Ramírez El Calesero y no recuerdo quién completaba el cartel.
El de Córdoba, fiel a lo que tantas veces declaró: todos los que vienen a las plazas pagan boleto, así que hay que darlo todo
, estuvo realmente en Manolete, cortando oreja y rabo y El Calesa, también dándolo todo, destapó el frasco de las esencias y se llevó cuatro orejas y fue entonces que, henchido de amor patrio, el director de la banda ordenó a los músicos que tocaran el Himno Nacional, por lo que, al terminar la corrida, el juez ordenó –con justificadísima razón– que se detuviera al Calesa y pa’dentro se lo llevaron.
Continuará...
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