La número uno del raquetbol vuelve a disfrutar los partidos
Revela que hasta pensó en el retiro y que su carrera estaba acabada
Martes 1º de septiembre de 2015, p. a14
Durante tres años y ocho meses Paola Longoria no hizo otra cosa que ganar. En un país donde las derrotas deportivas templan aficiones, la raquetbolista número del mundo se acostumbró a eliminar rivales. Partido a partido construyó su prestigio, pero también su maldición, porque alcanzó la increíble marca de 152 juegos ganados de manera consecutiva.
En cada fecha del torneo había expectación por conocer si sumaría un título más o si se acabaría la histórica racha ante su eterna rival, la estadunidense Rhonda Rajsich, o su nueva némesis, la boliviana que juega por Argentina María José Vargas.
Cada que pisaba la cancha se daba por hecho que iba a ganar. Pero el riesgo de una derrota estaba latente.
Y el día llegó el 19 de octubre de 2014. Paola lo recuerda en medio de risas (un rasgo de su personalidad incluso cuando cuenta el peor día de su carrera).
Estuvo horrible. Las lágrimas se me salían y no me dejaban hablar. Tuve una depresión mortal, no quería dar entrevistas ni ver a nadie
, relata.
Esa noche no pudo dormir al repasar cada movimiento en los que buscaba la respuesta de una derrota que algún día iba a llegar.
Pensé hasta en el retiro, porque creía que mi carrera estaba acabada
, dice otra vez con risas, consciente de que a los 26 años la decisión tenía más tintes de arrebato.
Me acostumbré a ganar y descuidé cosas básicas de mi preparación, como dedicar una hora a practicar tiros y ya sólo me dedicaba a jugar, pensaba que esa parte ya la tenía resuelta.
Antes de la derrota, ganar se convirtió en un sufrimiento permanente. Paola recuerda como una pesadilla la presión de sumar un nuevo título en cada torneo. A pesar de que tenía un récord envidiable y su paso era asombroso, una semana antes de cada competencia sucumbía ante los nervios. El sentido del juego, esa pasión que la llevó a convertirse en la mejor raquetbolista, se perdió cuando se convirtió una obligación de éxito.
Pensaba que no podía perder porque dejaría de ser la número uno y así dejé de disfrutar el juego. Me decía: no manches, tengo que ganar
, cuenta Paola.
La atormentaba defraudar a los que la seguían, a quienes la apoyaban, las críticas de los medios de comunicación. Era una obsesión aumentar su récord, reconoce. No debía pensar en eso, pero lo pensaba
, dice como si el peso de aquel recuerdo aún la aplastara.
Pero la derrota también le permitió liberarse. Quitarse de encima la presión mediática y deportiva de mantener un paso invicto la hizo sentirse más ligera. Después de asimilar el tropiezo vino un estado de calma que le permitió replantearse el futuro en las competencias.
Paola tuvo que aprender a dominar los nervios. Después de interrumpir su marca, volvió a la cancha como si se tratara de un nuevo debut. Recordar cómo se ganaba, pero sin hacerlo rutina. Divertirse de nuevo.
Después de perder lo invicta venía el torneo con mi nombre y sentía desconfianza como nunca. Quería quitarme la espinita, pero tenía incertidumbre de poder ganar
, recuerda.
Mi primera ronda tenía un nervio como si fuera mi primer torneo, me daba miedo jugar la primera ronda.
En diciembre volvió a enfrentar a Rhonda. Era importante para Paola demostrar que podía vencer a la estadunidense como hacía antes de perder la racha invicta.
Gané muy apenas, pero apenas, tenía miedo porque se me venía a la mente aquel juego. Pude ganarle en tres sets, era una pelea de egos en la cancha. Pero sobre todo fue curativo sacarme esa espinita.
El domingo 27 de agosto pasado, Paola ganó el primer título de la temporada. Lo hizo como es su costumbre, pero ahora sin presiones, con el gusto de saber que lo suyo es un juego.