a ciudad de México decae poco a poco contagiada del estilo público-privado que prevalece en los gobiernos federales; se ensombrece su economía y cada vez con mayor frecuencia, en esta isla de relativa tranquilidad que ha sido la capital, se escuchan los disparos de ajustes de cuentas de las mafias y un nuevo fenómeno social se torna cotidiano.
Anteriormente, las manifestaciones públicas de protesta, el enojo ciudadano expresado en calles y avenidas tenían causas foráneas; los gobiernos capitalinos afrontaban con prudencia, generalmente con habilidad y sentido de justicia las muestras de enfado de maestros disidentes, campesinos defraudados, pobladores de Atenco en defensa de sus tierras, mineros agraviados y otros sectores. Recordemos a los despedidos de Luz y Fuerza del Centro, dependencia federal, y a los trabajadores de la Compañía Mexicana de Aviación, defraudados por accionistas y autoridades también federales.
Los conflictos, los reclamos, no eran en contra del gobierno citadino, importábamos problemas generados en otros ámbitos y otras latitudes. Hoy las cosas han cambiado y las autoridades de la capital, con más frecuencia de la que quisiera, tiene que atender y afrontar reclamos locales. Enumero unos pocos: protestas de vecinos contra parquímetros, por lo arbitrario de su imposición; exigencia de otros residentes para detener la instalación de redes de gas a domicilio; quejas por tala de árboles, manifestaciones en contra de megaobras que deforman la ciudad, sus pueblos y sus barrios.
Los recientes reclamos (hasta hoy) son contra el no bien explicado deprimido
de Río Mixcoac y por el gran mall en que se pretende convertir a la emblemática avenida Chapultepec. Ya el jefe de Gobierno tuvo que sufrir un grito airado que le reclamó por el crimen múltiple de la Narvarte, cuyos orígenes y pistas apuntan lejos.
Como capitalino orgulloso de serlo, nativo de la ciudad de los palacios, de la región más trasparente del aire, vecino de esta ciudad de ciudades, lamento este giro y doy la voz de alarma. No se puede gobernar con granaderos, reglamentos draconianos y amenazas de multas, grúas, arañas y otras alimañas.
Los problemas que estallan con más frecuencia en el DF son muy variados. Me refiero por lo pronto a uno, del que se dio el aviso hace tiempo y no se atendió. Es el caso de la escuela secundaria 51 en la colonia Niños Héroes, de la delegación Benito Juárez, que lleva el nombre del maestro de geografía Carlos Benítez Delormé.
La historia es conocida por maestros, alumnos y padres. El 14 de agosto de 2011, el gobierno panista de la delegación, aprovechando las vacaciones escolares, demolió sin explicación alguna, en forma por demás opaca y arbitraria, tres pisos de aulas, la biblioteca, el salón de usos múltiples y espacios deportivos. Llegaron los muchachos del receso y ya no tenían donde estudiar.
Desde entonces, aguerridas madres de familia, apoyadas con cierta timidez por maestros y directivos (cuidan su trabajo), no han dejado de tocar puertas, exigir, argumentar ante la SEP, que ocupada de todo menos de las escuelas, no los ha escuchado, tampoco el gobierno capitalino y por supuesto ni los panistas de la Benito Juárez.
Consiguieron unos salones provisionales, de lámina, ardientes en verano, gélidos en invierno, coladeras cuando llueve; ahí dan clases maestros heroicos, como casi todos, y estudian adolescentes que soportan por su juventud las pésimas condiciones de su escuela.
Ante la insistencia, me dicen, la delegación hace unos días envió trabajadores a reparar lo peor de los gallineros
, pero por mala dirección o incapacidad, el techo de unos de los salones se colapsó, dos obreros resultaron heridos y varios muchachos lastimados.
Del gobierno central, de la delegación, de la SEP, hemos visto hasta hoy abandono, desenfado y como se rumora atrás de bambalinas, la intención de uno más de los negocios inmobiliarios que son la peor plaga urbana de la Benito Juárez.