ay cuatro conjuntos de cambios e inercias en el medio rural que deberían guiar las transformaciones en las políticas para el desarrollo.
En primer lugar, los cambios socio-demográficos en el campo pueden resumirse en cuatro: el envejecimiento de la población adulta, la migración de los jóvenes rurales, una mayor feminización de las actividades productivas rurales y el papel de ciudades pequeñas y poblados de menos de 500 habitantes como colchones amortiguadores de crisis sociales y políticas.
Los cambios productivos pueden sintetizarse también en cuatro aspectos. El sector agrícola –incluyendo agricultura, ganadería, forestal y pesca– se ha mantenido en lo general estancado en términos de tasas de crecimiento y en productividades. El sector claramente ganador es el de frutas y legumbres, pero también avanza el subsector ganadero ambos en las exportaciones. En granos se mantiene más o menos la misma estructura de cultivos que ha tenido México en por lo menos los últimos cuarenta años: maíz y frijol para el consumo humano, y sorgo para el ganado. Al rezago en los subsectores forestal y pesquero se suma el agotamiento y deterioro de los recursos naturales. Al respecto es de consulta indispensable el enorme esfuerzo colaborativo coordinado por José Sarukhan (Capital Natural).
Según la ENIGH de 2014, las fuentes de ingreso rural que más han crecido son los salarios no-agrícolas y las transferencias públicas, específicamente, el ahora ProAgro y el ahora Prospera. Esto indica, en síntesis, que el medio rural ha sufrido transformaciones desde el punto de vista de los ingresos
a partir de su multi-actividad. Algunas de las transformaciones más relevante se han dado en la distribución del ingreso en las zonas rurales, principalmente, la caída del ingreso agrícola entre 2006 y 2014. Las remuneraciones al trabajo subordinado representan la mayor proporción del ingreso a partir del año 2006, sobrepasando el 60 por ciento y, sin embargo, se mantienen alrededor de ese valor hasta 2014, año en que representa el 55.9 por ciento. Por otra parte, las trasferencias han crecido de manera constante, pasando de representar el 12.5 por ciento en el 2006, al 19.8 por ciento en el 2014. La misma encuesta informa que, para el año 2014 y en relación a los ingresos no-monetarios, el autoconsumo representó el 8.3 por ciento; las transferencias en especie el 37.2 por ciento; las remuneraciones en especie el 6 por ciento y el alquiler de la vivienda el 48.5 por ciento.
Finalmente el cuarto rasgo que desafortunadamente no ha cambiado mucho desde 1992 es la pobreza extrema como un fenómeno esencialmente rural: aunque para 2010 sólo una cuarta parte de la población total vivía en zonas rurales, cerca de las dos terceras partes de la población en pobreza extrema vivía en estas áreas (Banco Mundial, 2010). Las tasas de incidencia son entre 25 y 16 por ciento mayores a las correspondientes para el sector urbano. Dada la estructura de ingresos de los hogares rurales el rezago en los niveles de bienestar de las zonas rurales puede explicarse por la falta de dinamismo en el sector, el estancamiento de los salarios agrícolas y la caída en los precios reales de los productos agropecuarios. Vista en términos de productividad por sector, una persona ocupada en la construcción o en la manufactura generó una productividad entre tres y siete veces mayor a la del sector agrícola.
El mayor reto por atender en términos de bienestar y productividad radica en el sector de la pequeña producción. Con el 22 por ciento de la superficie total con actividad agropecuaria y forestal, los agricultores en pequeño emplean casi 85 por ciento del trabajo contratado por la agricultura nacional, así como 88 por ciento del trabajo familiar en el sector. Éste será el tema de mi tercer y último artículo.
Por cierto, quiero expresar mi felicitación a Jorge Ramos, periodista valiente.