unto muerto. Los cambios recientes en el gabinete presidencial, siete nuevos titulares en secretarías de Estado, no deberían pasar inadvertidos, aun cuando cada uno de quienes estrenan cargo han sido protagonistas o simplemente seguidores de la política de Peña Nieto desde 2012. Todas las decisiones que se adopten de aquí en adelante, incluida la de modificar a la mayor parte del gobierno, tienden a una sola intención: cerrar filas y preparar las condiciones que garanticen la permanencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder después de 2018.
Tres años de gestión, entre 2012 y 2015, mostraron que el PRI es el mismo de antes, sólo que peor: más torpe, más inhóspito y, sobre todo, más distante con respecto a las transformaciones por las que ha pasado la mayor parte de la sociedad mexicana en años recientes. Si durante décadas gobernó bajo el minimalismo de esa filosofía
que lo veía –a la manera de Octavio Paz– como un mal menor
(minimalismo que deslegitima cualquier opción, pues en el fondo dice: no hay alternativa posible), hoy representa, si nos atenemos a su balance actual, un impedimento –cuando no un riesgo– frente a los desafíos que siguen: un punto (más que) muerto en un mundo dominado por el vértigo de la incertidumbre.
Reformas anegadas. En principio, las cuatro reformas que impulsó desde 2013 sólo abrieron agravios, multiplicaron la desorientación y colocaron al Estado en una situación de deriva.
La reforma fiscal, hoy es claro, sólo tenía el propósito de asegurar pagos al sistema financiero global y garantizar transferencias de capital a su lejanía. Lo que sigue ahora, frente a la crisis del dólar, es más austeridad. Léase: al sistema global se le afianza la seguridad, mientras que los ciudadanos son capital desechable. Incluidos los empresarios locales, a los cuales se les excluyó de toda competencia posible. En esta idea, el Estado se reduce a un recaudador feudal de excedente para el embalaje global.
El espectáculo de la reforma energética merece una novela aparte. Poner en juego los pocos ingredientes de soberanía que quedaban para descubrir que el petróleo mexicano ya no es negocio (por la baja de precios y la falta de seguridad), aporta otro capítulo al surrealismo de la historia nacional. Pero sobre todo: otro capítulo en la suma de incertidumbres que una tecnocracia muy provincial agregó a los cálculos de gobernabilidad.
La reforma educativa, digámoslo ya, una reforma dedicada a enrarecer a la educación pública, ya encalló. Y la salida del gabinete de Emilio Chauyffet –al que se le declaró súbitamente enfermo
(igual lo está) cuando hace un mes se le veía con bastante brío– parece corroborarlo. Y encalló no en Oaxaca, donde los maestros han optado por una estrategia de negociación, sino en ¡Jalisco!
El día de ayer 180 maestros de Puerto Vallarta y otros municipios obtuvieron dos peticiones de suspensión legales del juzgado segundo del tercer distrito contra la intención de anticipar la evaluación magisterial. Todo después de que más de 16 mil docentes participaron en el paro de 48 horas convocado por la CNTE. A este nivel, por los números y la dimensión del paro ya se trata obviamente de las filas del SNTE, el sindicato oficial, que ha sido, desde los años 30, la principal maquinaria electoral de quien ocupa el Poder Ejecutivo. Desprovista de consenso entre los maestros, la estrategia de despidos que preveía la reforma (un lapsus del nuevo secretario Nuño, en su frase inaugural dijo: No habrá despidos
), ponía en peligro esa lealtad. Es inimaginable que un juzgado local emita un amparo de esa naturaleza sin antes consultar a las autoridades nacionales. Ante la disyuntiva de continuar la reforma o perder votos en 2018, el PRI habrá de optar por los votos. La pregunta es si la mayor parte del magisterio no empezó ya a romper lazos con esa clientelar fidelidad.
Colonizar (una vez más) el voto. No obstante los fracasos, el PRI se apresta para mantener el poder. Desde hace meses emprendió una auténtica colonización de los comités locales del Instituto Nacional Electoral –su caja chica para estabilizar la inmovilidad de los partidos–, que recibirá un aumento de presupuesto estratosférico. Y en el PRD promovió a Agustín Basave para impedir cualquier acercamiento a Morena. Pero aún faltan tres largos años…