Desde que me disparó tuve mucho dolor; ya no sentía mis piernas
Miércoles 26 de agosto de 2015, p. 14
“Desde el segundo en que él me disparó, yo caí al suelo y empecé a sentir mucho dolor de mi pecho para abajo. Ya no sentía mis piernas. La bala había cruzado todo mi cuerpo y salió por el hombro izquierdo.
“Cuando estaba en el suelo, le imploraba a esa persona ‘¡no me mate! ¡No me mate!’ No sabía por qué me estaban haciendo esto. Algo pasó en ese momento, me seguía apuntando y, a pesar de lo drogado que estaba, reaccionó y comenzó a correr”.
Alexander Gálvez recuerda así una soleada tarde en un barrio de Guatemala, en la Zona 19. Tenía entonces 14 años. Hoy es uno de los pocos sobrevivientes de la violencia armada, de un comercio sin control de las armas convencionales que ha dejado miles de muertos en todas las ciudades del mundo.
Alexander participa en la primera Conferencia de los Estados Partes del Tratado sobre Comercio de Armas y comparte con La Jornada este episodio de su vida.
“Alguien me atacó. Fue un día que yo fui al colegio a recoger mis notas, no me las entregaron y regresé a mi casa. Lamentablemente yo vivía en un área considerada roja en ese tiempo. Después de que se firmaran los acuerdos de paz en Guatemala, todavía había muchas armas sin control.
“Yo estaba con mi primo Rudy, listo para almorzar. No recuerdo si fue él o yo quien dijo que teníamos que tomar ‘algo mejor’ que agua pura. Entonces fuimos por una gaseosa.
“Se acercaba la graduación de un primo mayor y todos estábamos muy alegres por eso. Yo estaba listo para cerrar el año. Lo que yo quería era recibir mis notas y pasar el grado. Llegamos a la tienda y, como normalmente hacíamos, nos pusimos a bromear con la persona que atendía, y de repente todo se quedó muy silencio. Eso fue como al mediodía; sentí algo raro. Cuando volteé a ver hacia la calle, venía un grupo de jóvenes con machetes y pañoletas cubriéndose el rostro.
“Uno de ellos decía: ‘¡mátalos! ¡mátalos!’ Yo me quedé pensando y le dije a mi primo: ‘¡corramos!’ Él me dijo, ‘no, ¿para qué vas a correr si no hemos hecho nada malo?’
“Entonces se acercaron hacia la tienda y uno de ellos avanzó más rápido que los demás, venía muy drogado. Al verlo, yo pensé: ‘a éste lo puedo empujar y salir corriendo’.
“Cuando se acercó más a mí, yo traté de esconderme tras la puerta y él sacó un arma de su espalda. Al verla, yo me quedé congelado del miedo. Ya no pude moverme, aunque en mi mente pensaba: ‘ese revólver que él carga es de juguete, porque se miraba muy nuevo, como de plástico’.
“Pero cuando él lo puso en mi frente, sentí el frío del metal y me di cuenta que no era de juguete. Rápidamente desvié su brazo y el arma hacia mi derecha. En ese momento el disparó. Disparó sólo una vez, me disparó y me dio en el hombro.
“Todas las personas se preguntan qué hago con esta discapacidad, en silla de ruedas y sin sentir nada de las tetillas hacia abajo, si donde me disparó fue en el hombro.
“Lo que sucedió es que a esa bala la habían quitado la punta para que se volviera expansiva.
“Después de eso empezó la batalla para sobrevivir, porque me llevaron al hospital.
Esto no puede seguir
, lamenta Alexander, uno de los sobrevivientes del comercio ilícito de armas.