odos sabemos lo difícil que es descartar el sillón de mimbre en el que se sentaba el abuelo a la sombra del naranjo los últimos días de su larga vida casi centenaria y se tomaba un anís antes de comer, mientras recordaba su tierra y extrañaba el olor de los naranjos de allá. ¿Cómo vender ese mueble de jardín al anticuario, si es el sillón en el que el abuelo...? Mucho menos, ¿verdad?, rogarle al buhonero que se lo lleve entre sus vejestorios, que le pagas para que te lo quite de la vista. Ni siquiera te animas a buscar a cierto miembro de la familia que sabes que le tuvo afecto al abuelo y ofrecerle el sillón que sabes que él apreciará y cuidará como reliquia mientras viva.
Todos sabemos lo difícil que es descartar los objetos que representan recuerdos específicos en nuestra vida, recuerdos, por otra parte, no necesariamente siempre agradables aunque, sí, siempre, vívidos, específicos, o memorables, pues, para bien o para mal. Se llaman, estos muebles precisos, esta prenda de ropa, este collar, esta fotografía, objetos significativos, simbólicos, tan representantes de un momento, bello o espantoso, de tu existencia que, sin embargo, si desaparecieran de tu vista se convertirían en mutilaciones de tu ser, te aprehendería, te aprisionaría un insoportable dolor de ausencia, serían pérdidas que estás dispuesto a dar la vida por conservar, por recuperar, por más inútiles y hasta estorbosos que te resulten, incluso, por más puntos críticos de dolor en los que llegan a convertirse, mientras tienen significado para ti, mientras en tu memoria son símbolos de algo que es altamente significativo para ti.
Sillones, digo, como podría decir mascadas y guantes, aunque en la idea incluyo libros, imágenes, figuras, música de algún modo capturada (desde una partitura hasta un acetato, una cinta, un devedé), fechas, ciudades, aromas, incidentes...
Sin embargo, puedo asegurar que he encontrado la fórmula para que puedas deshacerte de todo esto y, una vez libre de su presencia, de la impronta que han dejado en tu memoria y de las irradiaciones y emanaciones, buenas o malas pero efectivas, que te han ocasionado las 24 horas, los 365 días del año, cada año, sin miras a detener su persistencia, su poder, y permitirte vivir sin semejantes huellas y raíces tan imposibles de erradicar.
Y la fórmula para que te sea posible liberarte de estas presencias de espíritu arraigante y de intenciones y emisiones prolongadoras infinitas consiste en una palabra que, aun cuando no resulta nada fácil de convocar, es muy fácil de memorizar, como es el término Olvido. Su magia liberadora debe llegarte por iniciativa propia, sin aviso. Sabes que te ha bendecido cuando en el jardín te acercas a un sillón de mimbre medio destejido y no sabes lo que está haciendo ahí.
Es el momento de llamar al Ejército de Salvación para que te lo quite de la vista. Sonríes cuando se lo llevan. Dan las gracias y sigues adelante libremente con tu quehacer.
No puedo dejar de advertirte, sin embargo, que el Olvido tiene efectos secundarios, y el más alarmante es que en ocasiones se anula. En estos casos, al anularse, devuelve a la luz, es decir, a la memoria, lo que había absorbido, y en la memoria aparece el sillón de mimbre que descartaste, y no aparece solo, sino que resurge de las tinieblas con toda la potencia de su significado, lo cual te ocasiona, aparte de dolor, un arrepentimiento tan perseguidor que no descansas mientras no logras recuperar el objeto, o la situación, o el aroma, o la atmósfera, de la que te creías liberado gracias al Olvido.
Cuando lo que el Olvido te devuelve es el sillón de mimbre que dejaste que el Ejército de Salvación se llevara, el Olvido no te lo devuelve solo, sino que te lo devuelve con todo el significado que el sillón de mimbre representaba para ti, es decir, la visión del abuelo acomodado en él a la sombra del naranjo, mientras tomaba un anís antes de comer y recordaba el olor de los naranjos de su tierra, de la que había salido de niño y a la que, casi centenario, no habría de volver.
Si al recurrir al Olvido a ti te ocasionó la reaparición del Recuerdo, que era el mal del que pretendía curarte, no hay solución. Pues es sabido que San Antonio de Padua intercede por sus devotos ante la Divina Majestad para que recuerdes lo olvidado; pero no, que yo sepa, para que olvides lo recordado. Y, menos, por segunda vez.