aro privilegio para nosotros, que la Orquesta Filarmónica de Helsinki (OFH) y su director, John Storgårds, hayan hecho la ruta Helsinki-México-Helsinki con el fin específico y exclusivo de presentar en Bellas Artes, en tres conciertos inolvidables, las siete sinfonías de Jean Sibelius acompañadas de tres de sus más importantes obras orquestales. Esta fue, esta es, la orquesta de Sibelius; muchas de sus partituras sinfónicas fueron estrenadas por la OFH bajo su propia batuta. Así, lo que escuchamos este fin de semana fue una aproximación original, auténtica y veraz a la música de este genial compositor que representa, como nadie, el espíritu de Finlandia; fue una especie de Ur-Sibelius exhaustivo y de resultados artísticos superlativos. Me pregunto si, dadas las circunstancias, es posible hacer un análisis objetivo de este histórico e irrepetible ciclo Sibelius.
Como suele ocurrir en interpretaciones de este altísimo calibre, fue posible descubrir numerosas cosas nuevas en un repertorio muy conocido, así como apreciar algunos méritos particularmente destacados en estas ejecuciones de Storgårds y la OFH. Por ejemplo, la sabia expansión del tempo en los últimos compases de la Primera sinfonía, y la exploración muy detallada del entramado contrapuntístico de la Quinta. Muy notable, también, el inicio granítico, gélido y desolado de la Cuarta, seguido de una sutil progresión hacia sus páginas finales más luminosas con sus delicados acentos en el glockenspiel. La famosa Segunda sinfonía fue objeto de una lectura llena de matices insospechados, de texturas muy bien construidas, y con un magistral trabajo de construcción de su poderosa coda, con el tiempo y el espacio justos para resaltar su potente expresividad. En la Tercera sinfonía, la OFH y su director ofrecieron un singular estudio en transparencia textural, además de un sinuoso y expansivo tratamiento de la hermosa melodía principal del movimiento lento, una melodía eterna de cualidades casi hipnóticas. En su ejecución de la Sexta sinfonía, Storgårds obtuvo de su orquesta una articulación particularmente clara de su sólida sección de cuerdas, cualidad que fue evidente a lo largo de todo el ciclo. Y en la Séptima, fue especialmente apreciable la eficacia del director para articular de manera fluida y sin costuras las distintas secciones del discurso sinfónico en un solo movimiento continuo que Sibelius propuso como marco estructural de la obra.
Mención aparte merece la interpretación de la violinista letona Baiba Skride al Concierto para violín de Sibelius, que es probablemente el mejor de los grandes conciertos para violín en lo que se refiere a su experto balance entre solista y orquesta. Baiba Skride interpretó la obra con técnica impecable y una expresividad inteligentemente equilibrada entre la intensidad romántica y la objetividad nórdica. Particularmente bien logrado, por parte de la solista, el director y la orquesta, fue el contraste dinámico dentro de cada movimiento y el contraste de intención expresiva entre los tres movimientos. El ciclo se completó con una versión robusta y extrovertida de Finlandia, y un Vals triste con las dosis exactas de languidez y apasionamiento. Dominio absoluto de Storgårds sobre su materia musical y sobre sus espléndidos músicos.
Las tres piezas fuera de programa interpretadas por Storgårds y su orquesta resultaron también una muestra cabal de sus propias capacidades y de la amplitud expresiva de la música de Sibelius. Delicadas y controladas sonoridades pastorales en la Musette Op. 27, una impactante sutileza de timbres y dinámicas en la Escena con grullas de la música incidental para el drama Kuolema, y una emoción intensa y expansiva en el conmovedor Andante festivo para cuerdas, que es la única obra grabada por Sibelius como testimonio vivo de su quehacer musical. No dudo en afirmar que este ciclo Sibelius de la Orquesta Filarmónica de Helsinki y John Storgårds ha sido el acontecimiento musical más importante ocurrido en nuestros escenarios en muchos, muchos años.
Tres conciertos memorables en Bellas Artes, tres llenos totales y, por lo que pude percibir, un público atento y entusiasta, realmente sumergido en la música. Parece ser que, a 150 años de su nacimiento, el tiempo de Jean Sibelius ha llegado finalmente a nosotros. Enhorabuena.