ntre las alianzas que se forman en la actualidad destacan las cupulares, que propician la concentración de los ingresos y las riquezas en unas cuantas personas, grupos o profesiones. El fenómeno concentrador, observable a simple vista, no sólo se magnifica por sus terribles consecuencias, sino que también se acelera y contamina todo a su derredor. Es por ello indispensable exponer, sin tregua alguna, los ingredientes que lo hacen expandirse con tan grotesca desmesura. El examen de su dominancia y penetración se presenta entonces como materia de inescapable tratamiento.
Dos son los campos afectados de manera directa y crucial por el modelo concentrador vigente: el de la vida democrática y el de la pobreza. Sólo con ellas basta para situarlo entre las prioridades indiscutibles del quehacer cotidiano. Pero, entre esas dos regiones claves se encuentran apresadas otras más que no es conveniente olvidar: las angustias y penurias de las clases medias, la violencia, el crimen y las afectaciones a los derechos humanos elementales. No hay, en el presente, nación que escape a los perversos tentáculos concentradores. Bien pueden ser sus presas algunos países de secular atraso en África o, sin excepciones también, los más desarrollados de la vieja Europa. Todos, aunque unos más que otros, muestran las llagas y miserias que, en sus conjuras y accionar, ocasionan las fuerzas que actúan a su favor.
Es necesario, al exponer tan desolador panorama mundial, que se expliciten algunas diferencias entre ciertas sociedades. China, por ejemplo, lleva un buen trecho de ventaja (medida con el índice de Gini) en cuanto a sus condiciones igualitarias fruto de su cercano pasado de feroces cambios, forzados por guerras e ideología. Japón presenta un cuadro distinto que mucho tiene que ver con su homogeneidad racial y cultural. Similares condiciones igualitarias prevalecen en los llamados países nórdicos de Europa o los insulares de Nueva Zelanda y Australia. Fuera de estos aislados casos, (no se incluye a las dos Coreas) en todos los demás rigen, con esplendor preocupante, las rígidas estipulaciones del voraz proceso concentrador. En sus extremos de afectación contraria se colocan, tanto México como Estados Unidos y Chile.
¿Cómo ha sido posible que el modelo concentrador de las desigualdades se haya desplegado por todo el mundo con tamaña eficacia, siendo tan dañinas sus derivaciones? Para penetrar en tan peliagudo objeto de estudio es necesario aclarar lo incipiente de los instrumentos con que todavía se cuenta. Y esto a pesar de los muchos años de padecer, en carne colectiva, sus tarascadas. Es precisamente aquí donde las alianzas enunciadas arriba entran en escena para descubrir sus propósitos hegemónicos. Ha sido esta íntima, aunque rala mezcolanza de clases, la que ha hecho posible no sólo la vigencia del modelo, sino su veloz extensión y abarcamiento. En cada nación las alianzas se forman con idénticos actores, instrumentos y discursos, unos más depurados que otros, pero en todas estas sociedades llevan prendidas finalidades indiscutibles de dominación. El sentido de clase, ya bien probado desde tiempos remotos, se revela como la argamasa que empolla y a través de la cual se unifican y transitan todos los demás ingredientes que, con la eficacia práctica debida, propician su global aplicación.
Para una explícita ilustración del fenómeno concentrador es necesario presentar dos ejemplos contemporáneos: el europeo (Grecia y España) y el sudamericano que abarca varios países. La fórmula del castigo neoliberal asestada a los griegos es notable por su perversa rigidez financiera y la cínica insensibilidad al sufrimiento de ese pueblo. Era impostergable dar una terrible lección de dureza para evitar el contagio en la zona común. La rebelión española en curso (Podemos) requería una lección preventiva a toda prueba y, al parecer, lo van consiguiendo. Todo el peso conservador alemán (junto con otros aliados del vecindario) cayó a plomo sobre un pueblo dividido, una economía endeble y su tambaleante gobierno (Syriza) No pudieron resistir la acometida. La burocracia europea se les fue encima con todos sus fondos y medios de comunicación, que son apabullantes. Los beneficios laterales que lograron los tenedores de bonos alemanes (y otros de economías adicionales) han sido enormes. Superan, con holgura, el posible costo que tendrían que asimilar en caso de que Grecia se declarara en quiebra y moratoria. En Sudamérica el ataque es conducido por una alianza entre el mundo financiero de las economías centrales y las plutocracias locales que son, sin duda, los monopolistas de la comunicación. Ambas entidades se sienten agredidas por los desplantes soberanos de varios gobiernos que han pretendido (y ciertamente logrado) proteger a sus clases populares. Pero los señores de los recursos no han cejado en sus revanchas. Tras sus ambiciones movilizan influyentes medios, coaligados a su servicio, para coordinar su defensa. Los ataques no cesan y, en algunos momentos, avanzan. Las lecciones que emergen de estas perversas alianzas se van haciendo transparentes y aplicables a otros pueblos con pretensiones igualitarias. En México la lucha va sumando fuerzas. La toma de conciencia es creciente. Una amplia coalición ciudadana se apresta para retar a la alianza conservadora que ha impedido el desarrollo con justicia. Todo dependerá de un trabajo coordinado de las clases populares internas con sus similares del norte y del sur del continente. Sin ellas no será posible vencer la inercia y los afanes de lucro y poder de las élites.