icen que la ciencia avanza que es una barbaridad
y, efectivamente, en algunos campos son fenomenales e irreprochables los pasos que, a velocidad del rayo, se dan. En otros, en cambio, es una barbaridad adonde nos conducen tales avances, no tanto por errores de laboratorio
, sino porque en los tubos de ensayo buscan respuestas a preguntas equivocadas. Es toda esa ciencia –que es mucha– al servicio del mantra religioso que repite que hay que crecer más y más aunque, científicamente hablando, sabemos que habitamos un planeta finito. En el campo de la agricultura son muchos los ejemplos, el más reputado
la llamada revolución verde que efectivamente llevó a la producción agrícola a cifras de récord.
Tal aceleración tiene un precio que –admiradores de la modernidad– a veces ignoramos: perder el control del bólido con los riesgos que supone. Es como esas mañanas que al despertarnos y encender el teléfono móvil, éste, automáticamente, empieza a actualizar aplicaciones que ya conocías, que habías aprendido a usar y por unos minutos o por unos días, te dejan sin control de ellas, no las entiendes y sientes que te han superado
. O peor, cuando te encuentras que sin tu permiso ni conocimiento se instalan, automáticamente, nuevas aplicaciones. Pero no decimos nada, como mucho un gruñido matutino, pues en una sociedad donde se rinde culto al automático
(y se desprecia lo manual y artesanal) ni un simple tuit nos atrevemos a escribir, no sea que seamos señalados de anticuados, atrasados, bobos o cosas así.
Pongo otro ejemplo. Tomemos un párrafo original de Shakespeare. En realidad no son más que letras, pero engarzadas de una forma única que hace de ese texto algo especial, grande en su singularidad. ¿Qué pasaría si cambiáramos palabras de este texto por palabras de Neruda en castellano, por ejemplo? Tendríamos un texto transgénico, lo hemos modificado con letras de otra especie
, de otro libro o código genético. Es obvio que no es lo mismo y si nos dicen que es puro Shakespeare –o al revés, ¿verdad?– no nos lo tragaríamos. Esa, que sería la ciencia transgénica, ya quedó desnudada delante de la ciudadanía y claramente está siendo vigilada
.
Ahora bien, qué pasa si tomamos ese párrafo en cuestión y con un procesador de textos jugamos a borrar
o cortar y pegar
con las letras y palabras que Shakespeare originalmente escribió y ordenó. En este caso no introducimos nuevo material, no es transgénico, pero ¿lo damos por bueno? Ciertamente no, y eso es el nuevo paso científico que está avanzando muy rápido a partir de diferentes técnicas que se conocen como de edición genética
. En el Estado español, el premio Princesa de Asturias de este año ha reconocido la técnica conocida como CRISPR-Cas9, de la que Silvia Ribeiro ya nos ha hablado en estas mismas páginas.
Me preocupan especialmente titulares como el que recoge la revista Newsweek donde dice usted está totalmente equivocado sobre la comida modificada genéticamente
, asegurando que los científicos pueden salvar al mundo del hambre si se lo permiten
, ya que el CRISPR-Cas9 viene a ser como un avión de combate F-16 en su capacidad de manipular los procesos genéticos vegetales
.
Y me preocupa porque en este sector de la agricultura, como decía al inicio, la pregunta a la que la ciencia quiere responder es siempre cómo producir más, ignorando que esta obsesión productivista es justamente responsable del hambre en el mundo, un hambre por desposesión.
El hambre contra la que dicen luchar, ahora con la potencia de un avión de matar, fue hija de la revolución verde que se apropió de las semillas campesinas y que obliga a comprar semillas híbridas cosecha a cosecha; es hija del acaparamiento de tierras agrícolas que surge cuando avances científicos permiten cultivos resistentes a pesticidas, como la soja, para producir más carne en países donde reina la obesidad; será hija del avance científico que permite que, fracturando la roca madre (el fracking), se extraiga algo de combustible para asegurar más crecimiento a costa de acabar con tierras agrícolas.
Con el CRISPR y sus posibles aplicaciones agrícolas, necesitamos ya de un debate social, no vaya a ser que, como tantas veces, respondamos a una pregunta equivocada.