Opinión
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Cambios en el Distrito Federal
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ay cosas que cambian y otras que se mantienen igual por años y años. En la capital somos testigos de varios cambios; de algunos somos partícipes e impulsores aun cuando sea en grado mínimo. Una de las cosas que se modificaron en estos días fue el gabinete de Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno, quien se decidió a dar un golpe de timón a la mitad de su sexenio. Varias carteras tienen nuevo titular, todas importantes por el poder político que otorgan, por el presupuesto que manejan, por la utilidad que proporcionan a la sociedad a la que sirven o al jefe que hace los nombramientos. Hay de todo.

Entre lo que se mantiene igual, desde hace demasiado tiempo, está el estatuto jurídico del DF. Aún no podemos ser una entidad autónoma, a pesar de los grandes esfuerzos (y concesiones) de Mancera para lograr su modificación; no se aprobó el cambio y el artículo 44 de la Ley Suprema sigue definiendo a nuestra entidad como el Distrito Federal y Ciudad de México, como nombre alterno, pero eso sí, conservando como dato esencial característico de nuestra entidad ser la sede de los poderes federales. Y con un añadido que nadie revisa: si los poderes federales se van de este territorio nos convertiremos en el estado del Valle de México.

Somos aquí tan hospitalarios y buena onda, que los poderes federales no se quieren ir, están mejor que en Toluca, Cuernavaca u otra ciudad más hacia el centro geográfico y, por supuesto, desde hace ya más de un siglo no han pensado en abandonarnos.

Conforme al 122, base segunda, inciso d) de la Constitución y también sin cambios desde hace años, al jefe de Gobierno compete nombrar y remover libremente a los servidores públicos dependientes del órgano ejecutivo local; en esto no hay novedad. Se trata del gabinete y conforme a la regla que lo autoriza se movió la realidad, salieron algunos, otros cambiaron de adscripción y surgieron al primer plano otros más, que permanecían tras bambalinas y sólo de vez en cuando asomaban la cabeza. Quedaron exceptuados el secretario de Seguridad Pública, en tanto jefe de la policía, y el procurador de justicia, ya que para remover a estos funcionarios claves para la gobernabilidad, Mancera hubiera tenido que obtener el visto bueno del Presidente de México que andaba de viaje y que regresó agobiado de problemas.

De estos cambios en la alta burocracia no hay mucho que asombre; como alguien comentó en redes, es más de lo mismo; para confirmarlo basta corroborar quienes aplauden: las agrupaciones empresariales y los partidos que se han amalgamado al sistema, adaptados a la antidemocrática política de acomodos, pactos y arreglos bajo el principio según el cual: dando y dando pajarito volando.

Ante el escepticismo general por el nuevo gabinete, vuelven a salvar al gobierno, errático en otros aspectos, las áreas de política social, desarrollo, programas de justicia distributiva, atención a lo que hay más allá de la urbe, campo y pueblos antiguos; esos temas podrán ser el ancla o la brújula que evite navegar a la deriva.

Si hablamos de cambios, hay uno no tan publicitado, pero más importante que el gabinete renovado; es el cambio en las clases medias de la ciudad, que transitan paulatinamente del conservadurismo político, que deja esa cosa sucia de la política en manos de otros, a la participación y a la búsqueda de información y apoyo. A esa clase media que empieza a despertar es a la que habrá que poner atención en el futuro, pues ni venden su voto ni son tan vulnerables a la publicidad masiva y sin contenido.

¿Qué los despertó? Las medidas políticas tras de las cuales adivinan codicia y negocio, alteraron su tranquilidad: grúas, arañas, parquímetros, construcciones inconcebibles pero legales, ductos de gas en las calles, talas de árboles y menos seguridad; también que perciben o alguien les dice que hay una forma distinta de hacer política. Ese cambio puede trascender y si aún no se ve, se verá.

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