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García Linera: de la indignación a la esperanza
E

n su exposición en el seminario sobre emancipación y desigualdad, convocado por la Secretaría de Cultura de Argentina, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, hizo una síntesis de los caminos por los cuales los gobiernos progresistas latinoamericanos pueden superar sus problemas actuales y seguir adelante.

En primer lugar, dijo, hay una necesidad insuperable de que exista un modelo económico que funcione. Sin ello no hay desarrollo, no hay mejoría de la situación del país, no hay avances sustanciales en las condiciones de vida de la gran masa de la población.

Puede parecer una visión demasiado simple, pero con su intensa experiencia de ya casi una década de gobierno y con la carga de problemas económicos y sociales pendientes en los países de nuestro continente, García Linera sabe de los desajustes, de las insatisfacciones, de las debilidades para imponerse un nuevo modelo hegemónico en nuestras naciones, cuando no hay una política económica de éxito que atienda, de distintas maneras, a todos los sectores que hay que dirigir para legitimarse como gobierno. Que fortalezca y desarrolle de forma sostenible las condiciones materiales en que reposan nuestras sociedades.

En la conversación personal que tuvimos enseguida quedó clara su preocupación con los modelos económicos de países progresistas de la región, que tropiezan con problemas estructurales no resueltos, agudizados por el terrorismo económico interno de la oposición y el cerco financiero internacional sobre los países que no se resignan a los modelos del Fondo Monetario Internacional. Que no es una visión económica está claro por todo el pensamiento de García Linera y por el mismo gobierno de Evo Morales. Es un enfoque de construcción de la hegemonía posneoliberal.

Se trata, al contrario, de un elemento esencial en la edificación de esa hegemonía. Subestimarlo es dejarse llevar por las corrientes avasalladoras de la especulación financiera y del poder de los bancos que domina el capitalismo contemporáneo. No construir, a partir del Estado –elemento que él valora de distintas maneras, como sus innovadores raciocinios que el último periodo lo demuestran–, ese modelo propio, es permanecer reaccionando a mecanismos recesivos, depresivos, que dejan nuestras economías en el círculo vicioso de las cadenas financieras del neoliberalismo y además se prestan al pesimismo que la derecha intenta siempre imponer sobre el ánimo de las personas.

Pero si ese es un elemento estructural de las alternativas sostenibles al neoliberalismo, hay resortes indispensables destacados por García Linera para que esos procesos no sólo se mantengan vivos, sino además se renueven y extiendan permanentemente hacia capas cada vez más amplias y jóvenes de nuestra sociedad. Uno es suscitar permanentemente la indignación frente a las injusticias de la sociedad capitalista: la explotación, la discriminación, la exclusión social, la violencia en contra de los más frágiles, el machismo, la opresión, los monopolios de la riqueza, de los medios de comunicación, entre tantas otras injusticias.

Ese es el acicate permanente que permite impedir que descanse, que duerma, que repose, que se aliene la conciencia de las personas. Desarrollar ese trabajo permanente es responsabilidad de todos los militantes por un mundo mejor: de gobernantes a militantes de base, de sindicalistas a profesores, de dirigentes de organizaciones sociales a dirigentes de organizaciones culturales –total, de todos, como seres humanos.

Pero para que esa indignación sea despertada, movilizada, tiene que encontrar alternativas viables, para vislumbrar que el otro mundo no sólo sea necesario, sino también sea posible. Tiene que encontrar fuerzas capaces de encarnar esa rebeldía, esa resistencia a toda resignación, a toda burocratización, a todo desaliento, a todo pesimismo. Fuerzas que propongan y personifiquen estrategias de acción a la vez audaces y factibles, utópicas y realistas.

Indignación y esperanza es la fórmula de movilización de las fuerzas sociales, políticas, culturales, intelectuales, para la construcción del mundo que supere definitivamente la sociedad construida sobre el poder del dinero hacia una sociedad basada en el poder de los derechos, de la solidaridad, en el poder de los pueblos y de sus valores.