18 de julio de 2015     Número 94

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Guatemala - Chiapas

México bárbaro y frontera sur

Fred Décosse Aix-Marseille Université / CNRS / LEST


FOTO: Coatevision

Julio de 2013. En un pueblo de la Costa Cuca guatemalteca, región cafetalera enclavada entre el Altiplano occidental y la costa pacífica. Es mi primer día de “campo”. Al llegar ahí me entero que unos pandilleros balearon una camioneta en la madrugada, dejando dos jornaleros muertos: un joven de 17 y su hermanita de ocho años, que se iban a trabajar. En la noche, la familia que me hospeda se reúne para recordar la muerte de su sobrino, asesinado también por la mara un año atrás. De ese lado de la frontera como del otro, el crimen organizado ha penetrado el campo, desarticulando poco a poco su tejido social. A pesar de ello, las familias campesinas siguen con la necesidad de cruzar la línea para ganarse la vida empleándose en las fincas chiapanecas.

Rosa María lo ha hecho durante casi 20 años. En su humilde casa, me cuenta: “Nací en una finca. Mi papa era vaquero. No mucho iba yo a la escuela. Hasta los seis o siete años, no más. Me mandaban a vender leche, a lavar los pantalones de mis hermanos, a dejarles su desayuno y luego su almuerzo. En la finca así estaba yo. Mi papa me compraba mis cuadernos, pero no mucho aprendí. No puedo hacer mi nombre. El dedo pongo porque no puedo, pue. […] Del otro lado, gané para mi terrenito. Para componerlo me cobraron 700 quetzales. También puse el drenaje. Todo eso estuve yo ganando, pues, porque yo no tenía nada […] No tengo yo para sembrar milpa. Sólo “una cuerda” [equivale en Guatemala a 25 varas cuadradas, 436.7119 metros cuadrados] compramos […] Si se va uno con un contratista, él saca el pase. Al llegar a la finca, él dice qué trabajo va uno a hacer. Al mes, ya llegan otros a trabajar entonces ya él se viene por acá. Y así siempre […] Cuando nos fuimos con el contratista iban como 600 personas. Al café, al banano, la papaya y el mango. Para varios lugares. Iba la gente con tres o cuatro niños. La gente pues se tira para allá porque allá hay trabajo. Cuando nos aburríamos de tanto trabajo, nos veníamos a descansar un poco. Y volvíamos a ir. […] Los que van contratados les dan dos tiempos de comida, en cambio los que van de voluntarios tienen que comprar. Entonces cuando yo muy llegaba, que era voluntaria, pues compraba. La señora era buena gente: me daba lleno el plato. Y de ese plato tenía que darle a mis dos patojos [hijos]”.

No es tanto la diferencia de pago entre Guatemala y México que motiva el traslado de campesinos al otro lado –ya que esa es mínima, sobre todo cuando baja el quetzal-, sino la relativa abundancia de trabajo en las fincas chiapanecas y el hecho que la comida ahí sea “libre”. Aunque como lo explica Rosa María, lo anterior sólo ocurre cuando al jornalero lo engancha un contratista. Personaje clave del reclutamiento y de la legalización de la estancia migratoria del peón, el habilitador es el primer eslabón de la cadena que ata al trabajador a una finca. Después de prometer maravillas a los jornaleros (buenas galeras, tres tiempos de comida libre y mucho café para cosechar), el enganchador recoge sus identificaciones para tramitar los pases (Documento Migratorio de Visitante Agrícola), los cuales son entregados al administrador al llegar a la finca. La retención de sus documentos obliga a los jornaleros a quedarse ahí, incluso cuando fueron engañados. Si no hay tanto café que “tapiscar” (cosechar), tienen que seguir trabajando allí y endeudarse en la tienda de raya que, al igual que en la época porfiriana –y a pesar del hecho de ser prohibida por la Ley Federal del Trabajo-, impone precios muy altos, ya que el aislamiento de las fincas la coloca en una posición de monopolio.

Por lo mismo, muchos jornaleros prefieren internarse a Chiapas por la libre, aunque bajo la presión del Tío Sam se ha militarizado bastante la frontera, obstaculizando cada vez más la tradicional movilidad de los mames de la Sierra Madre san marqueña. El testimonio de don Crescencio, campesino minifundista (milpa de media hectárea), oriundo de un pueblo de esa región fronteriza con Chiapas, es esclarecedor al respecto: “Allá sí nos maltratan. Ahí a los que están preparados, con papeles, les dan libertad. Los que no [tienen], nos persiguen y, a veces, nos mandan hasta aquí, a Guatemala. A mí me deportaron. Te meten a la cárcel hasta 30 días. A mí me tocó 15 o 20 día. Poco… Con los que están con deuda, con robo. Hasta que llenen la cárcel. Y yo, llorando, con hambre. Sí, me ha sucedido varias veces”.

Sin embargo, el Instituto Nacional de Migración ni logra, ni busca impedir el paso de todos. Su papel es más bien –mediante unas deportaciones puntuales que funcionan como una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de cada jornalero indocumentado- generar el miedo necesario a la aceptación de las malas condiciones de trabajo en la finca. A quien se queja porque el patrón no le ha pagado, le echan la migra. Al peón que se machetea el pie limpiando el cafetal lo despiden y lo llevan a la frontera. Yno son casos aislados, como lo confirma un ex voluntario de la casa del migrante de Tapachula: “Teníamos caso tras caso. Que hay 30, que hay 20, que hay 15, que en la finca no le pagaron, que le retuvieron, etcétera, etcétera. Hay un montón de casos”.

¿Acaso el trato dado al peón de finca no recuerda lo que Turner describía en su México Bárbaro hace un siglo? Por algo el levantamiento zapatista surgió en Chiapas y por algo el agro ha sido el teatro de la lucha más digna y esperanzadora de los años recientes: la de los jornaleros de San Quintín.


Guatemala - Chiapas

Trabajadores agrícolas
de Guatemala en Chiapas

Martha Luz Rojas Wiesner* y Hugo Ángeles**  *El Colegio de la Frontera Sur **Investigador independiente

Los trabajadores y las trabajadoras agrícolas (TA) constituyen un flujo migratorio histórico entre Guatemala y México que llega principalmente a Chiapas, y en especial a la región del Soconusco, como parte de un proceso generacional. Sus abuelos, después sus padres, y ahora ellos y ellas con sus hijos e hijas llegan a la región para trabajar en distintas actividades agrícolas.

Se decía que el Instituto Nacional de Migración (INM) otorgaba durante la década de los 90’s (hasta 1997) alrededor de 65 mil permisos en promedio por año a los llamados visitantes agrícolas guatemaltecos. Con una mejor sistematización de los datos, se comenzó a depurar las bases, de modo que en la década del 2000 ya se contaba con registros de personas y no de eventos. Hasta 1997, los y las TA se documentaban en el INM mediante una lista o “Relación de trabajadores” presentada por los contratistas de mano de obra. Entre 1997 y 2008, este permiso colectivo o “global” se cambió a autorizaciones individuales, mediante la Forma Migratoria para Visitante Agrícola (FMVA), buscando “ordenar” los flujos migratorios en Chiapas. Entre 1998 y el primer lustro de la década del 2000 se transitó hacia la “credencialización” de los TA (en formato anual) y se comenzó a depurar los registros buscando hablar de personas y no de eventos. En 2008, se implementó la Forma Migratoria de Trabajador Fronterizo (FMTF). Ese año, se amplió la cobertura a los cuatros estados de la frontera sur y se incluyó a Belice como país de origen. Este permiso se extiende a trabajadores no agrícolas. A fines de 2012 (9 de noviembre) con la publicación del Reglamento de la Ley de Migración, la FMTF se convirtió en Tarjeta de Trabajador Fronterizo (TTF).

De acuerdo con las estadísticas del INM, el volumen de trabajadores de Guatemala que llega al estado de Chiapas ha disminuido en los años recientes. Sin embargo, las cifras deben ser tomadas como una aproximación (ver gráfica). La tendencia da cuenta de otros factores que han afectado la afluencia de TA, como las crisis de los precios del café, el impacto de fenómenos naturales en las unidades productivas, la reorientación de los flujos de Guatemala a otros destinos y la diversificación en las ocupaciones. A pesar de esta disminución, la presencia de tales trabajadores sigue siendo fundamental para la economía agrícola en un estado aún con vocación agrícola (cerca de 40 por ciento de la población en edad de trabajar en Chiapas se ocupa en el sector primario, según el censo de 2010). De manera complementaria, hay que advertir que también: 1) un número no determinado de TA carece de permiso migratorio y 2) otra proporción se documenta con un permiso que no les autoriza trabajar (como la Tarjeta de Visitante Regional).

La migración de TA de Guatemala a la región del Soconusco ha sido de carácter estacional y de retorno (circular), los trabajadores se desplazan sólo durante periodos específicos, de acuerdo con los ciclos agrícolas de los cultivos de las unidades productivas a las que se dirigen. Históricamente, el café ha regido en buena medida la estacionalidad. La mayoría de TA se emplea en actividades de este cultivo, y de forma particular la mayor afluencia se produce en la época de cosecha (a fines y principio de cada año). En los lustros recientes se han diversificado los cultivos y el tipo de actividades que desempeñan, por lo que campos de plátano, mango, caña de azúcar, entre otros, también ocupan jornaleros de Guatemala.

De acuerdo con la Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur (EMIF SUR), los trabajadores son: 1) temporales o estacionales, guatemaltecos que vienen a México a trabajar por varios días o meses, y 2) residentes fronterizos que vienen a México a trabajar diariamente. Los y las TA constituyen la mayor parte del flujo del primer grupo, mientras que el segundo está constituido fundamentalmente por quienes se dedican al comercio ambulante y al trabajo doméstico. Los y las TA proceden principalmente de los departamentos guatemaltecos de Huehuetenango (65 por ciento), San Marcos (21 por ciento) y Quetzaltenango (7 por ciento). Los lugares de destino en Chiapas son principalmente: Tapachula, Frontera Comalapa, Suchiate y La Trinitaria. Sobre sus condiciones laborales, según los datos de 2013 de la EMIF SUR, la mayor parte de los TA (88 por ciento) percibió de uno a dos salarios mínimos (sm) por su trabajo; sólo una proporción muy reducida (9 por ciento), de dos a tres sm; cerca de uno por ciento corresponde a TA que reciben hasta un salario mínimo o menos, y un porcentaje similar no percibe remuneración.

El flujo migratorio de TA es principalmente de hombres, sin embargo también hay mujeres y niños, niñas y adolescentes, quienes no siempre son captados en la modalidad de trabajadores o de ayudantes. Hay una proporción que sólo se capta como “acompañantes”, a pesar de que, en la práctica, son trabajadores o bien contribuyen a la reproducción social de sus propias familias y, por tanto, son mano de obra que desempeña labores en condiciones de precariedad.

Si bien en el lustro más reciente se han impulsado algunos programas gubernamentales que han dado apoyos (por ejemplo, de la Secretaría de Desarrollo Social) para mejorar las instalaciones y la infraestructura para albergar a TA en las fincas, esto no es generalizable, de tal forma que la mayoría de las instalaciones tienen deficiencias y están en condiciones precarias de alojamiento.

Por ello, las autoridades laborales deben realizar las supervisiones necesarias en los lugares de trabajo para garantizar que los empleadores cumplan con proporcionar a los trabajadores las condiciones de un trabajo decente, tal como lo marcan la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y los acuerdos internacionales que ha suscrito México, en particular la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares.


Morelos

Asentamientos de jornaleros
agrícolas en la región oriente

Adriana Saldaña Ramírez Universidad Autónoma del Estado de Morelos


FOTO: Reydocbici

Los cambios en los patrones migratorios y en el perfil del jornalero en los años recientes son expresión de una mayor precarización de las condiciones de vida de miles de familias que venden su fuerza de trabajo en mercados laborales agrícolas.

La región oriente de Morelos, particularmente el ejido de Tenextepango, ubicado en el municipio de Ayala, ha atraído a trabajadores extra-regionales desde mediados del siglo XX por su dinámica agrícola basada en la producción de hortalizas en manos de pequeños productores. Se trataba de familias empobrecidas de la Mixteca oaxaqueña y poblana y de la Montaña de Guerrero, que se integraban a las cosechas entre noviembre y abril. Al término de la temporada éstas regresaban a sus comunidades de origen donde desempeñaban actividades agropecuarias.

Este panorama cambió de manera significativa a partir de la segunda mitad de los años 90’s, pues un gran número de familias se asentó en el ejido, lo que no significó el fin de sus rutas migratorias, sino un punto de partida hacia otras regiones agrícolas. Así, el patrón migratorio pendular estacional, del lugar de origen al de trabajo y luego de regreso, se ha transformado a uno de migración-asentamiento-migración, lo que se expresa en un cambio en el perfil del jornalero-campesino a un jornalero de tiempo completo.

Para dar una idea de estos cambios, en 1990 el IX Censo de Población y Vivienda registraba en Tenextepango, y en las dos primeras colonias de asentados, una población total de ocho mil 41 habitantes. Diez años después, las colonias de asentamiento se incrementaron a nueve y junto con Tenextepango sumaban diez mil 184 habitantes. Para 2010 la población aumentó a 11 mil 982.

El asentamiento de los jornaleros ha seguido un mismo patrón: en un primer momento la familia renta un espacio para vivir donde hay alguna construcción en “obra negra” o terrenos donde levantan sus “casitas de basura”, es decir, construcciones con materiales encontrados en las barrancas o en los campos de cultivo. Una vez que se ahorra una cantidad significativa de dinero, se compra un terreno donde se construye nuevamente una “casita de basura” hasta que logran edificar poco a poco una casa de loza. La duración de cada etapa es variable, hay a quienes tan sólo estuvieron cinco años pagando renta y otros que permanecieron hasta diez o 15 años en esta situación hasta que pudieron comprar un terreno.

“Nosotros llegamos a Tenextepango hace 18 años, tenemos como 13 años en este terreno. A principio fue difícil porque la casita primero era de carrizo y después, poco a poco, con ayuda de los hijos que trabajaban, hicimos la de material” (testimonio FR, Tenextepango 2011).

Actualmente se observan familias que pasan por diferentes momentos del proceso de asentamiento.

Las colonias cuentan con diferentes niveles de urbanización, lo que depende de su temporalidad y de los diferentes programas de gobierno de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) que han otorgado apoyos para la infraestructura. La estrategia de las autoridades locales ha sido reconocerlas como “colonias indígenas” para captar recursos que les permitan dotar de servicios a los nuevos pobladores. Cada una de las colonias se ha conformado como un espacio multicultural, ya que se encuentra población inmigrante mestiza e indígena (nahua y mixteca). Ello ha provocado que en éstas se establezcan formas de convivencia diferentes a las de sus pueblos de origen, aunque se reproducen algunos aspectos como la organización familiar y las fiestas en torno a un santo patrono, por mencionar algunas.

Los nativos de Tenextepango admitieron a estos migrantes en su condición de trabajadores temporales en la estructura económica. Sin embargo, cuando comenzaron a residir en la localidad, los veían como vecinos molestos que además de ser sus trabajadores eran pobres e indígenas. Fueron recibidos sin mucho entusiasmo, aunque paradójicamente permitieron su asentamiento ante la venta de amplias extensiones de terrenos de temporal del ejido. Apelativos como “guerreritos” o “oaxacos” dan cuenta de su distancia cultural, a pesar de su cercanía física. En general, la convivencia ha sido tranquila con algunos momentos de tensión, que no han derivado en enfrentamientos en que los inmigrantes reclamen por la manera en que son tratados en la vida cotidiana y en los espacios de trabajo. Éstos han aceptado condiciones de explotación y discriminación debido a su situación vulnerable que resulta de su estatus migratorio, adscripción étnica y dominación cultural.

A partir de estos asentamientos, un gran número de inmigrantes ha articulado desplazamientos hacia otras regiones agrícolas en Hidalgo, Sinaloa y Sonora, resultando en una movilidad permanente. Otros, que han dejado de migrar, complementan el trabajo en el campo en Tenextepango con actividades en los servicios o pequeños negocios.

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