ada país celebra su fiesta nacional a su manera. En general las ceremonias se acompañan con un gran desfile militar, el cual manifiesta el poder de sus armas y sus tropas, y de paso expone los últimos descubrimientos e invenciones de su industria militar. Excelente ocasión de promoverse al mismo tiempo que se desarrolla una amplia publicidad para la venta de estas armas, las cuales siguen siendo un mercado concurrido y muy provechoso para los mercaderes de cañones
.
En Francia, una sabia mezcla de manifestaciones pacíficas y de orgullo guerrero hace que la fiesta nacional del 14 de julio dé lugar, a la vez, al regocijo de los bailes populares, al gran desfile militar en los Champs-Elysées, a un gigantesco espectáculo pirotécnico, al concierto gratuito organizado en el Champ-de-Mars, al pie de la Torre Eiffel, a una conferencia de prensa sobre las cuestiones nacionales e internacionales de 45 minutos dada por el presidente francés desde el palacio del Elysée.
Es también parte de la tradición invitar a un país extranjero y amigo a participar a la fiesta como invitado de honor. Este año fue México el invitado. El presidente Enrique Peña Nieto, en visita de Estado en Francia, pudo verse, así, con su esposa Angélica Rivera, en la tribuna oficial a la derecha del presidente François Hollande durante el desfile en la bella avenida de Champs-Elysées. Situación por demás chusca, pues Hollande es soltero. Y, de todos modos, las esposas de los anteriores mandatarios de la V República no tenían acceso a la tribuna oficial, pues ser la esposa del presidente no equivale a un puesto, un nombramiento o un título en el gobierno.
Cuatro oficiales y 149 cadetes de escuelas militares, del aire, la naval y la gendarmería de México según los comentadores franceses, 157 según la prensa mexicana, abrieron la marcha entre abundantes aplausos calurosos. El clima de la amistad franco-mexicana ha vuelto a los buenos tiempos. Pero lo que más llamó la atención, el asombro y la admiración de los millares de espectadores y de los medios, radio y sobre todo televisión, fueron las imágenes de las magníficas águilas reales posadas en los brazos de jóvenes cadetes, quienes desfilaban de manera impecable de un paso que la televisión francesa calificó de elástico
. Espectáculo inolvidable y muy ovacionado fue el de las águilas al extender sus alas frente a la tribuna presidencial.
El entusiasmo popular ante un desfile militar incita a preguntarse los motivos. No se trata sólo de patriotismo. Los más escépticos apátridas, sea porque prefieren considerarse cosmopolitas o porque rehúyen la idea de su origen, se conmueven cuando escuchan su himno nacional y ven flotar la bandera de su país en su tierra o en el extranjero cuando se hallan lejos de eso que se llama la patria, extraño concepto de pertenencia a un lugar de nacimiento. ¿Qué significa ser francés, mexicano o de otra nacionalidad? Enigma de la identidad que inquietó sin poder resolver a tantos pensadores: entre otros, Samuel Ramos con El perfil del hombre y la cultura en México u Octavio Paz en su Laberinto de la soledad.
¿Qué es eso, pues, que conmueve al extremo de luchar y dar la vida por la idea de la patria
? Ese sentimiento exaltante que brota de la epidermis y hace sentirse nacido en tal o cual país.
Un desfile, tan utilizado por los políticos en busca de popularidad o de sufragios para una posible relección, es desde luego una demostración de las fuerzas de agresión y defensa de un territorio. Es también un llamado y una orden. Una cita y una convocación. Un recuerdo y un compromiso con el futuro.
El desfile del 14 de julio, en conmemoración de la toma de la Bastilla, es un ejemplo. Obedece en sus mínimos detalles al mismo ceremonial desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Ritual, tiene algo de sagrado. Acaso porque presenta la fuerza del pueblo, emana un sentimiento de adhesión.