sí como un sonido despierta a otro y, ritmando el tiempo, se convierte en una sinfonía, así existe un nuevo amanecer en el que aquellas dos gotas de agua que se encuentran, corren, se comparten, en río devienen, en rito se convierten. La palabra encontrada se repite y otorga inicio a la conversación. Allí, quizá, podemos hallar el primer venero de nuestra vida compartida. De allí nacen valores que concertan nuestros días. Ellos nos dan cobijo. Nos visten. Todo tiene un comienzo. Decía Yves Saint Laurent que el color es la pureza y el caudal de la fuente que moja los cuerpos hasta no hacer sino una línea
. Así se inició todo, así nació una vida, en torrente, en Hilos de historia: colección de indumentaria del Museo Nacional de Historia, exposición que se presenta en el Castillo de Chapultepec.
Una historia hace nacer muchas historias. No todas, sin embargo, permiten explicarse con una narrativa de secuencias cronológicas. En sus materiales elementos, Hilos de historia es un ejemplo de este proverbial adagio. El recorrido de la muestra invita al ensayo de la metáfora, es decir, a encontrar vecindad coherente entre objetos muy distintos. Y es que cada pieza de indumentaria coleccionada, con su carga biográfica propia, nos lleva a las historias de los componentes de su manufactura, desde su ser simple y elemental de colores, texturas y tramas, hasta su diseño y confección de acuerdo a un gusto, a una mirada, a un signo. Aquí se decidió que la invitación no se hacía para ver la historia de una época y sus transiciones, sino el largo transcurso de la historia natural a la humana: las manos que seleccionaron, escogieron, midieron o pesaron materiales, los cortaron y cosieron, probaron y volvieron a probar hasta que la pieza ajustara al exacto filón que su portador, hombre o mujer, soñara.
El paso final en la biografía de un vestido, de una capa, de un ceñidor o de un abanico, de una levita, de un saco, o de la ropa de dormir, trasciende al ritual del tiempo: es la huella de generaciones de hombres y mujeres, sus propietarios originarios y de los coleccionistas que los resguardaron para, finalmente, desdoblarse en otra naturaleza: la de ser patrimonio de todos en el Museo Nacional de Historia. Por ello aquí se pueden conocer formales atavíos que vistieron en su vida Hidalgo, Morelos, Guerrero o Madero, y admirar, a un tiempo, ternos de ceremonias de mujeres, niños y hombres de la común vida en sociedad que nos develan un universo de convenciones y sensibilidades que, en arbitrio común, unen a las sociedades modernas.
Sea por su delicadeza o por el encanto compartido, especial deleite causan en mí el vestido de baile que hacia 1890 creó Charles Frederick Worth, quien fue el primer diseñador de modas que firmó sus obras; un tocado de Balenciaga de 1950; el sobretodo de ese mismo año de María Pavigmani o el vestido de Coco Chanel que, firmado en 1930, está realizado en tonos de profundos verdes que, en la evocación que hacen mis sentidos, es negro. Metamorfosis que aparece, quizá, porque al recorrer con ella los caminos de esta exposición recuerdo a cada paso a Yves Saint Laurent, para quien el negro es más que un color, “es un trazo de lápiz que dibuja la línea sobre la hoja blanca. Es el color de los retratos del renacimiento, de Clouet, de Ágnes Sorel, de Frans Hals… es el color de Manet”.
En sí mismas, las piezas del vestir anuncian una estética. En Hilos de historia, en el Museo Nacional de Historia, como referentes de la memoria, nos invitan a pensar esa estética. Son, para decirlo con pocas palabras, una finalidad sin fin, pero con una historia redonda
. Se proyectan como una transcripción de la realidad: no como su artificioso reflejo, sino como su huella, frágil y, a un tiempo, tangible.
Al ser piezas cargadas de signos, en el museo dejan de ser sólo objetos, extensiones de una persona con nombre y apellido para relacionarse con lo más humano en fragmentos del tiempo. Relación difícil, compleja, nunca sencilla pero siempre fascinante en ese río que es nuestra historia. Es, como lo dijo Salvador Rueda Smithers, una especie de gramática cuyas reglas se aplican consciente o inconscientemente para expresar una realidad vivida
.
Los vestidos puestos aquí a nuestra vista son historias que llevan a otras historias: las de la agricultura, de las ingenierías, los diseños, las manos industriosas, la economía, la ergonomía, los valores. La indumentaria que cada día nos viste está cargada de lenguajes de tiempo. Ya Vicente Quirarte recordó aquella frase de Marcel Proust que declara que cuando una mujer se viste con todo el arsenal exigido por la moda, lo hace en nombre de la civilización y no de la frivolidad
.
Hilos de historia está cargada de sentidos. Pierre Bergé lo dijo al recordar la obra de Yves Saint Laurent: Una obra de arte siempre esconde otra
. Allí, en la memoria de nuestra piel, existe un comienzo, la creación de un mundo. José Gorostiza lo expresa como nadie, como si nos leyera: Las cosas discretas,/ amables, sencillas;/ las cosas se juntan/ como las orillas
. Es así como dos gotas de agua, convertidas en rito, tejidas en su trama por hilos de vida, se convierten en caudal.
Twitter @cesar_moheno