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Los 100 años de Gunther Gerzso
Foto
El pintor fotografiado por Gilda Roel para el libro Gerzso en su espejo, publicado por Planeta
S

obre los muros de su casa de San Ángel, a un lado de la chimenea, cuelgan dos cuadros suyos, agresivos, arrebatados, llenos de una cólera sorda que se agazapa tras de planos geométricos, pintados con la meticulosidad de un artesano. Cada una de las dos pinturas tiene un navajazo, una grieta que inspira miedo porque siento que puedo irme por alguna de ellas. Gunther Gerzso es un hombre muy contenido, muy educado, pero también muy desesperado, aunque eso sólo él lo sepa. La ironía en su mirada lo delata, una ironía producto de una formidable inteligencia. ¿Y qué hombre inteligente no cultiva dentro de sí alguna forma de desesperación?

–¿Y bien?

–Es que no sé cómo empezar, maestro...

Gunther Gerzso probablemente no manchó nunca de tinta sus cuadernos escolares –por supuesto jamás se manchó las manos– y me mira desde su infinita pulcritud con cierto desencanto, cierta resignación filosófica mientras saco la libreta y busco la página en blanco. Impecablemente vestido, su sala en la que veo un piano de cola, también es impecable y los libros están impecablemente bien acomodados en los libreros. Nada fuera de lugar, cada cosa en su sitio. Afuera los árboles verdes reconfortan con sus ramas movedizas, porque aquí adentro nada se mueve y hay algo triste en la atmósfera. ¿Por qué si la casa es bonita y ordenada y su dueño también es cortés, apuesto y ordenado?

La entrevista se lleva a cabo porque así tiene que ser, pero no porque Gerzso quiera, al contrario, el desearía que ya hubiera terminado, y yo empiezo por lo más fácil, lo más accesible y no por su pintura, que me hiere y los entendidos consideran abstracta.

“Entré al cine por Francisco P. Cabrera. ¿Sabe usted quién es Francisco P. Cabrera? Un productor que me pidió que hiciera la escenografía de la película Santa, basada en la novela de Federico Gamboa. Yo había hecho escenografías en Cleveland, en Estados Unidos, durante cinco años; hasta fui actor, porque me encantaba el teatro. Nunca pude ser arquitecto y mucho menos marchand de tableaux como mi familia. Vine a México y empecé a pintar. Mire, este cuadro es de aquella época, pero, como la pintura no me daba para vivir, hice maquetas, trabajé aquí y allá... En el cine conocí bien a Felipe Subervielle, a Gabriel Figueroa, al Indio Fernández, a Manolo Fontanals, a Julio Bracho, a Miguel M. Delgado, a Tito Davison. Hice película tras película, varias con Alejandro Galindo, con quien me entendí muy bien; Susana, carne y demonio con Luis Buñuel. Para ambientar las películas tenía que conocer el medio; así descubrí La Castañeda que me deprimió y fascinó a la vez. También vi muy de cerca la vida nocturna de México y los rings de box, así como los gimnasios, donde se entrenaban los campeones sin corona. Estuve contento a pesar de las dificultades y los malentendidos. ¡Ah, y la impuntualidad! Además, el cine me permitió conocer a fondo la ciudad de México. Con El Chamaco, Miguel Covarrubias, y con su esposa, Rosa Rolando, salí al campo en innumerables ocasiones. El Chamaco me introdujo al pasado prehispánico; por el fui a Yucatán, a Oaxaca, a Tabasco. Gracias a mi trabajo como escenógrafo entré en contacto con Remedios Varo, Leonora Carrington, José y Kati Horna, Esteban Francés, y más tarde con Alice Rahon y Wolfgang Paalen, cuando llegaron a México. Los surrealistas vivían en una vecindad en la colonia San Rafael, en la calle de Gabino Barreda; estaban muy amolados, pero tenían gatos, canarios, creo que un perro o dos. ¿No ha platicado con Kati Horna? Ella era una de ellos, así como Benjamín Péret el director del diario La France Libre, un hombre inteligente y comprometido, y primer marido de Remedios. Después, su marido fue Walter Gruen, el dueño de Margolín, la tienda de discos, un hombre valioso también.

–¿Usted no quiso ser surrealista?

–No es que quisiera o no, pinté y pinto lo que tengo adentro.

–Bueno, pero usted hizo algunos cuadros influidos por el surrealismo.

–Los primeros: La Barca, Los días de la calle de Gabino Barreda, donde aparecen Leonora, Remedios, Benjamin Péret y Esteban Francés, y párele de contar.

–¿Por qué pinta así?

–Bueno, pues no sé; uno pinta por las influencias o las impresiones que recibe. Nunca pienso mucho por qué hago esto o aquello; lo hago más bien por intuición. Para analizar y explicar están los críticos, que interpretan la obra de arte y la desmenuzan.

–¿Y el público?

–El público es heterogéneo porque como uno pinta soi-disant abstracto, oye los más curiosos comentarios. Una señora me decía ¡Qué bonito, me recuerda siempre el mar!, y yo nunca, jamás de los jamases, pensé en el mar. O me dicen: ¡Ah, vimos unos cuadros suyos de Chiapas!

“–Pero si no hay ninguno...

“–No, los vimos en la naturaleza, así; eran trozos de campo...

“–¡Ah, bueno!”

¿Será porque Gerzso titula sus cuadros Paisaje de Papantla, Recuerdo de Grecia, Delos, Paisaje del Tajín, Cenote y los relaciona con México? Sin embargo, de paisajista no tiene nada. ¿O será un paisajista de estados de ánimo, cada color una angustia? ¿Un José María Velasco de la geometría y la abstracción? ¿Qué retrata Gerzso? ¿Los estados del alma?

–Conozco México y lo amo. Mis años más felices, creo, fueron los que compartí con los surrealistas.

–Y usted, señor Gerzso, ¿no pertenece a ningún grupo?

–¿Cuál grupo? Nunca hubo. ¿O sí? Fui muy amigo durante mucho tiempo de Leonora, de Remedios, de Kati Horna, que es húngara y una fotógrafa fabulosa, porque en mi pintura hay mucho de surrealismo, pero como me enfermé cuatro años y dejé de pintar dos, cuando volví a la vida ya el cine mexicano había quebrado y mis amigos tenían otros intereses, así es que regresé a la vida, pero no al cine. Cuando trabajaba en el cine, pintaba las 24 horas del sábado y el domingo para recuperar el tiempo perdido; era un pintor de domingos, pero apenas pude me dediqué totalmente a pintar.

–¿Cómo un obseso?

–Tiene usted razón. Soy obsesivo. Pinto todos los días a partir de las 10 de la mañana y paro a las 2:30 de la tarde para comer. En la tarde también pinto hasta que se va la luz. Si uno no pinta hora tras hora todos los días se pierde hasta el ABC de la pintura. Yo estuve seis semanas en Europa y al volver a pintar me quedé asombrado: ¡Pero si esto ya lo sabía yo pintar, si este problema ya lo tenía yo resuelto. Uno cree que más o menos domina el ABC y se da uno cuenta de que se queda uno atorado en el A... Es terrible, pero es así. Decía Churchill que él necesitaba un millón de años para dedicarse a la pintura. Y sí, es verdad. Necesita uno como cinco vidas, y estará uno apenas empezando... Es una cosa desesperante. Pinto todos los días. Lo único que me lo impide es un malestar físico. Claro que si durante la comida me zambullo un platón de enchiladas, entonces no puedo pintar en la tarde. Lo que también puede suceder es que me deprima a la hora de estar pintando: ¡Ésta es la porquería más grande que he hecho en mi vida! Y, sin embargo, al verla un tiempo después de haberla relegado, pienso: Bueno, ¡caramba!, si no estaba tan feo. En realidad no hay fórmulas para pintar; sólo es indispensable el trabajo constante.

–Entonces, ¿eso de la inspiración es puro cuento?

–Así lo creo. Picasso decía: La inspiración me pilló trabajando. Ahora me tengo que poner a trabajar duro, porque hice un contrato con un señor estadunidense que me compró tres o cuatro cuadros en una exposición que hice en Phoenix, Arizona. Estaba yo en Los Ángeles cuando me llamó: Quiero comprar todo lo que usted pinte en un año. Hicimos un contrato con papeles y todo, y ahora estoy empujando un pincelito.

–Y usted, ¿por qué se deprime si está acostumbrado a la farándula del cine?

–Quizá por eso mismo, porque me adapté de joven a la farándula del cine mexicano y la farándula acaba por deprimirlo a uno.

–Pero en la actualidad, ¿por qué se deprime?

—Le dije que me deprimía si al pintar un cuadro no me salía como yo quería, pero creo que esto le pasa a todo mundo. ¿No se sentirá usted deprimida si su artículo queda mal? Además, pintar es un acto solitario, uno está solo frente a la tela. Paso muchos días de soledad, muchos días, muchas horas, muchas. Salgo poco de mi casa, me la paso encerrado. Solo la tela y yo.

–Entonces, ¿no ve a nadie?

–Salgo los sábados, como los campesinos, y voy al centro; veo amigos, librerías y, cuando visito a Inés Amor, me enseña la exposición colgada en su galería.

–Lo vi en la galería de Antonio Souza, en la calle de Berna. Ahí comentaban que tenía usted un gran sentido del humor y que era un conversador irresistible...

–¿Ah, sí? Me sorprende, porque no tengo trato con pintores y sólo voy a exposiciones de vez en cuando –se irrita un poco, a pesar de que a ojos vistas es un verdadero gentleman.

–¿Por qué no va usted, maestro?

–¡No sé! ¡Ah, sí, hay un pintor que me gusta mucho: Francisco Toledo! Hay cuadros que después de verlos cuatro veces uno ya acabó de verlos. En cambio este cuadro de Toledo colgado en casa de unos amigos, cada vez que lo veo, le veo algo nuevo. Hace unos días lo volví a ver y me impresionó, sobre todo después de ver en Europa kilómetros y kilómetros de pintura que son imitaciones de lo que se está haciendo en Nueva York.

–He oído decir en varias ocasiones que sus cuadros, señor Gerzso, son intelectuales; por eso están tan bien concebidos, por eso no les falta ni les sobra nada.

–Al contrario, creo que todo lo hago por intuición. No trabajo con el cerebro; acepto la especie de shock que me producen las cosas. Un cuadro es como una batería que se prende en el minuto en que uno lo mira. Se establecen ondas. ¡No vaya usted a escribir eso, porque si no van a decir: Bueno, este señor es el colmo! (sonríe por primera vez). En fin, todas estas cosas las podrían explicar mejor los críticos: Cardoza y Aragón, por ejemplo, que me parece un crítico importante porque, a diferencia de otros, es un hombre culto, y además un buen poeta. Otro problema de la pintura es si uno es de su tiempo o no. Luis García Guerrero (me señala un cuadro colgado en la pared) pinta una pera; Morandi hace botellas y le da a uno en la mera torre con tres botellas y uno se emociona, y son así de ese tamaño. Uno puede hablar mucho de la pintura, pero el secreto no llega uno a saberlo...

–¿Cuál es el secreto?

–¿Por qué una cosa es maravillosa y otra no? Es muy difícil describir un cuadro con otro medio de expresión. Es como las traducciones: Traduttore, traditore (traductor, traidor) dice el dicho italiano.

Gunther Gerzso, que además de porte aristocrático, tiene una hermosa voz, por vital, por profunda, da por terminada la entrevista.

(Esta es parte de una entrevista hecha a Gunther Gerzso en 1973. En 1984 Gerzso volvió a la escenografía con la película Bajo el volcán, que dirigió John Houston y protagonizó el gran actor inglés Richard Burton. El 17 de junio pasado, habría cumplido 100 años pero, puedo poner la mano en el fuego, a él eso no le habría gustado.)