i vida de perro. Príncipe (Prins, 2015), primer largometraje del holandés Sam de Jong, elige un tono de comedia romántica light para exponer choques culturales en la periferia de Ámsterdam relacionados con la disfunción familiar, el desarraigo juvenil y, de modo particular, el racismo. Problemáticas que en una Europa sumida en la crisis económica (desempleo creciente, escepticismo generalizado, desintegración familiar) tienen en otras películas ilustraciones muy ásperas, adquieren en este relato un tono de fábula moral que apuesta por la reconciliación social y por un multiculturalismo ya irrefrenable.

Ayoub (Ayoub Elasri), adolescente de origen marroquí, debe lidiar en el hogar con la fría displicencia de su media hermana, los fallidos intentos de su madre holandesa por encontrar un novio nuevo y, sobre todo, con la patética decadencia de su padre de origen magrebí convertido en un drogadicto menesteroso. Con la responsabilidad autoimpuesta de volverse remplazo de ese padre y sostén moral de la familia, el joven verá desmoronarse una a una sus confusas pretensiones patriarcales, a menudo de modo humorístico.

Ayoub, el joven macho del hogar disfuncional, es paralelamente, en su clan de barriada, el chico que mayor bullying padece por parte de otros jóvenes holandeses abiertamente racistas y abusivos. Cuando se enamora de una joven rubia ligada al clan de sus rivales, su vida se complica aparatosamente. En la burbuja narrativa que combina paródicamente géneros cinematográficos (cine de acción, comedia juvenil romántica, melodrama familiar), y viñetas de la vida cotidiana en las barriadas populares holandesas, hay lugar para una parábola final sobre los ritos de iniciación a la madurez sentimental y el sentido de una existencia libre de esas penurias circundantes de las que el padre vagabundo es el emblema más conmovedor y trágico. Una fina observación social en un relato de agilidad sorprendente.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. Funciones a las 12 y 17:30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1