arcelona, domingo 5 de julio, antes del recuento del referendo en Grecia.
En Europa las posiciones con relación a la cuestión griega están polarizadas. Los puntos medios no tienen cabida pues el conflicto entre el gobierno encabezado por Syriza y las instituciones de la Unión Europea más el FMI se ha llevado por ahora a un punto extremo.
Las exigencias de los acreedores y las demandas del gobierno griego perdieron la correspondencia. Y, entonces, todo se ha puesto en juego: la situación de la deuda pública, las condiciones del ajuste económico, el conjunto de las reformas que deben implementarse, la permanencia del país en el sistema del euro y hasta la naturaleza misma de la democracia en la región y las formas de gestionarla. No es poca cosa. Sobre todo queda en entredicho la situación de la gente en Grecia hoy y por muchos meses en adelante.
La pregunta hecha a los ciudadanos y que debieron responder con un no o un sí es ésta: “¿Debe ser aceptado el borrador de acuerdo que presentaron la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en el Eurogrupo del 25 de junio y que consta de dos partes, que conforman su propuesta unitaria? El primer documento se titula Reformas para la finalización del vigente programa y después, y el segundo, Análisis preliminar de la sostenibilidad de la deuda”.
La complejidad del párrafo se agrava con el hecho de que las referidas propuestas ya no existen pues caducó la fecha para su aplicación. De tal manera que para los votantes el referendo equivale a aceptar las condiciones que marque la troika o romper y ver qué pasa después. Es así de categórico. Y lo que pasa después es muy incierto, sobre todo en un sentido político.
Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo, dice que de ganar el no, Grecia tendrá que introducir otra moneda pues el euro no estará disponible. De ahí en adelante será un caos para hacer pagos de todo tipo, de los salarios, de las pensiones y de las deudas, así como para recaudar los impuestos. Los bancos tendrán que cerrar y el corralito no podrá suspenderse.
Varoufakis, el ministro de Finanzas, dijo, apenas un día antes de la votación, al diario español El Mundo, que de una u otra forma habrá arreglo. De ganar el no cree que el gobierno tendrá mejores cartas para negociar con la UE y el FMI. En caso de ganar el sí, dice que Tsypras irá a Bruselas y firmará prácticamente lo que le pongan enfrente. Los escenarios, claro está, pueden ser muy variados incluso dentro de estos perímetros.
En todo caso las expectativas del ministro apuntan a que el euro se preservará y que el martes mismo abrirán de nuevo los bancos una vez que se restablezca la línea de liquidez de emergencia del Banco Central Europeo. Incluso desde esta postura las ventajas para Grecia a corto plazo serían sólo marginales, y esto es parte clave del modo en que este juego se ha planteado. El ministro abrió su juego desde la primera vez que se sentó a la mesa del Eurogrupo hace más de cinco meses, de inmediato hizo claro su bluff y lo mantuvo, los del otro lado de la mesa hicieron sus jugadas en consecuencia.
El ministro ya pintó su raya y de imponerse el sí renunciará de inmediato. Alude a una cuestión de principios, pero están las responsabilidades sobre todo si el gobierno es quien convocó a los ciudadanos a decidir y ejercer su soberanía. Este llamado tiene una relevancia esencial en la estrategia de Tsypras y el mismo primer ministro podría tener que irse.
En la UE nadie habla del sentido democrático de las pautas de la larga austeridad que rige las políticas públicas desde hace siete años, ni del que se deriva de los ajustes fiscales y su repercusión social. Todo esto se hace por un grupo de políticos que actúan más allá de las fronteras donde representan a sus respectivos gobiernos. Esta es una clave que no puede quedar fuera de la discusión en un terreno que rebasa a Europa. El tema no debería seguir secuestrado.
En las perspectivas sobre el conflicto pesa el hecho de que todos tienen mucho que perder en una ruptura. La UE por el impacto en el proceso de integración y para el mercado financiero que funciona en euros. Grecia representa sólo 2 por ciento del PIB de Europa, pero el tamaño de su deuda y la interrelación de los bancos es un asunto relevante y riesgoso. También queda el referendo pendiente en Gran Bretaña sobre su permanencia en la UE. Además, crece la tensión política que define en este periodo las relaciones de Europa con Rusia, hay ya varios frentes abiertos y Grecia puede ser el siguiente.
En una sociedad tan crispada y con gran desgaste económico el voto pone de manifiesto la disyuntiva entre la voluntad de seguir en el euro y el deseo de preservar lo más posible el patrimonio de las familias y, por otro lado, la forma de expresar el rechazo a las condiciones de la austeridad y del ajuste que se impone desde el eje Berlín-Bruselas. En otros países de la región se reclama que el gobierno griego ha eludido los ajustes necesarios en su economía, pero igualmente está la cuestión de que el alto nivel de la deuda no es sostenible y que cualquier nuevo acuerdo en la UE debe considerar este hecho. En esto Varoufakis tiene la razón. Hasta el FMI lo admite ya abiertamente.
Un momento decisivo del balance sobre el referendo como factor crucial en la crisis griega ocurrirá al conocerse el resultado, otros momentos igualmente cruciales se sucederán más o menos rápidamente. Lo que llevará mucho más tiempo, independientemente del resultado, es sacar a ese país de su profunda crisis, lo que debe ser la prioridad. La UE requerirá en uno u otro caso un amplio trabajo de hojalatería, pero sobre todo una profunda afinación de un motor que se había planeado como de tipo turbo y cuyo diseño y operación acabó como un viejo mecanismo de carburadores.