remiado como mejor documental en el pasado festival de Sundance (lo cual no es ninguna garantía), Tierra de cárteles, de Matthew Heineman, no se ocupa de los diferentes cárteles que rigen en México, sino enfoca los esfuerzos de los civiles por impedir su avance.
El protagonismo se divide entre dos personajes: en la frontera norte, un veterano del ejército llamado Tim Nailer Foley comanda el llamado Arizona Border Recon, un grupo de extremistas gringos empeñados en que ningún mexicano cruce la frontera hacia su país. En Mi-choacán, el conocido doctor José Manuel Mireles encabeza el grupo de autodefensas que intenta liberar a varios pueblos de la presencia de los Caballeros templarios, una división de la Familia michoacana.
El caso de Foley es menos interesante. Con argumentos similares a los esgrimidos por Donald Trump, el vigilante no distingue entre trabajadores ilegales o narcos. El único mexicano bueno es el mexicano muerto; o, por lo menos, capturado y entregado a las autoridades.
Tierra de cárteles se concentra más en la figura sin duda carismática de Mireles, a quien se le muestra en su cotidianidad –dando consulta como médico, jugando en una alberca con sus nietos– pero sobre todo en su actividad no oficial que Heineman retrata como heroica. (La música de H. Scott Salinas y Jackson Greenberg es enaltecedora con frecuencia). Ante la ineficacia o la corrupción gubernamentales, los autodefensas son vistos como una forma de activismo ciudadano que ha tenido éxito en sus operaciones antinarco. (Como contraste, en varias ocasiones el realizador encuadra una televisión donde el presidente Peña Nieto pronuncia uno de sus huecos discursos sobre la preservación del estado de derecho en Michoacán).
Heineman se la rifa en el campo de batalla y su cámara –operada a veces por él mismo– se adentra en los tiroteos que se suscitan en las calles michoacanas. Así, atestiguamos la captura de un par de supuestos matones apodados el Chaneque y el Caballo, acusados de haber cometido varios asesinatos con saña. Aunque no conocemos su destino, por la forma como son tratados por sus captores es de presumir que ya no circulan entre nosotros. ¿Realmente eran culpables? Esa es una noción que no le preocupa a Heineman.
En otra secuencia, un ciudadano es bajado de su auto y separado de su llorosa familia, bajo la sospecha de ser un Templario. Ya secuestrado, el sujeto no admite nada. Igualmente, no sabremos más de su paradero.
Eso sí, Heineman retrata las cuarteaduras que puede haber en la organización de las autodefensas, en la medida que algunos miembros pueden convertirse a su vez en narcos o dejarse comprar por el ejército. (Un subalterno de Mireles, apodado Papá Pitufo, se pone con gusto la camiseta de policía a cambio de estrenar una ametralladora). El propio Mireles es mostrado ya de capa caída, escapando de un posible atentado. (Un letrero nos informará de su captura y encarcelamiento en 2014).
Según corresponde a un cineasta extranjero, Heineman no puede evitar cierto miserabilismo al mostrar con insistencia el duelo de seres queridos durante el entierro de una familia entera, ejecutada por el narco. Sin embargo, su postura final –según se aprecia en el prólogo y el epílogo del desigual documental– es la de la inevitable desesperanza.
Tierra de cárteles concluye que mientras los estadunidenses sigan consumiendo la droga y haya mexicanos desposeídos, el problema del narcotráfico no tendrá solución. Descubriendo el agua tibia, pues.
Tierra de cárteles (Cartel Land). D: Matthew Heineman/ F.en C: Matthew Heineman, Matt Porwoll/ M:H. Scott Salinas, Jackson Greenberg/ Ed: Matthew Hamacheck, Matthew Heineman, Bradley J. Ross, Pax Wassermann/ P: Our Time Projects, The Documentary Group. EU, 2015.
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