ste domingo el pueblo griego ha sido convocado a un referendo en que decidirá democráticamente si acepta o rechaza el ultimátum y el chantaje que trata de imponer a Atenas la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo, Comisión Europea). En teoría, la victoria del no ( oxi, en griego) no pone en cuestión ni la permanencia de Grecia en la Unión Europea ni en el sistema del euro como moneda única pero, en la práctica, ese triunfo traería aparejada casi con seguridad matemática una reacción brutal contra Grecia de los bancos alemanes y del gran capital financiero y sus agentes gubernamentales europeos para echarla de la UE, lo cual la obligaría a cambiar su moneda.
La decisión inusual, valiente y arriesgada del gobierno de Tsipras y Syriza de someter a referendo la decisión de la política económica en lo inmediato creó fisuras entre Francia y Alemania. Ésta se niega a volver a discutir con Atenas hasta conocer los resultados de la votación, pues espera que el sí supere al no. Ese cálculo no es irreal, porque los primeros sondajes –que dependen de quienes los pagan– indicarían un empate técnico. El presidente francés, François Hollande, planteó un acuerdo antes del referendo, porque teme que crezca en Francia el nacionalismo del Frente Nacional lepenista y del ala izquierda socialista, que acaba de reunir en la revista Marianne (el nombre popular de la República francesa) a 40 personalidades que exigen que Francia apoye a Grecia, entre las cuales se destacan su ex ministro Arnaud Montebourg y los representantes del ala izquierda del partido socialista. Por su parte Barack Obama instó a los europeos a un acuerdo, por miedo al debilitamiento o desintegración de la UE, su aliado principal, y presionó al FMI para que éste proponga un nuevo préstamo inmediato a Grecia de 36 mil millones de euros, 20 años de gracia y una amortización de la deuda en 40 años, todo lo cual refuerza a Tsipras y crea problemas a la CE y el BCE.
Grecia debe 177 por ciento de su producto interno bruto. Toda su producción anual de sus poco más de 11 millones de habitantes no alcanza por consiguiente para pagar ni la mitad de esa deuda contraída ilegalmente por la derecha, que hipoteca la vida de las futuras generaciones de griegos. Según Yanis Varufakis, el ministro griego de Finanzas, se han fugado a Suiza 80 mil millones de euros, 44 mil millones de los cuales pocos días antes del 30 de junio, lo cual deja las reservas en 120 mil millones. La deuda, es notorio, fue impuesta por los bancos extranjeros (Goldman Sachs, estadunidense, por ejemplo, cobró 600 millones para maquillar las cifras y sobre esa base vendió subproductos) y el dinero que Grecia recibió de la UE sirvió para pagar a los bancos, sobre todo alemanes, los servicios de la deuda y para comprar armamentos en Alemania (Grecia, pese a su pequeñez, es el cuarto país de Europa en gastos militares). Sólo 10 por ciento de la ayuda
quedó en Grecia con fines productivos. Ahora la troika no sólo exige que Grecia pague una deuda declarada injusta y que es insostenible, sino que también pretende imponer una política feroz de ajuste que caería principalmente sobre los jubilados y los trabajadores.
Syriza es un partido cuya mayoría cree posible la reforma del capitalismo. No es anticapitalista ni planteó jamás salir de la UE y del euro. Por el contrario, Tsipras y la mayoría de Syriza aceptan pagar toda la deuda –que ni siquiera sometieron a una auditoría– y tienen la ilusión de convencer a los tiburones de las finanzas y sus agentes en Bruselas y en los gobiernos. No movilizaron al pueblo griego ni le explicaron que la UE es una construcción de los grandes capitales, no de los pueblos y ni siquiera de los estados. No dijeron que la deuda era impagable, no prepararon a los griegos para una alternativa ni les mostraron cuáles podrían ser los costos sociales y económicos transitorios de la misma.
Grecia, por otra parte, además del turismo, depende de la industria naviera y de los astilleros navales, pero la pérdida de importancia del Mediterráneo afectó a esas industrias y a los puertos griegos. No es un capitalismo medio o periférico, sino, en realidad, un país dependiente, como todos los balcánicos, pues las principales empresas son extranjeras, depende de la gran finanza internacional, no le permiten tener una política independiente y el capital financiero controla su armamento y sus fuerzas armadas. Tsipras gobierna un país capitalista atrasado y dependiente y, sin salir del capitalismo, busca modernizarlo e independizarlo. En otras condiciones históricas más desfavorables y teniendo en cuenta la imprecisión de las comparaciones, quiere hacer lo que intentó hacer Lázaro Cárdenas. Por eso aceptó la mayoría de las condiciones leoninas que le impone la troika, pero pidió otros 29 mil millones, pagaderos en dos años, la reducción del impuesto al valor agregado en las islas, más recortes a las fuerzas armadas y la eliminación gradual del suplemento al ingreso de los jubilados más pobres. No es anticapitalista, pero no está dispuesto a vender su país y lo defiende. Por eso hay que apoyar al pueblo griego y también críticamente a Tsipras sobre todo después del referendo.
Porque si vence el sí, renunciará Tsipras y posiblemente se irá a casa, pero habrá una gran resistencia popular a las medidas de la troika aceptadas por sus sucesores y podría crecer el nazifascismo y, si vence el no, el chantaje y la agresión continuarán, agravados por el costo de la crisis griega en todos los países de la zona. Y eso podría provocar una situación muy peligrosa en Grecia y en toda Europa, donde el crecimiento caería, en promedio, 3.5 por ciento y otros países podrían pedir las condiciones que ofrece el FMI (y que no ofreció antes a Argentina). Para Washington esa situación sería grave, ya que reforzaría a China y Rusia al crear casos en la UE.