Cada vez más lejos del rebaño
or la naturaleza de su conservadurismo, la Iglesia católica veracruzana se coloca frecuentemente en la controversia. Por lo menos los dos jerarcas más notorios en medios de comunicación, es decir, Hipólito Reyes, arzobispo de Xalapa, y Eduardo Patiño, obispo de Córdoba, ambos nombrados en el inusualmente largo papado de Juan Pablo II, reconocido por su ultraconservadurismo militante.
Los dos prelados dejaron ver en días recientes el perfil intolerante y dogmático que los pinta a plenitud. La semana pasada el arzobispo Reyes llamó plaga
a las madres solteras, con la consecuente reacción de rechazo y protesta de más de una madre. Recogió luego sus palabras, pero ya era tarde y resultó poco verosímil. Intentó atajar el resbalón un comunicado dominical de la arquidiócesis, que arremetió contra los pecados de los medios: la calumnia, la difamación y la desinformación
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Así, trasladó a los medios la culpa de su desliz ideológico, en un vano intento por explicar semánticamente la diferencia entre plaga
y epidemia
.
Al mismo tiempo, el obispo de Córdoba sugirió que los que protestan por la inseguridad –como recién sucedió en Acultzingo y Nogales– suman al mal
y ello sólo complica las cosas
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La prudencia le es ajena al clero veracruzano, que parece empecinado en ofender a una sociedad de suyo suficientemente agraviada por la realidad y los gobiernos.
A la misoginia institucional se suma el reflejo conservador de condenar todo lo que suene a protesta social, sin importar los motivos que dan razón a la inconformidad.
Tenemos una jerarquía clerical a contrapelo de la corriente de pensamiento y sentimientos de una sociedad que, además de agraviada, vive amenazada por la inseguridad. En lugar de ocuparse en tratar de entender y sintonizar con las preocupaciones de su grey, los jerarcas la condenan. Colocan a los que protestan casi del mismo lado que el crimen, porque protestar por la inseguridad equivale a sumar al mal
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Alejados del rebaño, los arzobispos se alejan de todo.