Yo soy como esa arenita
que por el mar va rodando
y en cada rodar va dando
una lección infinita,
que en toda cosa palpita,
la mayor, la más pequeña,
una eternidad que sueña
con ser despertada un día
al Todo del que confía
ser una señal risueña.
Yo soy como el colibrí
y también como el venado
y soy un dolor callado
que no calla porque sí
sino porque canta así
muy mejor que si cantara,
y soy esa piedra rara
que nombran filosofal.
Sin embargo soy mortal
que a la muerte se prepara.
Me gusta la soledad
y gozo la compañía
y mi palabra se guía
por el silencio en verdad.
No hallo en mí una actividad
que no sea contemplativa.
Árbol soy, abajo, arriba,
axis mundi, puede ser,
y oro me puedo volver
o bien lagartija esquiva.
Pajarito de la suerte
soy a veces y otras nudo
ciego con quien nadie pudo.
La palabra que trasvierte
es mi oficio, no mi fuerte
–mi debilidad quizá.
Pero quién me quitará
de ese mester, de tal vía.
Dudo si alguno sabría.
Yo soy lo que soy y ya.
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Desasido de mí estoy
y no ensimismado, en mí,
mas como un abismo abrí
y hasta su fondo me voy.
Ahí todo el tiempo es hoy,
pero también marejada,
y ostra que era yo, cerrada,
dejo entrar una arenita
que nácar me solicita
para quedar redondeada.
Desde esa esfera brillante
miro el mundo de otro modo,
lo que era nada ya es Todo,
la eternidad un instante.
Ya la arena no anda errante,
y bebe en el manantial
el venado, y al rosal
el colibrí suspendido
llega, y oro estremecido
es el lagarto ancestral.
Y árbol soy, y cielo y tierra
y extensión en sólo un eje.
Cosa no hay de que me queje,
camino en paz a la guerra.
Mi voz a nada se aferra,
de todo va desprendida.
Al fin, parece, la vida
le da a mi vida lugar.
Tras de tanto batallar
dejo de ser el que yerra.
¿Acierto puntual? No espero
milagro tal, tal prodigio.
Con no perder el litigio
contra mí mismo, il pensiero
sull’ali dorate, infiero,
a buen puerto llegará,
y después, pues Dios dirá.
Yo me doy por satisfecho,
cual del rocío el helecho
cuando la noche se va. |