uestros comentaristas y politólogos han hecho análisis muy detallados sobre los resultados de las elecciones del 7 de junio. De su lectura destaco como sobresalientes los siguientes: la posibilidad real de que se elijan candidatos independientes, ajenos a los partidos políticos; el incremento de la votación en favor de nuevos partidos, como Morena y Movimiento Ciudadano; el hecho de que la ciudadanía no aplicó un voto de castigo al gobierno actual, teniendo en cuenta los malos resultados de su gestión; la inoperancia de las sanciones aplicadas a un partido político claramente infractor, que las siguió cometiendo sin mayor preocupación; la reducción de la votación total de los partidos de oposición, particularmente el PRD, que no supieron aprovechar el desprestigio del Poder Ejecutivo; la utilización de los preceptos constitucionales como elemento para enfrentar a un grupo sindical, etcétera.
Sin embargo, muy pocos de nuestros expertos se han preocupado por evaluar la trascendencia y la incidencia de la ética en los resultados obtenidos. En el fondo no se ha tratado de investigar qué tanto nuestra ciudadanía tomó en cuenta los valores éticos en las elecciones. No obstante, las encuestas efectuadas con posterioridad a los votantes –por ejemplo los análisis publicados por GEA el 9 de junio para Diálogo México– y los propios resultados nos permiten discernir cuáles fueron los factores prioritarios que motivaron la decisión de por quién votar. Los siguientes comentarios no incluyen reflexiones sobre el proceso previo al 7 de junio, sino exclusivamente sobre lo sucedido ese día. Considero que siempre es necesario, por no decir indispensable, esperanzador y hasta preocupante, saber si la honestidad, la justicia, hablar con la verdad y la congruencia entre el decir y el hacer son factores del futuro de nuestra sociedad.
Desde el punto de vista de la ética, las encuestas efectuadas a los votantes después de las elecciones arrojaron los siguientes resultados: que la confianza en el gobierno federal es muy baja, pues sólo 10 por ciento le otorga credibilidad, y uno de cada cuatro considera que el partido mayoritario es corrupto. Que la percepción de los electores es que el gobierno federal, los gobiernos estatales y los poderes Legislativo y Judicial son evidentemente deshonestos. También es generalizada la percepción de que los privilegios y prestaciones económicas que se otorgan los miembros del gobierno en todos sus niveles, aun cuando aparentemente legales, son indebidas y carentes de ética. La inmensa mayoría de los votantes conocía igualmente los casos de impunidad e inoperancia del sistema judicial en Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán y Ecuandureo, así como los escándalos de las casas blancas. Es también interesante observar el grado de aprobación y confianza de 61 por ciento en el INE, pese al manejo cuestionable e ineficaz del comportamiento del Partido Verde. Y en este aspecto habrá que incluir igualmente el desempeño del Tribunal Electoral.
Sin embargo, probablemente el apartado más importante de la encuesta de GEA es el relativo a la motivación del voto. Los datos obtenidos son reveladores de una cultura que hemos venido construyendo y desarrollando durante muchos años, y que es factor determinante en nuestra compleja y ríspida convivencia actual. Los resultados fríamente señalan que de 47.72 por ciento de la votación total, solamente 8 por ciento de los electores tomó su decisión considerando como elemento primordial la corrupción; únicamente 5 por ciento tuvo en cuenta la educación, y la seguridad sólo fue para 9 por ciento factor decisorio. De acuerdo con la encuesta mencionada, la motivación básica de los electores fue la problemática de la economía personal o familiar, expresada en la necesidad de reducir la pobreza, el incremento de los salarios y el mejoramiento de los niveles de empleo. Al margen de las encuestas, probablemente sí hubo algunos aspectos en los que la ética tuvo alguna influencia. Por ejemplo, en la enorme reducción de votos para el PAN, que desde su origen se identificaba con una filosofía basada en la honestidad, pero con la utilización indebida de los fondos otorgados a sus legisladores puso en los últimos años en evidencia la actitud patrimonialista de algunos de sus miembros y que en el fondo no había mayor diferencia ética con el partido mayoritario. Morena, en cambio, cuya publicidad se enfocaba simplemente a los conceptos de honestidad y eficiencia, tenía un mensaje de compromiso que una porción importante de la población deseaba escuchar y veía con simpatía y esperanza.
Los resultados están a la vista. Sin embargo, la conclusión de la encuesta es que nuestra ciudadanía, desorientada por la publicidad de los medios, da su confianza al partido mayoritario para la solución de sus problemas económicos, cuando en estos tres años de gobierno hemos tenido evidentemente cifras negativas en lo que se refiere al crecimiento económico, el incremento del nivel de los salarios en los puestos formales y, muy claramente, en el aumento de puestos de trabajo. Las cifras de este mes lo ratifican. Por el contrario, los evidentes casos de corrupción, invariablemente minimizados por los medios de comunicación electrónicos, no tuvieron mayor efecto en la decisión de los votantes.
En resumen, lo verdaderamente preocupante es el hecho de que la ética no fue un factor muy tomado en cuenta para decidir el voto de más de 90 por ciento de la ciudadanía. Lo anterior nos lleva una vez más a la conclusión de la necesidad imperativa de incluir como factor fundamental de nuestros programas educativos la formación en valores y de impulsar el desarrollo y la creación de nuevos medios de comunicación que actúen apegados a la objetividad y a la verdad. Para terminar, transcribo un párrafo de una de las exponentes más importantes en la materia, Adela Cortina: Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ningún país puede salir de sus crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad
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