na vez resuelto el asunto electoral, parece necesario considerar de nueva cuenta los problemas que está enfrentando la economía mexicana. En el frente externo, ya se sabe, las cosas son desfavorables: la persistencia de la crisis financiera estallada en agosto de 2007 con sus secuelas en Europa y la reducción del producto potencial de la economía global, son dos factores de mediano plazo que operan negativamente; en el corto plazo, la disminución del precio del petróleo, la inestabilidad cambiaria y la proximidad del incremento a las tasas de interés en Estados Unidos, también operan negativamente.
Es evidente que este escenario adverso está afectando el funcionamiento de la economía. Las exportaciones, mayoritariamente destinadas a abastecer la industria estadunidense, no están siendo capaces de dinamizar al conjunto. La reducción del precio del crudo, junto con la caída de la producción, suman una pérdida significativa de recursos que afectará en mayor medida el cuarto trimestre de este año y los años por venir. La inestabilidad cambiaria, que se traduce en una devaluación del peso respecto del dólar combinada con una apreciación relativa respecto del euro, está teniendo efectos poco significativos por la evolución de la economía europea y de la estadunidense.
Es natural que la dinámica económica no cumpla con las expectativas. La previsión oficial para el crecimiento del producto en 2015 ha sido corregida a la baja por todos los especialistas cada vez que actualizan sus previsiones. La última reducción es la del Banco Mundial, que ha estimado que el crecimiento será de 2.6 por ciento. Seguramente en las próximas semanas veremos que nuevos pronósticos se suman al consenso que reduce las estimaciones cada vez que se revisa el comportamiento observado en las variables económicas relevantes. Frente a esto el gobierno insiste en que el momentum es el de la implementación de las reformas estructurales.
En un acto organizado por el Banco Mundial y el Banco de México, Videgaray ha planteado que el gobierno federal está ocupado de esta implementación, que es un proceso que requiere disciplina y tenacidad para lograr los beneficios de un aumento en la productividad, su flexibilización y una mayor competitividad se traduzca en mejora para todos
. Advirtió que no se actúa contra el ciclo, ni se está estimulando la demanda. Según él se actúa sobre la estructura de la economía. Se trata, por tanto, de acciones que, en caso de ser efectivas, tendrán resultados en el mediano plazo, es decir, entre dos y tres años.
Carstens,en el mismo acto, recitó la vieja letanía: hay que mantener la disciplina presupuestal, fortalecer el marco macro, controlar la inflación, robustecer el sector externo con apoyo del régimen cambiario flexible, cuentas externas sostenibles y libre movilidad de capitales. De no hacerlo, sentenció, quedaremos rezagados en la recuperación económica frente a otras naciones. Lo cierto que esto es lo que los gobiernos vienen haciendo desde hace más de 30 años y, como es absolutamente evidente, no nos hemos adelantado ni un solo paso respecto de nadie en el mundo.
Lo que preocupa es la ausencia de un planteamiento del gobierno federal que intente afrontar las dificultades del entorno. Se insiste en que habrá mejoras si aplicamos eficientemente las reformas, pero los resultados no serán inmediatos. Sin embargo, lo que se vive es un deterioro cotidiano de las expectativas, lo que da cuenta de que el diseño de la política económica no considera la urgencia de implementar acciones que se propongan lograr las metas propuestas.
Entender que se trata de metas, no de pronósticos, es fundamental para exigir que el gobierno actúe contra el ciclo, que ante la contracción del sector externo se trata efectivamente de estimular la demanda. Dada la evolución de las llamadas variables fundamentales existe margen de maniobra suficiente para actuar. El gobierno federal no lo hará por su propia iniciativa. Requerirá que el otro poder se lo proponga. ¿El nuevo Legislativo entenderá que está entre sus responsabilidades esta iniciativa? Obviamente no todos los grupos parlamentarios lo entenderán, pero las fuerzas emergentes debieran impulsarlo.