una semana de las elecciones federales para conformar la próxima legislatura, vale la pena reflexionar sobre el tema de la llamada democracia representativa que supuestamente caracteriza al Estado mexicano. En esta forma de democracia, los diputados son elegidos con el mandato de representar a quienes votaron por ellos, para luchar y defender las opiniones e intereses de éstos, lo cual en nuestro caso es lo último que sucede, tal como hemos visto con los diputados que están por concluir su encomienda. Los resultados son vergonzosos, como lo han sido desde hace mucho tiempo, excepto que ahora con su actuación legitimaron una serie de reformas violatorias a la esencia de la Constitución y que de ninguna manera representan el pensamiento y la voluntad de quienes los eligieron. ¿O es que acaso alguno de esos representantes tuvieron la molestia de consultar a los hombres y mujeres de los distritos donde fueron elegidos, en qué sentido deberían votar? Por supuesto que no; con unas pocas excepciones, votaron de la manera que les señalaron los líderes de sus partidos, indicación seguramente acompañada de una transferencia electrónica de fondos o de un sobre con efectivo, o de verdad votaron suponiendo que las alteraciones constitucionales respondían a los intereses del pueblo, para mejorar la economía o la educación.
Si usted piensa que nada de esto sucedió y está seguro de ello, ¿por qué y por quién fue a votar ahora? Esta, creo, es una pregunta que es necesario hacernos. Porque es el Congreso (en teoría) el único candado que tiene la sociedad para impedir que el país siga siendo saqueado, violado y destruido por el grupo que detenta el poder y que ha venido haciéndolo durante las tres pasadas décadas por lo menos. A juzgar por los resultados que favorecen a los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Verde (PVEM), me parece que fuimos la minoría quienes razonamos nuestros votos. Yo voté por el candidato de Morena, porque su plática, su compromiso y su forma de pensar y actuar me convencieron. Hablo de Cuitláhuac García, candidato del distrito de Xalapa, un joven maestro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Veracruzana, quien tiene además el aval que representa Andrés Manuel López Obrador, pero sé que ello no será suficiente ante el panorama desolador manifiesto en todo el país, con una nueva legislatura cuya mayoría es ajena a los intereses nacionales.
¿Cuántos representantes de la nueva legislatura actuarán de manera ética y digna?, ¿cuántos son los que estarán a las órdenes de Peña Nieto y compañía?, ¿con cuántos representantes contarán ahora las empresas televisoras para defender sus intereses?, ¿cuántos en cambio lo serán de los millones de indígenas que habitan en el país? o ¿cuántos más estarán representando a los habitantes de los barrios pobres de nuestras ciudades? Basta ver los resultados de la elección, para que nos quede claro que la respuesta a nuestros anhelos de democracia nada tiene que ver con la realidad que enfrentamos, y por ello un gran cambio es no sólo necesario, sino urgente.
Los esfuerzos, las ideas y los proyectos para lograr este cambio son muchos, afortunadamente. En días pasados pudimos leer en La Jornada el manifiesto a la nación que un grupo de académicos publicó, planteando la necesidad de un cambio de modelo económico para el país, realmente inteligente y factible, que muchos más suscribimos de inmediato. Sin embargo, algo más hace falta; en lo personal considero que es estrictamente necesaria la convergencia e integración de todas estas iniciativas, así como la de los diferentes grupos que trabajan o han presentado estas propuestas, no importa si pueda haber diferencias entre ellos, ya que en esencia todos proponemos, desde la sociedad civil, un cambio estructural para la nación.
Pero hace falta algo más: se trata de construir y mantener una estrategia que permita lograr los cambios que la nación necesita; una estrategia de combate, no en el sentido militar, sino de la inteligencia, que por la vía pacífica y política, pero exenta de inocencia, nos permita llegar adonde necesitamos; una estrategia de combate para vencer y hacer a un lado a los que han traicionado los intereses del país para imponer el modelo de explotación, impunidad y violencia en el que vivimos y para asegurar que la historia de las revoluciones, que terminan siendo traicionadas por quienes en un principio lucharon por ellas, no se repitan más.
Llevamos ya varias décadas gobernados por regímenes de derecha, con visiones de corto plazo, egoístas, miopes y poco respetuosos de las leyes, las cuales modifican de acuerdo con los intereses dominantes, mientras los grupos llamados de izquierda o progresistas permanecen divididos o han sido corrompidos desde el poder. Sólo la presencia de un liderazgo fuerte capaz de aglutinar a todos los que amamos a nuestro país, con un anhelo de progreso, de justicia social, de un futuro mejor para las nuevas generaciones de mexicanos, como fue la convocatoria de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, a cuya trayectoria de honestidad acompañaba el símbolo nacionalista y la herencia del general Lázaro Cárdenas, máxima figura política mexicana del siglo XX, junto con Emiliano Zapata.
¿Podrá hacer esto ahora Andrés Manuel López Obrador? Lo creo posible, a condición de que logre un acercamiento con todos estos grupos ya mencionados, así como a otros que en el futuro reconozcan la necesidad del cambio que hoy nos planteamos, integrando una alianza política y social sólida, reconociendo la razón y capacidad de lucha de cada uno de ellos. No se trata de una competencia de ideas para premiar a la mejor, sino de extirpar el cáncer de la corrupción e impunidad que han prohijado los grupos incrustados en el poder, la cual hoy erosiona a la sociedad mexicana, imposibilitando cualquier intención de cambio.
Termino este artículo mencionando que hoy en día las tecnologías de la información y la comunicación están generando el surgimiento de poderosas redes sociales, haciendo factible la instrumentación de mecanismos que dan pie a una posible reforma nacional, con el fin de incluir instrumentos efectivos para una democracia que, además de ser representativa, pueda ser participativa en cuanto a los grandes temas de interés nacional.