n la Reunión de la Economía Mundial, que llegó este año a su edición 17, se nos plantearon nuevas incógnitas, así como viejos a la vez que novedosos dilemas que la gran recesión plantea a las sociedades avanzadas, en particular a las europeas. Ninguno de ellos nos es ajeno, ni podemos desacoplarnos
de sus impactos, como ingenuamente llegó a pensarse en los primeros encuentros con la gran crisis.
Estados Unidos, por su parte, parece listo para escaparse del pelotón recesivo, pero sus disposiciones efectivas para cambiar de velocidad, que suponen capacidades políticas amplias y sostenibles, no están claramente a la vista. Sin liderazgo en términos de dinamismo económico, sin locomotora
, como se dice, pero sometido al predominio teutón aferrado a sus dogmas austericidas
, el viejo continente apenas se mueve en torno a tasas de crecimiento ínfimas y a la baja, dado el peso de la economía germana y su presente tendencia al estancamiento.
Junto con la nefasta coordinación impuesta por los bancos y acreedores de todo tipo y aplicada con firmeza de hierro desde Bruselas, siempre pasando por Frankfurt, el espacio europeo, en especial el del euro, se debate entre los polos de la prolongada recesión y los embates del extremismo cuasi o protofascista, con su cauda de odio y xenofobia salpicada por una intrigante apelación a los peores instintos defensivos de los viejos, o casi, de los desempleados de larga duración y de los que de plano optan por pasar de largo a un mercado laboral hostil y cruel.
Y sin embargo se mueve. Desde el sur, Grecia y ahora España construyen nuevas apelaciones e interpelaciones y tratan de mostrar y demostrar que no hay tal cosa como un solo camino ni pensamiento único que no permita alternativas. El oxidado bipartidismo ibérico se conmovió con las elecciones locales y comunitarias y el desafío intemperante y refrescante de Podemos y Ciudadanos.
También han tenido que hacerlo los grupos, coaliciones y partidos emergentes, desde la izquierda un tanto variopinta y una derecha que busca cambiar la piel de sus adscripciones más añejas, que el PP ha vuelto harapos. O tatuajes del todo indeseables por los señoritos y modernizadores que buscan repintar el muro heredado de la famosa transición. En una trepidante carrera en busca de pactos entre partidos y coaliciones, fintas, bravatas y necedades, el sistema político español reaprende a conversar y, más que nada, se somete a un tratamiento intensivo, de shock dirán algunos, sobre las limitaciones más ásperas de la política del partido único; único, al menos, como gobernante inapelable, como se concibió a sí mismo el PP del inefable Mariano Rajoy.
Nuevas coaliciones se asoman en el horizonte de la democracia española, que da muestras cada vez más alentadoras de capacidad de inclusión, renovación representativa y hasta generacional, mientras se aguzan sus ingenios y destrezas tecnocráticas para salir de la trampa de la teología económica en que los metió la soberbia de un europeísmo mal entendido y peor puesto en acto.
Buenas, sobrias noticias vienen del sur y de la periferia europeos. Capacidad de renovación, retórica, pero no sólo, a la vez que enmarcada con fidelidad en los criterios de una democracia que ha presumido ser de vanguardia por sus pretensiones y potencialidades civilizatorias, condensadas en las recreaciones y compromisos con unos estados de bienestar pujantes, a la vez que sólidos y con capacidad de durar.
Esperemos que el aliento y la esperanza florezcan y lleguen a nuestras playas, hoy tan apabulladas por la estridencia y la amenaza infame que sin imaginación alguna busca canalizar su furia, nada menos que en el boicot electoral, como si todo lo demás estuviese resuelto. Qué espectáculo de desperdicio y desolación nos dan hoy supuestos o sedicentes maestros que en vez de deliberar y exigir diálogo, buscan prebendas con negociaciones bajo cuerda y bajo la mesa.
La clase de civismo quedó, por desgracia, debidamente archivada por otros supuestos modernizadores de la pedagogía... Qué pena.