tros 43 muertos. Dicen el gobierno y sus voceros que se trató de un enfrentamiento… en el que hubo 42 muertos de un bando, uno del otro. Ningún herido. Ningún prisionero. A quienes dicen que esa es la violencia de la guerra les respondemos que esa no es la guerra, es el terror. A quienes dicen que eran narcos, a quienes culpan a las víctimas (sin formación de causa, sin juicio ni pruebas) les recordamos que esos son los argumentos que permiten justificar un tipo particular de terror: el terror de Estado.
La violencia de la guerra adquiere varias formas: en el propio campo de batalla, la violencia heroica y romántica
, que permite construir estatuas. Los gritos de los mutilados, los de quienes enloquecen de terror. El horror de las ratas panzonas de carne humana
. La sangre de los fusilados al término de la lucha. Más bárbara aún es la violencia fuera del campo de batalla: solemos olvidar que en la guerra las personas –predominantemente varones jóvenes– se matan en acciones estrictamente militares y, más allá de éstas, aprovechan para robar, vejar, violar, desterrar, herir y matar a las personas indefensas, que constituyen la mayoría de la población. En las guerras mueren más civiles que militares, ya sea por los efectos directos de la ira de los varones armados, ya por las hambrunas y epidemias. En muchas guerras, el cuerpo de las mujeres y las personas de los vencidos de ambos sexos, forma parte del botín.
El terror es una forma de violencia que se da en la guerra, pero también fuera de ella. Puede ser ejercido por organizaciones subversivas, redes criminales y por el mismo Estado en un contexto que, aunque se parezca a la guerra, no lo es. Los estados que recurren al terror para alcanzar sus objetivos, perpetran las ejecuciones extrajudiciales, tortura y desaparición forzada para destruir a sus opositores y amedrentar a la población. En México hemos vivido esas experiencias en 1913 y, de manera más focalizada, en los años sesenta y setenta volvieron a aplicarse esos métodos, sobre todo en el estado de Guerrero, como lo demuestra el informe de la Comisión de la Verdad de ese estado (https://mx.search.yahoo.com/search?p=salmeron+miedo+verdad&fr=yfp-t-204 ).
El terrorismo de Estrado funciona cuando amplias capas de la población lo abstraen, cuando eluden su existencia: millones de argentinos fingieron que nada pasaba mientras su selección elevaba la Copa del Mundo en 1978. Mucho se ha escrito sobre los alemanes de a pie y el Holocausto, pero algunas cosas van quedando claras: para no enterarse del Holocausto, del exterminio sistemático de comunidades enteras, había que decidir no enterarse, había que cerrar los ojos, o había que quedarse callado, como lo expresan aquellas líneas atribuidas a Niemöeller o a Bretch: “Cuando los nazis vinieron por los comunistas / me quedé callado / yo no era comunista…”
Hoy aparecen en México todas las facetas del terrorismo de Estado. Y cada vez que algún evento rebasa las páginas de la nota roja, vemos a los voceros extraoficiales del régimen y a numerosos ciudadanos que se expresan igual que aquellos alemanes, aquellos argentinos, cómplices por omisión. Los desaparecieron porque andaban en malos pasos
o peor aún, “porque eran cómplices del narco” (http://www.jornada.unam.mx/2015/01/ 13/opinion/019a2pol ).
El terror de Estado se ejerce arbitraria y selectivamente contra las redes criminales, sin mayores resultados que la acumulación de muertos y el desprestigio de las instituciones. Y se ejerce también selectivamente contra las organizaciones sociales con propósitos de control político, con el objetivo de imponer su proyecto, o los resultados prácticos de su proyecto. La espiral parece interminable, cambian de color partidista los gobiernos, y la respuesta es la misma, y cada vez peor.
Y, sin embargo, en nuestros viajes por el país, vemos una sola alternativa dentro del marco institucional: los candidatos de Morena y sobre todo, sus militantes de a pie, poner esos temas en el centro de la discusión, como ha hecho Pablo Sandoval en Guerrero, comprometiéndose a la liberación inmediata de los presos políticos (cuyo emblema es Nestora Salgado), a atender las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y a consensuar los nombramientos de justicia, seguridad pública y educación con las organizaciones afectadas por la represión y con los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Otro modo es posible, y no sólo porque así se ofrezca en campaña, sino por la organización que exigirá a estos candidatos, y por la relación orgánica de los militantes de base de Morena con el movimiento social.