El cantante gitano y Héctor Infanzón se presentaron en el cierre del Oasis Jazz U Latin
Lunes 25 de mayo de 2015, p. a12
Cancún, Quintana Roo.
A los asistentes a la Arena Oasis, Diego El Cigala cantó con dolor profundo que hizo gozar, sentir el drama de la vida, en el cierre del Oasis Jazz U Latin Fusion 2015, en una noche en que el flamenco hizo química y alquimia con el bolero, la rumba y todo lo que se pueda imaginar, en esta época donde la pureza es un tema caduco, si alguna vez existió.
El aforo en la Oasis Arena estuvo al máximo ante la expectación colectiva para escuchar Niebla del riachuelo, Lágrimas negras y otras melodías que rememoran a Bebo Valdés, el maestro del piano que se hizo un clásico en la vertiente popular.
Aún perviven los ecos del arte sonoro de Eddie Palmieri, quien un día antes, el viernes, dio un concierto memorable, como todos los que ofrece en el mundo. Eddie es una alternativa musical internacional y no se avizoran herederos. Será el último de los genios de una generación. Cada concierto es una oportunidad única y algún día irrepetible.
Tributo de El Cigala
Por su parte, Diego El Cigala llegó con su nuevo cargamento de canciones, sintetizadas en el disco Romance de la luna tucumana, un tributo a voces como las de Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. Otras nostalgias, otras añoranzas.
En la superficie está su esencia, el flamenco, su raíz, su tierra, lo gitano que se cobija con la amistad, donde se dé.
La cultura de los errantes es un sentimiento.
Diego ha mejorado su expresión, su estilo. Cada fraseo, una inflexión. Tal fue el caso de Historia de un amor, otrora éxito en la voz de Pedro Infante, donde la letra alude a un amor como no hay otro igual, que hizo comprender todo el bien, todo el mal...
Diego hila boleros que en México se consaben porque están en la memoria colectiva.
Un trago amargo se aminora con una canción. Sin música los sentimientos se harían una masa informe, monstruosa. Los conciertos son un vómito del alma.
El público sana sus heridas y se relaja con el bálsamo catárquico. Sin música, la locura sería pan cotidiano.
Diego aporta. Cada asistente se hunde en sus recuerdos, en otras ciudades y con otra gente.
El Cigala, el pez del flamenco, provocó una oscuridad visible, como en la vieja novela.
Antes que él, Héctor Infanzón trajo el Distrito Federal a Cancún, a este paraíso. Defeño de cuño, tocó temas de su disco Citadino, basado en la idea de lo que hace un capitalino al cruzar la ciudad, lo que huele, oye, siente.
Al piano, con su cuarteto comenzó con El vago, canción sobre un personaje al que las suegras llamaban aplanacalles, comecuandohay, saltapatrás, un don nadie que enamora a las muchachas.
Como en feria es el título de una composición-respuesta a la pregunta de ¿cómo te fue hoy? Millones de chilangos saben que no hay otro sino. Diario es día de feria. En las pantallas se proyectaban imágenes del DF en cámara rápida. La urbe es un hormiguero y al cruzar el Eje Central, a la altura de la calle Madero, Infanzón ve un símil de una batalla medieval, en la que los caballeros chocarán. El camino es para el que viene y para el que va, recuerda Alfredo Zitarrosa.
En toma picada, hacia arriba, la Torre Latinoamericana se ve portentosa, símbolo de la urbanización.
Los chilangos presentes que huyeron por estos días del DF para olvidar el diario trajín hoy no pudieron hacerlo. Infanzón no los dejó.