Domingo 24 de mayo de 2015, p. a16
Scherezada, en pleno acto de hermandad, pidió a su padre permiso de casarse con el rey Schahriar, con la valiente intención de salvar la vida a todas las jóvenes del reino entre las que se encontraba su manceba hermana Dionizada. Así las libraría del terrible alfanje del monarca.
Ese es el preámbulo de un centenar de cuentos germinados por la lengua árabe y sus tradiciones virulentas. Después de haber leído Las mil y una noches no imaginaba que pudiese existir un libro similar en nuestro país, donde se encontrara el acervo del imaginario y sabiduría popular de cada rincón de México.
Pero aquí están los relatos aglomerados en el libro Cuentos populares mexicanos que publica el Fondo de Cultura Económica, en el cual, en andanzas de recopilador y rescritor, el poeta Fabio Morábito, con paciencia de relojero, logra reunir un engranaje preciso para el armónico funcionamiento, entre prosa y trama, de un cúmulo de narraciones.
No todo fue tan fácil
El cuento popular mexicano no contemporáneo o relatos orales fueron objeto en el siglo XX y hasta nuestros días de muchas investigaciones que abordan también la geografía nacional. Etnólogos como Franz Boas y Konrad Theodor Preuss, el lingüista y folclorista Stanley Robe, sin dejar fuera al sociólogo Pablo González Casanova , forjaron trabajos hercúleos para reunir gran cantidad de esos relatos que plasman el habla popular mexicana.
En ese contexto, este libro representa el trabajo de muchas personas, un vasto quehacer de estudios etnológicos, flocloristas y de rescritura, con la finalidad de rescatar una antología que, como hondas raíces, resistirá los estragos del tiempo y estará entre nosotros de generación en generación.
El color del relato
Tres rostros mulatos en las proximidades de un cerrojo fisgonean a una infante desarrapada, con la melena cárdena y la mitad del cuerpo verticalmente renegrida. En la contraparte albina, a simple vista, su mano denuncia el mutilamiento del meñique y una gota de sangre, cual lágrima, representa un pesar remoto de la muchacha con la mirada perdida y de nombre Blancaflor.
Se trata de la ilustración del cuento Friega Tiznados, el cual hace mención a una princesa, quien después de anunciar a su padre: yo lo quiero como la sal
, éste provoca a su hija una serie de infortunios.
En las páginas se encuentra el relato de los tres hermanos en busca de la muerte con la intención de dar fin a las faldas de un árbol, para así dejar de ver a las personas desmoronarse por la partida de su parentela.
Varios cuentos están ilustrados por Abraham Balcázar, Israel Barrón, Manuel Monroy, Juan Palomino, Ricardo Peláez, Isidro R. Esquivel, Santiago Solís y Fabricio Vanden Broeck. Dibujos que se inspiran en instantes o símbolos, ofrecen pistas acerca de las situaciones de las narraciones, o nos acercan a la brisa o al maremoto que estamos por leer. Tienen una característica singular: coactúan con el título de los cuentos, provocando tremenda incertidumbre antes de poner a trabajar las pupilas y la imaginación.
Los cuentos presentes
Error será pensar que los cuentos del libro tienen algún orden específico: de arriba a abajo, circulares, de pasado a futuro, sin tiempo definido o de tierras a veces desconocidas y alucinantes, esos relatos representan un extenso río de aguas turbias formadas de límpidos sentimientos y nostalgias.
En su composición, guardando la trama en resquicio, son simplificados más no simplones. Si algo aprendemos de su lectura es que el cuento ideal debe ser sencillo, como por antonomasia lo es el danzón: cuatro pasos en cuadro. El escritor y el lector en estas páginas, en suplencia de los danzantes, saben que esa brevedad, ese instante sintetizado debe ser el vericueto perfecto para llegar al final de un relato al son de la inverosimilitud.
Cuentos populares... recuerda los relatos hogareños de la infancia que al mismo tiempo son consejo o escarmiento en cabeza ajena para no convalecer ante los estragos de la lujuria, la avaricia y el orgullo.
No piden licencia a Scherezada para exponer la vasta sabiduría popular y, sobre todo, el ingenio mordaz y tozudo del mexicano.
Concluimos este texto citando las primeras y sabias palabras de Las mil y una noches:
Que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra, y se reprimirá. Por esto: ¡Gloria a quien guarda a los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!
Una característica más del libro: nos recuerda que lo que nos identifica como humanidad es el humilde oficio de contar historias.
Texto: Luis Enrique Trigo Villagómez