Opinión
Ver día anteriorSábado 16 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infancia y sociedad

Pobres niños pobres

Q

uisiera tener oportunidad de conversar con Agustín Carstens, gobernador del Banco de México y amigo distinguido del FMI. Para romper el hielo, primero le preguntaría si le gustan los cacahuates japoneses. Luego le hablaría de mis inquietudes acerca de por qué los economistas no hablan de los niños, aunque son un sector que con su trabajo precoz participa en la economía. Trataría de averiguar si él produce o sólo anuncia los catarritos, y cuál es la diferencia entre una pulmonía y un catarro en el terreno de la economía. Finalmente, después de indagar si él está enterado de que en México la gran mayoría de los niños viven en pobreza y pobreza extrema (21 millones), le preguntaría: y usted, ¿de qué se ríe, señor Carstens?

Mucho cambiará el mundo si los economistas llegan a entender que el único desarrollo es el humano, y que para la humanidad el crecimiento más importante es el mental y el espiritual.

Parece obvio que el círculo de la pobreza se rompe o se perpetúa mediante los niños. Ser niño pobre es comer mal, tener mala salud, no ir a la escuela o abandonarla pronto y sobrevivir como se pueda: trabajando en condiciones de abuso y explotación; escapando por la puerta falsa de la delincuencia y del crimen organizado y teniendo hijos irresponsablemente, para reproducir en ellos sin quererlo la propia vulnerabilidad cultural y económica.

Son pocos los economistas –pero sí los ha habido– que han señalado a la infancia como la mejor inversión de un país. Destaca el estadista James P. Grant (1922-1995), quien como director internacional del Unicef propuso una revolución de la economía mundial por medio de la infancia. (Ver Estado mundial de la infancia, 1984, del Unicef).

Por eso sorprende mucho que en su reciente visita a México el premio Nobel Joseph Stiglitz haya expresado preocupación por la pobreza de los ancianos, pero no por la de los niños; que haya criticado la austeridad en programas sociales y otras políticas macroeconómicas, pero sin subrayar la importancia de invertir directamente en la infancia para combatir la pobreza y asegurar el desarrollo real.

Dan ganas de reír y de llorar cuando escuchamos a las aseguradoras (las afores) recomendar el ahorro personal para proteger la vejez futura. Pero, ¿de dónde pueden sacar nuestros pobres para ahorrar? ¿Estarán conscientes de que nuestros niños envejecen desde ahora; que 36 por ciento de los que trabajan lo hacen 35 horas por semana? ¿Sabrán que sólo uno de cada 10 niños mexicanos vive en estado de bienestar? Precisamente en sentido económico, hoy como nunca hay que defender la certeza de que infancia es destino.