E
l desarrollo del país no sólo depende de la voluntad del gobierno
, afirmó Enrique Peña Nieto el miércoles pasado al clausurar la convención ganadera en el puerto de Veracruz, pidiendo trabajar en unidad, con pensamiento positivo y optimista para modelar el México que todos queremos
. Seguramente, hay muchos que piensan igual que él y coinciden en su modelo de país, como lo confirmaron aplausos y vítores recibidos por su discurso.
Su planteamiento es esencialmente correcto porque una nación en la que el gobierno camina en una dirección, mientras la sociedad camina por otra, o peor aún se encuentra paralizada, es un país sin futuro, y esa es la crisis en la que nos encontramos; sin embargo, la solución requiere no sólo caminar juntos, sino estar de acuerdo hacia dónde queremos ir, y es allí donde está la esencia del problema que es necesario resolver.
El Presidente ha expresado a veces con palabras, a veces con acciones y las más con omisiones, un rumbo para la nación, es decir su rumbo; sin embargo, se ha negado a preguntar si ese es el que la nación, la sociedad o en términos constitucionales el pueblo desea. En este modelo de nación él se coloca por encima de las leyes y pone en esa misma condición a sus colaboradores cercanos, pretendiendo salir airoso de los escándalos de corrupción en los que se ha visto envuelto, al igual que sus subalternos, colocándose también por encima de las leyes, al ordenar la mutilación de la Constitución, misma que al tomar posesión de su cargo juró cumplir y hacer cumplir.
El Presidente nos conmina a caminar unidos, pero nos niega el derecho a saber qué ha pasado con los 43 estudiantes mexicanos de la normal de Ayotzinapa, símbolo hoy de los miles de hombres y mujeres desaparecidos y quizás asesinados en muchos casos por las fuerzas de seguridad a su mando, y símbolo también de lo que para su gobierno representan las escuelas normales rurales. El Presidente pretende que lo apoyemos con entusiasmo, optimismo y confianza, pero que al mismo tiempo que cerremos los ojos ante los niveles de corrupción y prostitución a los que ha llevado al Congreso y a la Suprema Corte de Justicia, al actuar de manera incondicional para satisfacer sus deseos, haciendo a un lado sus propias funciones y responsabilidades, todo por un puñado de dólares o quizás un poco más, poniendo así patas para arriba a las principales instituciones nacionales. Hoy el Presidente nos pide trabajar en unidad, con pensamiento positivo y optimista, mientras nos niega la posibilidad de discutir con objetividad las opciones posibles, impidiendo de manera tajante la libre expresión de Carmen Aristegui, el símbolo más importante del periodismo nacional, con el solo propósito de callar las voces que por su seriedad y congruencia constituyen un punto de referencia en el quehacer de la nación.
Sí, el Presidente tiene razón en su diagnóstico de lo que la nación necesita para lograr el país que debiéramos ser, sólo que para llegar a esa meta hay mucho peso que sale sobrando, y el primero es él mismo. Un Presidente que desprecia al país que ha pretendido gobernar, que gusta de exhibirse con lujos y esplendores reales, mientras nosotros, el pueblo, la prole, lo observemos desde nuestros harapos y entendemos la diferencia que nos separa, un Presidente que le ha puesto la cereza al pastel de la corrupción, que ha sembrado el ejemplo entre gobernadores, secretarios y políticos de hasta dónde puede darse la impunidad y los excesos. Él ha puesto el dedo en la llaga, haciéndonos ver con claridad su mensaje: El desarrollo del país no sólo depende de la voluntad del gobierno; trabajar en unidad, con pensamiento positivo y optimista para modelar el México que todos queremos
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En artículos anteriores he asumido una posición muy crítica respecto de las actitudes y acciones del actual gobierno. Sé que criticar es más fácil que construir, por ello considero importante, además de la crítica, hacer propuestas de solución, y en este caso lo hago con la convicción de tener un planteamiento correcto expresado de alguna manera por otros y pensando en las facilidades que hoy nos ofrece la tecnología, sabiendo lo poco que ha aportado al país el esquema actual de la llamada democracia representativa, proponiendo un cambio estructural del Estado mexicano, donde se den al menos tres condiciones siguientes.
1. La existencia de una componente de democracia participativa, que permita tomar en cuenta la opinión de todos los ciudadanos mexicanos para la realización de cualquier modificación que se intente hacer a la Constitución, de manera que los cambios sean aprobados, no por el Congreso, sino por la mayoría ciudadana en pleno, mediante un sistema de consultas nacionales que opere al menos cada dos años y que permita conocer cuál es la opinión de la nación respecto de la forma como el país está siendo conducido, sobre la solicitud de modificación a la Constitución o de sus leyes secundarias, así como sobre los diferentes temas que sean considerados necesarios de consultar a la nación.
2. Que el poder Ejecutivo sea elegido por las cámaras que integran el Congreso, constituyendo así un régimen de carácter parlamentario, en contraposición del sistema actual en que, de facto, las cámaras están supeditadas al poder Ejecutivo.
3. Que los órganos electorales y el sistema de democracia participativa estén a cargo de una organización ciudadana totalmente ajena a los partidos políticos, dirigida por un consejo formado por personajes de amplia trayectoria y reconocimiento de individuos ejemplares, que adicionalmente renuncien a sus derechos de ser postulados para ocupar puestos de carácter público.
Sé que algunos de estos puntos son temas actualmente en discusión entre diferentes grupos que se han formado con el propósito de proponer a la nación el establecimiento de un Congreso constituyente. Hago votos por su éxito y sobre todo por la realización de un próximo encuentro que permita generar un gran consenso nacional a este respecto.
Twitter: @ecalderonalzat1