alada de un hombre triste. Siempre he escogido el camino correcto. Poco importa a dónde me conduce
. La curiosa moral pragmática del joven empresario neoyorquino, de origen colombiano, Abel Morales (Óscar Isaac), tiene su prueba de fuego en el clima irremediablemente corrupto del Nueva York mafioso de los años 80. Una atmósfera social recreada ya, en épocas diversas, por Sydney Lumet (Serpico), James Grey (Little Odessa), o James Foley (Éxito a cualquier precio), con similitudes elocuentes.
En El año más violento (A most violent year), su tercer largometraje, el estadunidense J.C. Chandor (Todo está perdido), propone una variante de su incisiva radiografía del poder económico y sus saldos corruptores en El precio de la codicia (Margin call), exploración de la crisis financiera de 2008, concentrándose ahora en las dificultades de una pequeña empresa de transporte de carburantes, dirigida por Abel, y sometida al doble asedio de los acreedores y la competencia.
Interesado en superar en eficacia empresarial, rectitud moral y elegancia a turbios rivales financieros ligados a la mafia, el self-made man latino se rodea, como joven nuevo rico displicente, de lujos y comodidades que incluyen una esposa rubia (Jessica Chastain, notable), hija de un gángster reconocido, que suele recriminarle, con ironía, su cauteloso fair-play al cerrar negocios o al cumplir escrupulosamente con los compromisos adquiridos.
La compra de un terreno a un grupo de judíos ortodoxos se complica cuando Abel se muestra incapaz de cubrir el tramo final del adeudo acordado. Una vieja acusación de fraude y los intentos de sus competidores de involucrarlo en acciones criminales, complican aún más su esfuerzo por ser un hombre de principios, antiguo delincuente rijoso con ansias de respetabilidad social.
J.C. Chandor observa maliciosamente el esfuerzo inútil de Abel, nombre con resonancias bíblicas, vinculado aquí a la ingenuidad y a la torpeza, y mantiene las escenas de violencia en un segundo plano, más como amenaza latente que como motor de la trama, destacando el trazo psicológico de los personajes (la esposa, un esbozo de mujer fatal; el protagonista, un arribista culposo, víctima de circunstancias que le rebasan; un Michael Corleone/Al Pacino a la vez fallido y triste).
En antiguas narrativas de cine negro, la mafia cobraba sus deudas de manera implacable, acosando al bravucón infractor del código estricto de conducta hasta hacerle la vida miserable, decidiendo al final su suerte en un sangriento ajuste de cuentas. El director de El año más violento sacude un poco el viejo esquema: la desventura empresarial precipita la caída del pequeño gángster latino que anhelaba pertenecer, de lleno y dignamente, a la clase de los triunfadores de cuello blanco. Poca es la distancia, apenas un ajuste de los márgenes, entre el mundo de corrupción financiera que describía Chandor en El precio de la codicia y el que ahora explora en esta fábula del colapso de las aspiraciones a la respetabilidad social por parte de un ser marginado.
El único triunfo perdurable en el medio social que muestra la cinta supone refrendar, a la larga y en los hechos, un acuerdo tácito entre corruptores y corrompidos, tanto en las finanzas como en la política, ámbitos de la delincuencia tolerada que suelen confundirse. Es esta lección elemental que parece asestarle a Abel, y a la menor provocación, su propia esposa, hija de un viejo capo exitoso y temible, involucrada ahora sentimentalmente con un latino fanfarrón, aprendiz de delincuentes empresarios con mayor solvencia.
En contraste con sus dos cintas anteriores, donde el ritmo de la acción y el tono dramático eran más uniformes y controlados (Todo está perdido era un alarde de contención narrativa, película sin palabras, con un solo protagonista, Robert Redford, enfrentado a una inclemente tormenta marítima), El año más violento apuesta a dos registros que casi se excluyen mutuamente: por un lado, una disección analítica de los personajes en espacios cerrados, con largos diálogos y un mínimo de acción; y por el otro, un recurso a las fórmulas del thriller con persecuciones trepidantes (a lo William Friedkin en Contacto en Francia), y personajes secundarios un tanto esquemáticos, como el inmigrante Julián, conductor apesadumbrado y lloroso, suerte de antítesis o versión más joven del propio Abel Morales. Abogados, policías y mafiosos rivales tienen también aquí escasa relevancia dramática.
Por suerte, la pareja protagonista brilla todo el tiempo. Óscar Isaac (notable en Balada de un hombre común, de los hermanos Coen), construye un personaje de claroscuros enigmáticos, y Jessica Chastain (La noche más oscura, Kathryn Bigelow), es frágil y a la vez perversa; una esposa devota, potencialmente traicionera. Estas dos presencias animan vigorosamente el tercer trabajo de un realizador vuelto ya referencia insoslayable en el cine estadunidense.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1