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Syriza contra el muro
E

l 12 de este mes el gobierno griego presidido por Alexis Tsipras deberá pagar 750 millones de euros, y antes de fin de agosto de este año, 23 mil 600 millones de euros más, que no tiene modo de conseguir. Para el pago inmediato ha ordenado a todas las alcaldías que le cedan sus fondos al gobierno central rascando así el fondo del tarro y paralizando a los gobiernos locales, sus obras y sus servicios, con duras consecuencias para la calidad de vida de los ciudadanos y para el empleo. Manteniéndose en los carriles del sistema ha pagado hasta ahora puntualmente los vencimientos de la deuda contraída por los gobiernos anteriores en complicidad con los bancos prestamistas, sobre todo alemanes y franceses pero, pese a ello, no ha conseguido de sus acreedores-Shylock ni nuevos plazos ni nuevas condiciones para seguir pagando sin hambrear al pueblo griego. Sin embargo, ha aumentado su índice de popularidad a 100 días de su elección a pesar de las acusaciones de traición que le hacen todos los días los comunistas del KKE y los trotskistas de Astarsya, partidos que, fuera de sus críticas feroces y sectarias, no sugieren ninguna alternativa. La mayoría de los griegos cree ver en la política de Syriza y Tsipras y en sus declaraciones nacionalistas y su política moderada la única vía posible en las actuales circunstancias y una lucha honrosa y digna.

Syriza ganó recogiendo miles de votos del partido conservador y del viejo PASOK, el partido socialista de los Papandreu. Triunfó con votos de los moderados y reformistas, más algunos nacionalistas conservadores, que le dieron como mandato renegociar la deuda en condiciones más dignas y menos leoninas, no salir de la Unión Europea y del euro y mucho menos del capitalismo. Tsipras siempre ha sido, desde que era dirigente de Synapismo, el partido eurocomunista griego, un comunista reformista y moderado que tomaba como su modelo de partido y de política al Partido Comunista Italiano de Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer, que quería convivir en el gobierno con los partidos de derecha y creía poder llevarlos gradualmente a reformar el Estado capitalista, dentro de la Unión Europea del gran capital. Syriza, que englobó a Synamos, es una coalición de partidos, algunos de los cuales están a la izquierda de Tsipras y de Syriza (la izquierda, en el último congreso de Syriza, obtuvo 40 por ciento de los votos). Pero esa izquierda interna no es homogénea, pues hay en ella quienes creen que habrá que salir del euro y no pagar la deuda externa, mientras otros creen lo contrario, y ninguno propone medidas anticapitalistas radicales en el país, aunque todos apoyan los conflictos sociales.

Tsipras, por lo tanto, comienza a aplicar la técnica del salami y a tomar medidas, feta por feta, contra esa izquierda, tal como hace en Podemos el español Pablo Iglesias, también de origen y métodos eurocomunistas, también reformista del capitalismo.

El gobierno de Syriza exigió, es cierto, la devolución del impuesto cobrado por los ocupantes nazis y el pago de la deuda de guerra alemana, con algún resultado (el presidente alemán y sectores democráticos alemanes están de acuerdo, pero no Angela Merkel ni los bancos), pero ni realizó una auditoría de la deuda, que declara injusta, ilegal e impagable, para reducirla unilateralmente, como hiciera Ecuador, y no discute con el pueblo griego qué hacer si los acreedores le siguen exigiendo a Grecia su libra de carne y el país tiene que entrar en cesación de pagos.

La negativa a pagar la deuda y la consiguiente salida del euro y de la UE obligaría a Grecia, en efecto, a emitir otra (u otras) monedas de pago interno y a una brutal devaluación. La misma atraería muchos turistas a un país bello y baratísimo, pero encarecería enormemente las importaciones sin las cuales no funciona la vida cotidiana en Grecia, reduciría brutalmente los salarios reales y el empleo y daría un gran impulso a la emigración de todos los que tengan una capacitación intelectual o técnica. Además, expondría a Grecia a una enorme fuga de capitales y, en el mar Egeo, a una posible agresión turca para apoderarse de las fuentes potenciales de petróleo y terminar de ocupar Chipre. Sería un salto al vacío en lo oscuro y la mayoría de los votantes de Syriza, que son moderados y le dieron un mandato moderado, esperando mejorar su calidad de vida, podrían buscar entonces otras vías políticas, por desesperadas que sean, sin excluir a la extrema derecha neonazi de Alba Dorada.

Syriza no es un partido preparado para enfrentar y dirigir un proceso caótico como el que ese escenario crearía y para encabezar una lucha que lleve, no sólo fuera de la UE, sino fuera del capitalismo, y no cuenta con el apoyo de nadie en esa perspectiva, ni del movimiento obrero europeo y la izquierda, muy debilitados, ni tampoco de Putin y el imperialismo ruso que heredó del zarismo los intereses geopolíticos en esa zona del Mediterráneo oriental porque el gobierno ruso, en el mejor de los casos, podría dar alguna ayuda económica (la oferta del gasoducto llevará años para concretarse y Syriza cuenta las semanas), pero jamás apoyará un eventual proceso revolucionario anticapitalista.

Como el español Podemos –gracias a la politiquería centrista en que lo está sumiendo Pablo Iglesias– se está desinflando, a Syriza parece no quedarle otra salida que acatar a regañadientes las órdenes de la Troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea de Bruselas), tratando siempre de limar las aristas de las medidas que se le imponen y de endulzar la píldora para los griegos con declaraciones nacionalistas. Sin duda esa no era la intención de Tsipras. Pero esa es la lógica implacable del sistema de explotación capitalista, dirigido por el capital financiero, y la única alternativa al capitalismo es preparar la ruptura con el mismo, no su imposible humanización.