s muy lamentable que el sistema, ahora por conducto de las dóciles mayorías de la Cámara de Diputados, haya frenado la reforma que iba encaminada a dotar de una Constitución propia a la ciudad de México, y con ello igualar en derechos cívicos y políticos a los ciudadanos de la capital con el resto de los mexicanos; lamentable era ya que el proyecto tuviera defectos garrafales, como la pretensión de que una buena porción de los integrantes del constituyente fuera designada y no electa; fallas de redacción y otros prietitos en el arroz, pero, como quiera que sea, de haber sido aprobada hubiera constituido una corrección que se le debe a la capital desde hace años y hubiese sido la concreción de un viejo anhelo de los capitalinos.
Es también muy lamentable que el tema no sea motivo de debate entre los aspirantes a cargos públicos en la ciudad de México y que los votantes estén mucho más interesados en cuestiones menos elevadas, menos teóricas, pero más relacionadas con su vida diaria. Vivimos en la ciudad, como puede constatarlo cualquiera que camine por sus barrios y colonias, un ambiente de descuido y abandono al que nos vamos acostumbrando, pero que tenemos que reclamar.
Los capitalinos estamos viviendo una época difícil por muchas razones; la percepción de inseguridad aumenta, sea esto por peligros reales o por la reiteración en los medios de los hechos violentos que son motivo de noticias alarmistas. Hay, lo escuchó todos los días en mis recorridos por la delegación Benito Juárez, un malestar creciente por la proliferación de edificios que surgen a la carrera, de la noche a la mañana; sus departamentos son vendidos apresuradamente dejando la sensación entre los vecinos que ven crecer la amenaza de que son irregulares, no respetan construcciones contiguas y amenazan el entorno, tanto por el hacinamiento poblacional como por la disminución evidente de servicios elementales como el agua y el espacio para estacionamiento de vehículos.
En todas las ciudades del mundo hay crecimiento vertical, pero no sobre las zonas ya saturadas anteriormente y con servicios apenas suficientes para los habitantes actuales; la responsabilidad de esta amenaza que se cierne sobre amplias zonas antes tranquilas se distribuye entre el jefe delegacional de apellido Romero, que abandonó su cargo oportunamente para buscar otro puesto público, chapulineó, como se dice en el argot político o se escabulló como lo sospechan los vecinos y la Seduvi, que se defiende diciendo que es a la delegación a la que corresponde vigilar que las nuevas construcciones cumplan las reglas.
Algo también lamentable es que los ciudadanos que votarán el 7 de junio se tienen que enfrentar a campañas muy desiguales; no todos los candidatos, especialmente a los que compiten para cargos en el Poder Legislativo, local o federal, presentan proyectos propios de dicho poder, sino que se comprometen a ser gestores, a bajar recursos
o, en forma irresponsable, a convertirse en agencia de colocaciones, y es que el desempleo va en incremento.
Es también lamentable que algunas campañas estén enfocadas a la compra del voto con obsequios y ofrecimientos que no corresponden a los cargos por los que se compite; se abusa, afortunadamente cada vez con menos éxito, de regalar objetos utilitarios, como bolsas, playeras o bolígrafos baratos, con lo que se equivoca el nivel de los votantes de la ciudad y se fomenta la falta de una verdadera conciencia democrática.
En esto, el Partido Verde, máscara con la que el PRI se presenta a los ciudadanos, ha sido el más descarado obsequiando a domicilio útiles escolares, tarjetas, boletos para el cine y otras baratijas, por lo que ha sido sancionado sin éxito por el INE. Alienta que un numeroso grupo de mexicanos muy calificados estén solicitando con razones la cancelación de su registro; lamentable también que aún no se les haya contestado favorablemente.