e acuerdo con información difundida ayer, durante el pasado fin de semana la marina de guerra italiana rescató a casi seis mil migrantes procedentes de África que buscaban cruzar el Mediterráneo a bordo de embarcaciones frágiles para llegar a territorio europeo. El estrecho de Sicilia –cuyos 145 kilómetros de mar separan a esa isla italiana de la península tunecina de El Haouaria– es la ruta preferida por las barcazas repletas de hombres, mujeres y niños que huyen de la violencia, el hambre y la falta de perspectivas de vida en diversos países del continente africano y del convulsionado Medio Oriente y de Asia central. Hace apenas 15 días se hundió una embarcación procedente de la costa de Libia que transportaba a unas 650 personas; sólo 150 pudieron ser rescatadas. Unos días más tarde se hundió un pesquero que había zarpado también de Libia, y sólo se salvaron 28 de los cerca de 700 pasajeros que iban en él.
Las guerras en Afganistán, Irak, Siria y Libia, los conflictos en Pakistán, Kosovo, Eritrea y Somalia, así como la desesperada situación en que viven la mayor parte de las poblaciones de diversos países subsaharianos, son las causas principales de este trágico repunte de los intentos de millones por arribar a países como Alemania, Suecia, Italia, Francia y Reino Unido.
Hasta ahora, la crisis de la migración en el Mediterráneo ha sido abordada con insuficiencia y en forma poco coordinada por los gobiernos del viejo continente. Mientras algunos, como el italiano, establecen operativos marítimos de rescate, otros, como el de España, proponen bombardear las embarcaciones de traficantes de personas en los puertos libios, en tanto las autoridades búlgaras se han enfrascado en la construcción de un muro a lo largo de su frontera con Turquía para repeler a los refugiados procedentes de los escenarios bélicos de Medio Oriente.
Si bien es cierto que debido a sus niveles de vida y sus requerimientos de mano de obra la mayor parte de las naciones del oeste europeo han sido vistas como tierra de inmigración por ciudadanos del resto del mundo durante la segunda mitad del siglo pasado y parte de lo que va del presente, el fenómeno actual está más relacionado con los refugiados de guerra que con los migrantes laborales.
Más allá de las asimetrías socioeconómicas entre la Unión Europea (UE) y las regiones de Medio Oriente, África y Asia central, son los conflictos bélicos sembrados por el propio Occidente los que han provocado la oleada actual, además, claro, de las infames condiciones de vida implantadas por el neocolonialismo occidental en la mayor parte de los países africanos.
En lo inmediato, pues, los gobiernos de Europa tienen la obligación moral de garantizar la integridad física de los refugiados y migrantes, de otorgarles estatuto legal y de ofrecerles condiciones dignas de vida y de trabajo. Pero en una perspectiva más general es claro que tanto la UE como Estados Unidos deben dar un giro a sus políticas intervencionistas en las naciones de la periferia europea. En otros términos, si no quieren cosechar más refugiados, deben abstenerse de sembrar guerras.