Democracia a cucharaditas para una ciudad informada, participativa y crítica
Miércoles 29 de abril de 2015, p. 4
Si la reforma política del Distrito Federal –en adelante Ciudad de México– tuviera banda sonora, la canción principal sería La muñeca fea. Así le va en tribuna al paquete de cambios constitucionales que, en la letra, abre la puerta a una constitución local, entrega al jefe de Gobierno el mando de la policía y crea alcaldías, aunque no municipios; concejales, pero no regidores.
El centro del debate es cómo serán los cambios y quién los definirá: porque la reforma ya aprobada establece que en septiembre de 2016 quedará instalada la asamblea constituyente de 100 integrantes, responsables de que a fines de enero de 2017 la constitución de la ciudad de México esté lavada y planchada.
La condición sine qua non del PRI fue una constituyente a modo: 60 de sus miembros serán electos en una fecha no definida con base en listas cerradas de los partidos y los 40 restantes serán designados.
La Cámara de Diputados escogerá a 14 de sus miembros y lo mismo harán los senadores. La lista la completarán seis designados por el presidente Enrique Peña Nieto y seis que saldrán del dedo de Miguel Ángel Mancera.
‘‘Era eso o nada’’
Quizá eso explique por qué afuera, donde debería haber una fiesta chilanga, hay montones de ahorradores pobres de Oaxaca (‘‘no a la pinche ley Ficrea’’) y, sobre todo, un ejército de policías enviados por el hombre que tendrá la facultad exclusiva de redactar el proyecto de constitución local. Sí, Mancera. Sí, en la ciudad con la ciudadanía más informada, participativa, crítica y echada para adelante, como no se cansan de decir los senadores de las izquierdas.
La votación ocurre entrada la noche. No hay sorpresas: 88 a favor, 27 en contra, una abstención. En contra va un amplio bloque de panistas –18 de 30 integrantes de la bancada–, los cinco senadores del Partido del Trabajo, los tres afines a Morena y una perredista. ‘‘Era eso o nada’’, confiesa un senador del PRD en plena votación.
Padre fallido –la mayor parte de las veces– de todo lo que huela a reforma del Estado, Porfirio Muñoz Ledo se levanta del escaño prestado y aplaude la aprobación de la reforma política del Distrito Federal. Una reforma constitucional de consenso, se dice. Aunque a la hora del debate le llueven sobre todo juicios adversos.
Las intervenciones contra una reforma mocha, incompleta, antidemocrática, son tanto de quienes votan a favor como de quienes lo hacen en contra. ‘‘Esta reforma cosmética llega mal y llega tarde’’, dice el senador verde Pablo Escudero, adelantado aspirante al gobierno local, gracias a que no cualquiera tiene la fortuna de contar con Manlio Fabio Beltrones Rivera (PRI) como suegro. Vota a favor.
‘‘Renombra pero no reforma’’, se queja el panista Juan Carlos Romero Hicks. Vota en contra. ‘‘Un bodrio, un regalo entre ustedes’’, dice el ex secretario de Gobernación Manuel Bartlett (PT). En contra.
‘‘Es un pegotero de ideas, un Frankenstein, una simulación’’, se pasa al bando rudo el priísta hidalguense Omar Fayad. Los reporteros se solazan garrapateando sus frases. Ah, mira, un tricolor que disiente. ‘‘¿De qué sirve que digan que habrá autonomía financiera (para las delegaciones) si no das la chequera?’’ ‘‘No podemos dejar este bodrio de asamblea constituyente plurinominal’’. A la hora de la verdad, sin embargo, Fayad hace honor a la legendaria disciplina del PRI: vota a favor.
‘‘La tutela y el centralismo no tienen lugar en una verdadera democracia. La ahora Ciudad de México es el epicentro de la vida política, económica y cultural de toda la nación; este territorio cuenta, orgullosamente, con una porción importante de la ciudadanía más crítica, activa, progresista y libertaria del país, que no va a permitir que sus derechos sean escamoteados, que se quiera ganar en los acuerdos cupulares lo que no se puede conquistar en las urnas”, dice Dolores Padierna (PRD) antes de su voto a favor.
‘‘Una cosa es lo deseable y otra lo posible’’, dirá al final del debate el panista Roberto Gil.
En conferencia de prensa aparte, el ex secretario de Finanzas del DF Mario Delgado le echa números al debate. A partir de los promedios de las encuestas calcula que el PRI, cuya votación rondaría 22 por ciento, tendría en la constituyente 32 integrantes, una importante sobrerrepresentación. En cambio, Morena, del que Delgado forma parte, podría obtener 28 por ciento en las urnas y sólo 19 constituyentes. Con todo y que ha sido uno de los más importantes promotores de la reforma, Delgado vota en contra.
‘‘La izquierda tiene ahora 60 por ciento, ya lo entregaron’’, dice Bartlett. Y se dirige al hombre-reforma del Estado, Muñoz Ledo, sentado como si fuera senador: ‘‘Perdieron, ¿eh, Porfirio? El PRI quiere recuperar el DF por la puerta de atrás’’.
La confesión de la tarde corre a cargo de la panista Gabriela Cuevas, ex delegada en Miguel Hidalgo: ‘‘Es una reforma de políticos para políticos’’. Votó a favor, claro.
Hace poco, el senador bajacaliforniano Víctor Hermosillo (PAN) era un desconocido fuera de Mexicali. Se hizo ‘‘famoso’’ por unas expresiones misóginas (las ‘‘agasajadas bárbaras’’). Hoy se sigue de largo. Dice que el DF es ‘‘una ciudad privilegiada por ese hoyo negro que tiene de poder; una ciudad fruto del centralismo, del feudalismo (sic), del favoritismo. Los gobiernos de aquí no pagan educación ni salud…’’ Votó en contra.
Más tarde, el ex jefe de Gobierno Alejandro Encinas le responderá con algunos datos –y de paso a la mexiquense Ana Lilia Herrera (PRI), que se quejó de que el DF recibe más dinero por habitante que el estado de México. ‘‘21 por ciento de estudiantes de escuelas públicas del Distrito Federal provienen del estado de México; 36 por ciento de las atenciones en los servicios de salud de la capital son para habitantes de otras entidades; 46 por ciento de los usuarios del Metro provienen del estado de México. Y qué bueno que eso suceda. Tiene que entrarnos en la cabeza que este país cambió, que ya no es un rancho’’.
Pues ya no será rancho pero, al parecer, aún no está listo para la democracia plena.
En el inicio del debate, Encinas había recordado que en 1928, cuando Álvaro Obregón desapareció los ayuntamientos, contó con el respaldo de los presidentes municipales de Tacuba y de Mixcoac, quienes afirmaron que los municipios eran ‘‘una rémora’’. Citó Encinas la respuesta de Vicente Lombardo Toledano: ‘‘Los vicios de la democracia no habrán de corregirse sino en la democracia misma’’. ¿Aunque la democracia sea a cucharaditas?