18 de abril de 2015     Número 91

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

¿Edafocidio en ciernes?

David Espinosa-Victoria Profesor-investigador del Colegio de Postgraduados [email protected]


ILUSTRACIÓN: FAO AGL (2004)

La vida en el planeta no podría entenderse si se ignora la gran cantidad de organismos que habitan el suelo. El suelo no es inerte, está vivo. Aunque muchos de los habitantes del suelo no se pueden ver a simple vista, son los que proveen de nutrientes y reguladores del crecimiento a las plantas que alimentan o sirven a la humanidad. Otros se asocian con las raíces de las mismas para defenderlas de patógenos. Muchos de estos habitantes trabajan para mantener la estructura y las funciones del suelo y limpiarlo de la acumulación de compuestos contaminantes, producto de las actividades antrópicas, tales como hidrocarburos, pesticidas y metales pesados, entre otros.

Por todas estas bondades, asomarse a la parte viva del suelo es fascinante. Debido a que los organismos que lo habitan viven normalmente dentro de éste, es casi imposible imaginarse cómo son, e igualmente difícil es entender cómo se relacionan entre ellos, con las plantas y con los animales superiores.

Si se quisieran clasificar de acuerdo con su tamaño, tendrían que dividirse en tres grandes grupos: los organismos que se ven a simple vista, los que no se miran fácilmente y los que no se ven.

En el primer grupo, denominado macrofauna y megafauna, están las lombrices de tierra, las arañas, los moluscos, las cochinillas, los cienpiés, los milpiés y algunos escarabajos, entre otros. Miden entre dos y 20 milímetros de diámetro.


FOTOS: David Espinosa-Victoria

En relación a los organismos que no se miran fácilmente, se puede mencionar a los ácaros, colémbolos e isópteros, que miden entre cien micras y 20 milímetros de diámetro. A éstos se les denomina en conjunto mesofauna, y se requiere una lupa o un microscopio de disección para poder observarlos.

Finalmente, los organismos más pequeños del suelo, que miden menos de cien micras de diámetro, y que no pueden observarse a simple vista, se dividen en dos subgrupos. El primero, conocido como microflora, incluye a las algas, bacterias, cianobacterias, los hongos, las levaduras y los mixomicetos. El segundo, llamado microfauna, comprende a los nematodos, protozoarios, turbeláridos, tardígrados y rotíferos; viven en la película de agua del suelo. Para observar estos últimos, se requiere un microscopio óptico, y en muchos casos uno electrónico, que aumente su tamaño miles de veces.

Uno de los grupos de organismos del suelo más sorprendente lo constituyen las lombrices de tierra. Son conocidas como “ingenieros del suelo”, gracias a la gran cantidad de galeras que construyen a su paso dentro del mismo. Estos organismos vermiformes (con forma de gusano) contribuyen con varios servicios a los ecosistemas en los que viven, a saber: 1) mejoran la infiltración del agua, 2) favorecen la capacidad de retención de la misma, 3) facilitan la aeración (entrada de oxígeno y salida de bióxido de carbono), 4) descomponen la materia orgánica gracias a los microorganismos que habitan en su tracto digestivo, 5) mejoran la estructura del suelo por medio de la excreción de estructuras biogénicas o turrículos y 6) enriquecen el suelo con nutrientes disponibles para las plantas.

Es sorprendente el hecho que medio kilómetro de algunos suelos contenga más de un millón de lombrices de tierra. Igualmente, es interesante saber que las lombrices de tierra consuman al día lo equivalente al peso de su cuerpo. Así, en una superficie de media hectárea, cada año pasan siete mil 200 kilos de suelo por el tracto digestivo de las lombrices de tierra.

Existen muchas especies de lombrices de tierra. Sobresale la lombriz roja california (Eisenia foetida) por su habilidad para degradar diferentes residuos orgánicos, así como por transformar o inmovilizar algunos compuestos tóxicos para plantas, animales y el ser humano. Esta especie ha sido empleada ampliamente en la transformación de residuos orgánicos y la producción de compostas (vermicompostas) para mejorar la estructura del suelo y favorecer el crecimiento de plantas de importancia alimenticia, medicinal e industrial.

Otro grupo de organismos del suelo, de menor tamaño que los anteriores, son los habitantes de la hojarasca, como los ácaros, colémbolos y artrópodos microscópicos, que facilitan el trabajo a las lombrices de tierra al fragmentar la hojarasca que ingieren. También ayudan a las bacterias y los hongos del suelo ya que el material orgánico fragmentado es más fácil de degradar.

Es claro que la producción convencional de alimentos ha incidido en la degradación y contaminación del suelo, reduciendo de paso las poblaciones de organismos edáficos benéficos. En este 2015, denominado por las Naciones Unidas como Año Internacional de los Suelos, sería harto recomendable promover la biofertilización, el biocomposteo y la biorremediación como prácticas amigables en la producción de alimentos en nuestro país.


América Latina y el Caribe;
dañada, la mitad de los suelos: FAO

El acceso a la propiedad y el uso de la tierra, junto con la degradación del medio natural, pueden originar juntos o separados una situación de inseguridad alimentaria. Esa preocupación, más la que genera el cambio climático, motivó la elaboración, en 2014, del primer Atlas de suelos de América Latina y el Caribe, por parte del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea, en el marco de su programa Euroclima.

El documento, hospedado en el portal de suelos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), establece que durante las décadas recientes el aumento de la presión humana sobre el medio ambiente y la gestión inadecuada del territorio han provocado la degradación de los suelos y de muchos de los servicios que de ellos se obtienen. Resalta que el suelo “es un recurso natural crucial para satisfacer las necesidades de alimentos, forraje, fibra vegetal y combustible de una población humana que crece rápidamente”.

En otras notas del mismo portal, se afirma que “la erosión del suelo afecta a todo el continente. Más de la mitad del territorio en algunos países se encuentra severamente dañado debido a la mala gestión y uso de los recursos naturales (…) el 14 por ciento de las tierras degradadas del mundo están en América Latina y el Caribe, afectando a 150 millones de personas”.

La baja fertilidad, dice, es un problema que afecta a una gran parte de los suelos de la región: cerca del 50 por ciento de los suelos sufren deficiencias de nutrientes. En total, cerca de un 20 por ciento de los suelos del subcontinente son áridos, mientras que diez por ciento presenta limitaciones de drenaje por ser arcillosos.

“La intensificación del uso de la tierra, por ejemplo en la Amazonía, la contaminación del suelo en zonas dedicadas a la actividad petrolera, y los cambios de uso del suelo para ampliar la frontera agrícola son también realidades que agravan la degradación del suelo”.


Fuente: FAO

El Atlas, que fue publicado por Euroclima y la FAO, destaca los efectos del calentamiento global (incluidos los relacionados con el suelo) y justifica: “el cambio climático constituye una amenaza para los recursos naturales, la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Expone a la región a desastres naturales cada vez más frecuentes, sequías e inundaciones, desertificación, inseguridad alimentaria y al impacto que esta tiene en las poblaciones más vulnerables, poniendo así en peligro la lucha contra la pobreza en el continente y su camino hacia la equidad, el bienestar social y la prosperidad económica”.

Advierte: “Se cree que las sequías se intensificarán en el siglo XXI en ciertas regiones como México, algunas zonas de Centroamérica y el noreste de Brasil, debido a la disminución de las precipitaciones. Los pronósticos para otras regiones son poco fiables, ya que los datos son escasos y los modelos climáticos limitados”.

También dice: “Los ecosistemas, la agricultura, los recursos hídricos y la salud humana en América Latina se han visto afectados en los últimos años por fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, la selva tropical de la cuenca del río Amazonas es cada vez más susceptible a los incendios debido al aumento de sequías relacionadas con el fenómeno El Niño, mientras que en la zona central occidental de Argentina y la zona central de Chile las sequías relacionadas con La Niña crean severas restricciones para las demandas de agua potable e irrigación. En el caso de Colombia, las sequías relacionadas con el impacto de El Niño en el flujo de las cuencas de la región andina (especialmente en la cuenca del río Cauca) son la causa de una reducción del 30 por ciento en el flujo medio, con un máximo de pérdidas de 80 por ciento en algunos afluentes, mientras que la cuenca del río Magdalena también muestra una alta vulnerabilidad (pérdidas del 55 por ciento en el flujo medio). Consecuentemente, la humedad del suelo y la actividad vegetal se ven reducidas o aumentadas por ambos fenómenos meteorológicos”.

En cuanto a la cobertura vegetal, señala el efecto combinado de la acción humana y el cambio climático ha provocado una disminución continuada de la misma. Concretamente, los índices de deforestación de la selva tropical han aumentado desde 2002. Con el fin de reconvertir las tierras a usos agrícolas y ganaderos, se provocan incendios. Ésta es una práctica común en América Latina que puede generar cambios en las temperaturas y en la frecuencia de las precipitaciones (como sucede en la zona sur de la Amazonia). La quema de biomasa también afecta a la calidad del aire, con implicaciones para la salud humana.

Destaca repercusiones económicas y sociales derivadas del calentamiento global: dice que la energía hidráulica es la principal fuente de energía eléctrica de muchos países latinoamericanos y es vulnerable a las anomalías en las precipitaciones a gran escala y persistentes causadas por El Niño y La Niña. “La combinación del aumento de la demanda de energía con la sequía, causó una interrupción en la generación de hidroelectricidad en la mayor parte de Brasil en 2001, lo cual contribuyó a una reducción del Producto Interior Bruto (PIB) del 1.5 por ciento”.

Asimismo, “las migraciones unidas a la degradación ambiental pueden diseminar enfermedades inesperadamente. En el noreste semiárido de Brasil, las sequías prolongadas han provocado la migración de los agricultores de subsistencia hacia las ciudades y con ello una reaparición de la leishmaniasis visceral. También se tiene constancia de un aumento significativo de esta enfermedad en Bahía (Brasil) tras El Niño de 1989 y 1995. Debido al aumento de la pobreza en el área urbana, la deforestación y la degradación ambiental en el área rural, pueden aparecer nuevos lugares de cría para los vectores (roedores e insectos). Las sequías han favorecido el desarrollo de epidemias en Colombia y Guyana y se han producido brotes del síndrome pulmonar por hantavirus en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Panamá y Brasil. Las intensas precipitaciones e inundaciones que siguen a las sequías, incrementan la cantidad de alimento disponible para los roedores huéspedes del virus, que habitan tanto en el interior como en el exterior de las viviendas.

El Atlas unifica la información existente sobre diferentes tipos de suelos mediante mapas en escala regional (ecorregiones) y continental. También ilustra la diversidad de suelos existentes, desde los trópicos húmedos hasta los desiertos. Los mapas de suelos presentados en este trabajo tienen como base datos Soterlac 1:5.000.000, actualizada y validada con información proporcionada por los países de América Latina y el Caribe. Los suelos se tratan tanto a nivel regional, según las distintas ecorregiones, como a nivel nacional. Se incluyen en el Atlas textos sobre la integración del conocimiento indígena en las Ciencias del Suelo (Etnopedología o Etnoedafología) (LER).

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