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Narco-miedo en pueblos Martín Tonalmeyotl Hoy tengo ganas de decir cosas pero seguramente no acabaré, porque mi tierra es muy grande pero más grandes son aún la tristeza y el silencio en que vive. Aquí no pasa nada y no se puede decir nada porque hay hombres viento vigilando a los mortales. El año pasado mataron a don Santos apodado Santos Calaca, de ahí siguieron don Alberto y su hijo Emilio, quien dejó a su esposa joven e hijos pequeños; luego llegó el día de Rufino, un joven fornido y muy amable que amaneció muerto en el zócalo de la comunidad. La gente no ha dicho palabra alguna acerca de ellos ni mucho menos de quien los mató. El 1 de febrero se festejó a la Virgen de la Candelaria, patrona de la comunidad nahua de Atzacoaloya, Guerrero; es la fiesta más importante de este pueblo. Igual que todos los años, hubo recorrido en las calles principales de la comunidad, luego castillos pirotécnicos del tamaño de una torre y al día siguiente danzas y más danzas con música alegre y trajes muy coloridos. A diferencia de otras ocasiones, este 2015 se interrumpió la fiesta, en momentos de pleno apogeo, porque dos jóvenes –quienes participaban de la celebración- fueron baleados cerca de las tres de la tarde. Mujeres, hombres y niños corrieron despavoridos ante tal horror que interrumpió la alegría de danzantes, músicos y espectadores. Los vómitos de bala causaron confusión y terror y la gente se metió a la iglesia y a las casas cercanas; niños y personas de la tercera edad se vieron en medio sufriendo apretujones. Después muchos se fueron y muchos se quedaron a disfrutar de lo poco que quedó de la fiesta. Pero aquí no termina la historia de aquel triste pueblo mío. El 17 de febrero de este mismo año, las señoras de la comunidad se reunían en la comisaría municipal para un asunto de salud y programas de gobierno. De pronto vieron pasar una camioneta que llegó al pequeño zócalo de la comunidad; descendieron de ella hombres armados que comenzaron a corretear a un jovencito de 18 años y cuando lo alcanzaron le metieron ocho balazos hasta dejarlo inconsciente. Además de las mujeres, varias personas presenciaron este acto y lo único que pudieron hacer fue irse a esconder a una casa cercana o acelerar el paso hacia sus pequeñas moradas. Los maleantes tranquilamente se subieron a su camioneta y se fueron como si nada. Los padres del joven, que viven a escasos seis metros, a pesar del miedo y del peligro que los acosaba, corrieron a levantarlo para llevarlo al hospital de Chilapa, pero seguramente al joven se le acabó el aire durante el trayecto porque minutos después regresaron con él ya muerto. La familia y los amigos lloraron por tal desgracia. Transcurrieron ocho días y la historia siguió siendo del mismo color y triste, porque el mejor amigo de ese joven, de la misma edad, se dirigía bien uniformado a cursar sus clases del Conalep a la ciudad de Chilapa, cuando de repente comenzó a correr; atrás de él venían dos jóvenes veinteañeros con pistolas en mano, que lo alcanzaron y le metieron diez balazos en todo el cuerpo dejándolo sin opción de volver a respirar sobre esta Tierra. Del primer chamaco se cuenta que andaba en malos pasos; sus propios padres comentaron eso. En cuanto al segundo, su única ilusión era echarle ganas en la escuela para después irse a estudiar de marino porque decía que en Chilapa “las cosas están de la chingada”. Este último muchacho desatendió consejos de su hermano, y mantuvo la relación con su mejor amigo, pues decía que lo conocía desde pequeño, que habían crecido juntos y que “si (aquél) anda en esos rollos, es su pedo; yo soy sólo su amigo y no tengo por qué esconderme de nadie porque no le debo a nadie; yo no ando en esas cosas, sólo quiero estudiar y no pido más”. Terminó asesinado sólo por sostener esa amistad, por no frenarla a tiempo. Sin embargo, en el pueblo no pasa nada. Hay retenes militares; hay rondines de los policías municipales de Chilapa… pero aquí no se ve nada y nada se puede decir. Aquel que se atreve a hacer una denuncia amanece sin vida, y uno no entiende por qué las cosas son así. Lo mejor que sabe hacer la gente refugiarse en el silencio; aunque eso es malo, al menos garantiza un poco más de vida que decir las cosas con su nombre y apellido. En los días y horas recientes varias personas de esta comunidad han desaparecido, principalmente trabajadores del transporte público. Y las autoridades locales han decidido prohibir que los transportistas atzacoaloyenses anden solos en su trabajo, porque, según versiones locales, varios de ellos ya pertenecían a alguno de los grupos del crimen organizado existentes en Chilapa. A los transportistas se les puede frenar porque son gente pobre, como tantos otros, y no están armados, pero el crimen organizado es “intocable”. Por ello, toda la gente teme a buscar a los desaparecidos. Lo único que se respira en estas tierras es un tufo a miedo y vómitos de bala. Aquí en Chilapa, para lo único que sirven los policías municipales y los militares es para acordonar un lugar y levantar muertos. Es lo mejor que se les ha visto hacer. Y los familiares de esos muertos se alejan del lugar teniendo que vender las tres gallinas con que cuentan y los dos puercos flacos con síntomas de engordamiento. Aquí no pasa nada y es una tierra perfecta. Las personas del pueblo solo esperan y desean no ser parte de la lista de víctimas. Pero es una apuesta difícil, las desapariciones y la muerte ya son aquí cosa de todos los días. Mi pueblo es muy grande pero más grandes son aún la tristeza y el silencio en que vive.
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