a Cumbre de las Américas 2015
se realizó en Panamá, al lado del Canal confabulado por Wall Street y Teddy Roosevelt (“Y yo tomé el Canal y la Zona mientras el Congreso –de EU– debatía”) en lo que fue el primer asalto presidencial del siglo XX contra la legislatura, una crónica tendencia a la usurpación de funciones legislativas y judiciales por el Ejecutivo, conocida como presidencia imperial
desde tiempos de Jefferson (1801-1809).
En Panamá Obama operó bajo tres lineamientos de una agenda presidencial
de añejo monroísmo mezclado con la geopolítica bélico-industrial: 1) que el Ejército de Estados Unidos domine las Américas
desde una Norteamérica ocupada por su Comando Norte/Iniciativa Mérida; 2) que no exista otra potencia o coalición con capacidad económico-militar que cuestione el dominio hemisférico de Estados Unidos (desestabilización de Brasil, Argentina, Venezuela) y, luego de dos guerras mundiales, 3) que, orientando sus energías hacia amenazas y guerras entre ellas, ninguna nación europea o asiática sea capaz de frenar el despliegue militar de Estados Unidos sobre océanos y recursos en Eurasia, en especial en Asia Central y el Cáucaso.
Ya desde la Guerra en Corea Estados Unidos se topó con límites a la manipulación de la balanza de poder euroasiática. Ahora con la recomposición de Rusia, el ascenso de China, el techo
del petróleo convencional, el deterioro climático y la modernización de un letal arsenal nuclear, 90 por ciento bajo control de Estados Unidos y Rusia, los escenarios estratégicos son más riesgosos que durante la guerra fría. Esta cumbre debió invocar a la cordura estratégica basada en el consejo de Evo Morales a Obama para que cese “… de convertir el mundo en un campo de batalla” resaltando, además, la ausencia de una gestión colectiva ante el deterioro climático en curso.
Con el arreglo Cuba-Estados Unidos y la ordenanza
contra el gobierno de Maduro en el bolsillo, para Estados Unidos la Cumbre fue enroque
para asumir riesgos de guerra desestabilizando países colindantes con Rusia y China, mientras despliega operativos clandestinos contra esas potencias.
Esta agresividad se articula en medio de un polvorín nuclear, de un desplome hegemónico y de una “revolución shale” que, dice Obama y repiten Fortune, et al, garantiza 100 años de suministro de gas y petróleo
, un aserto sin sustento geológico, de alto costo a la salud y atmósfera cuyo fardo financiero se transfiere vía emisión monetaria, a sus socios en Europa, Asia y a un mundo inquieto por la salud económica y el belicismo de Estados Unidos en Ucrania, dirigido contra Rusia. No extraña que, contra señales de la Casa Blanca, los socios se adhieran al Banco Asiático de Inversión (AIIB) liderado por China.
El contexto de la Cumbre centrado en el rechazo unánime de América Latina y el Caribe a participar en ella de no acabar la agresión a Cuba, mostró cambios en la ecuación de poder que vinculan el deterioro del liderato moral e intelectual de Estados Unidos al auge de gobiernos resultantes de resistencias y movimientos sociales contra la impunidad y corrupción gubernamental, así como por el rechazo al neoliberalismo y la explotación y apropiación oligárquica de lo público, base política y de clase de la proyección de poder de Estados Unidos en la región.
La visita de Maduro al barrio El Chorrillo fue un episodio de alta significación porque ilustró, entiéndalo bien el vocero de una reconocida ONG de derechos humanos quien en festín desinformativo en CNN casi olvidó identificar, quién bombardea a pueblos inermes (Panamá, Bagdad, Trípoli, Damasco, etcétera ad nauseam), quién tortura (Guantánamo, Abu Ghraib y prisiones secretas varias) y hoy ¿quién realiza ejecuciones extrajudiciales semanales con drones, usurpando el papel de legislador y juez? Como mínimo ese vocero debió exigir que Estados Unidos ratifique la Convención Americana de Derechos Humanos y repudiar la presencia en la Cumbre del responsable del asesinato del Che Guevara y de crímenes de lesa humanidad, todo un operativo de terrorismo de Estado que, concuerdo con Stella Calloni, ofende a la región
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Luego de la ordenanza
contra Caracas, la indicación de Ernesto Samper, secretario de la Unasur, de que un buen punto en la agenda de relaciones entre Estados Unidos y América Latina sería que no haya bases militares norteamericanas
(www.teleSURtv.net), concitó apoyos mayoritarios entre los presidentes y unánimes en la Cumbre de los Pueblos, Sindical y de los Movimientos Sociales
, reunidos en la Universidad de Panamá (abril 9, 10 y 11).
Fue ahí, sin sordinas de OEA y CNN (Colonial News Network) que se rechazó el acoso militar, agresiones y amenazas de toda índole que despliega Estados Unidos y sus aliados estratégicos contra nuestra región a través de bases militares, sitios de operaciones e instalaciones similares, que sólo en los últimos cuatro años han pasado de 21 a 76 en nuestra América, 12 de ellas en Panamá y exigimos la derogación del Pacto de Neutralidad, que permite la intervención militar norteamericana a la República de Panamá
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Eduardo Galeano, in memoriam