uizá resulte apropiado señalar, para iniciar un análisis del proceso de construcción de un nuevo organismo financiero internacional de alcance mundial, que se trata de algo que no se emprendía desde hace más de medio siglo, cuando al final de la guerra se estableció el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, conocido ahora como Banco Mundial, y en los lustros siguientes los bancos regionales de desarrollo que lo complementan en África, América Latina y Asia. La propuesta de China de constituir el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) puede compararse, en dimensión y alcance, a estas iniciativas tempranas y rebasa con amplitud a otras dos, de objetivos o membresía más limitados: el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, fundado en 1991 para fomentar la transición al mercado y la consolidación de la empresa privada en Europa centroriental, y, en 2014, el Banco de Desarrollo del BRICS, cuyo prolongado y a menudo controvertido periodo de gestación continúa. El BAII tendrá un campo de operación regional pero enorme, Asia y países circunvecinos, y captará recursos financieros provenientes de todo el mundo. La iniciativa del BAII despega a velocidad considerable: sólo en marzo último ocho países avanzados dieron noticia de su intención de asociarse como miembros fundadores. Este inusual ritmo de nuevas adhesiones resulta tanto más notable si se advierte que se realiza contra el trasfondo de una recomendación expresa del gobierno de Estados Unidos, que previno a sus aliados de la inconveniencia de respaldar la iniciativa de China. Este hecho ha dado base a la noción de que el BAII rivalizará con las instituciones de Bretton Woods, de las que Estados Unidos es socio controlador, si se admite la expresión. Veamos entonces cómo China construye una nueva OFI: organización financiera internacional de alcance global.
No dejó de resultar sorprendente que el primer país avanzado que decidió eludir el cerco estadunidense al BAII haya sido su aliado por excelencia, el Reino Unido. El 12 de marzo, el ministro de Finanzas británico, George Osborne, dio a conocer la adhesión británica, señalando que el BAII ofrecía una oportunidad inigualable para las inversiones y el crecimiento del Reino Unido y Asia
( The New York Times, 13/3/15). El anuncio británico, dos meses antes de una elección general en la que el primer ministro no parece tener suficientes bazas de triunfo, provocó reacciones encontradas en una opinión pública aún más dividida por el debate electoral. Dio lugar también a una insólita reprimenda pública
de Washington, como la llamó el Financial Times, que acusó al gobierno de Cameron de ser casi siempre acomodaticio
ante las démarches de Pekín.
¿Cuál es la naturaleza de las objeciones de Estados Unidos frente a la propuesta del BAII? Primero, aunque desde luego no se dice de manera explícita, el hecho de que provenga de China, el novel rival estratégico global de la superpotencia única tras la guerra fría. Las que sí se manifiestan, por parte sobre todo de Jack Lew, el secretario estadunidense del Tesoro, conciernen a diversos temores cuyo común denominador, para expresarlo con una frase propia de la temporada, consiste en ver la paja en el ojo ajeno y no… En efecto, Lew y su subsecretario para Asuntos Internacionales expresaron preocupación respecto de si el BAII seguiría los altos estándares de los órganos de Bretton Woods, en especial en cuanto a régimen de gobierno y criterios de operación y ambientales. También se manifestó inquietud por el riesgo de que la nueva institución no fuese complemento, sino competidor desleal, de las ya existentes, y por el equilibrio de poder entre los participantes, demasiado cargado en apariencia a favor de China. Como se advierte, en ninguno de estos terrenos resulta indiscutible que el ejemplo a seguir sea el del Banco Mundial, institución no exenta de notorios casos de dispendio de recursos y corrupción, daño ambiental derivado de proyectos financiados y control en manos de unos cuantos miembros, uno de los cuales (Estados Unidos) disfruta de virtual poder de veto y se arroga el privilegio de designar siempre al presidente del Banco.
Londres replicó que su decisión no había sido precipitada, sino considerada en el seno del G7 –que alguna vez fue visto como el consejo de administración de la economía mundial– y, por tanto, conocida por Estados Unidos. Tras el auspicio del Reino Unido, varios otros se produjeron en cascada. El poder de Estados Unidos para disuadir incluso a sus aliados más cercanos quedó muy vulnerado, por decir lo menos. En un solo día, el martes 17, Alemania, Francia e Italia anunciaron su adhesión. En los días siguientes se produjeron anuncios de igual tenor de Australia y Corea. Hacia final de mes, 14 de los miembros del G-20, incluido Brasil, se habían ya adherido. Taiwán lo hizo también, aunque su participación planteará problemas especiales y no sólo en el área diplomática. Japón, por su parte, prefirió alinearse con la posición de Estados Unidos: No podemos sino ser muy cautelosos en cuanto a la participación
, declaró el ministro de Finanzas Taro Aso ( The New York Times, 1/4/15). Hallándose en Pekín a finales de marzo, el secretario Lew no encontró salida más airosa ante la avalancha de adhesiones, apenas atemperada por la actitud japonesa, que declarar a Washington abierto a cooperar
con el BAII ( Financial Times, 31/3/15).
A diferencia de Estados Unidos, que reclamó para sí la sede de las dos instituciones de Breton Woods, además de la del Banco Interamericano de Desarrollo, Pekín parece abierto a considerar que el BAII tenga asiento en algún otro país de la región. Indonesia –que desde varios puntos de vista: peso económico y poblacional, amplias necesidades de construcción de infraestructura y una cierta neutralidad geopolítica, habiendo sido Jakarta una de las capitales mundiales de la no alineación, resulta un candidato ideal– ha expresado el interés de su gobierno, elegido recientemente y jefaturado por Joko Widodo, un líder sin vínculos con sus antecesores militares.
Estos son, hasta el momento, los principales rasgos de la construcción de una nueva OFI: impulsada por China, irresistiblemente atractiva para las mayores economías de mercado del mundo, cuyos miembros fundadores suman alrededor de 40, con capital de entre 50 mil y 100 mil millones de dólares y que podría iniciar operaciones este mismo año: el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.