Hermosa juventud
partir de un registro de inspiración documental, el cineasta español Jaime Rosales (Las horas del día, 2003; La soledad, 2007) elabora en su título más reciente, Hermosa juventud (2014), el retrato de dos jóvenes que viven con dificultades su relación amorosa en el contexto de una España en crisis por un alto desempleo y un proceso de pauperización social. La exploración que propone el director muestra de modo paralelo las rutinas domésticas de Carlos (Carlos Rodríguez) y de su novia Natalia (Ingrid García-Jonsson), incapaces los dos de vivir alejados de la esfera familiar, a sus muy entrados 20 años, debido a la enfermedad crónica de la madre del primero y a la precaria situación económica de la madre de la joven.
El relato se construye mezclando técnicas narrativas, desde el recurso a entrevistas a los personajes centrales, con el realizador/entrevistador en off, una suerte de indagación periodística sobre los efectos del desempleo en la juventud española, hasta la cruda descripción de las opciones extremas a que recurren los dos protagonistas para ganar algo de dinero (actores improvisados de un video porno, 600 euros por una hora, oportunidad dorada en tiempos de crisis). La situación de la pareja, ya delicada por la evidente falta de formación profesional y la casi nula respuesta a sus solicitudes de empleo, se complica con el embarazo de Natalia (No es un buen momento para que tengas un hijo
, le recrimina la madre).
Una observación casi clínica de la vida diaria de la pareja –tan lacónica a ratos como un registro doméstico a lo Nicolás Pereda (¿Dónde están sus historias?); tan gráfica y contundente como la del cine de Michel Franco (Daniel y Ana o Después de Lucía), se enriquece con la observación puntual de un ámbito juvenil marcado por un escepticismo desesperanzado y conductas escapistas, muy lejos de las movilizaciones y protestas de los indignados madrileños, casi como una contrapartida nihilista de ese descontento.
Jaime Rosales registra esta evasión de una realidad opresiva donde los vínculos familiares se deterioran (con hijos y padres convertidos en insoportable carga mutua), hacia una realidad virtual donde ese mismo deterioro parece repararse lentamente a través de videocharlas por Skype, mensajes de chat que se sobreponen a la imagen en la pantalla, desfile acelerado de selfies e imágenes de la cotidianidad que abren ventanas nuevas en el tradicional dispositivo fílmico, todo un juego de multiplicación de los registros visuales. El procedimiento es a ratos reiterativo, no menos sin embargo que esa propia realidad a la que la cinta alude, y que es la de una juventud colgada a escapistas dispositivos de comunicación virtual. ¿Qué opciones quedan al alcance de los protagonistas juveniles? ¿Para qué aferrarse a una formación profesional o intelectual en tiempos de crisis económica? No es necesario aprender el alemán para terminar limpiando baños en Alemania
, razona Natalia. Un melodrama familiar vuelto cáustica radiografía social de la Europa neoliberal. Imperdible.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12.30 y 17.30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1