Días de guardar
stamos, pues, en esos días en que la Cristiandad pone al mundo entre paréntesis para festejar la culpa, la resurrección y la muerte y renegar del cerdo. Ya son pocos los que se guardan a piedra y lodo a sobarse el remordimiento de estar vivos y de haber nacido bajo el signo de un pecado original que a estas alturas nadie sabe en qué consiste. La mayoría opta por irse a la playa a dorarse la panza bajo un sol mucho más benévolo que los centuriones y que las vigilias. Bienaventurados sean los primeros y la segunda, que no están las cosas como para seguir condenándonos los unos a los otros.
Los rituales podrán tener su función y su sentido, pero uno no puede dejar de observar que después de 2 mil años de guardar estos días la universalidad del dolor infligido está un tanto abollada, por no hablar de su historicidad, y hoy día los pasos hacia la trascendencia casi nunca atraviesan la ruta del vía crucis. Hace apenas unos días un chico alemán entró en crisis y se aplastó contra un paraíso terrenal alpino, llevándose consigo a otras 149 almas. Hasta donde se sabe no buscó inspiración alguna en el remoto judío asesinado en el Gólgota: su problema era un posible desprendimiento de retina que habría podido arruinarle la carrera, impedirle pagar los dos Audis que acababa de comprar (uno para él y otro para su novia) y apartarlo para siempre de los mandos de su juguete favorito. Su credo no era el de Mateo 10:37-39, sino el del Airbus A320. Es un ejemplo extremo y no se ha dicho gran cosa acerca de las tendencias espirituales del joven copiloto, pero abundan los casos de católicos practicantes, entusiastas ortodoxos y evangélicos en activo que asisten a los servicios religiosos, entran en éxtasis y ponen los ojos en blanco después de ordenar bombardeos en países periféricos ya destrozados o de acordar medidas económicas que matan de hambre a miles y estrategias antidelictivas que propician el descuartizamiento, la desaparición forzada y la decapitación de pobres diablos que no alcanzarán ni un pelo de la fama del Bautista.
El problema viene de muy atrás. Desde la fundación de los Estados Pontificios, cuando los Papas debían sobrevivir al mismo tiempo al protectorado de los francos, a los ataques de los lombardos, a las incursiones de los sarracenos y a las intrigas envenenadas de sus rivales. O desde que Constantino asesinó al coemperador Licinio y trasladó la capital del Imperio a la antigua Bizancio, reconstruida con el sudor de esclavos godos. O acaso desde antes, cuando Lucas escribió en un papel lo que dijo haber escuchado de su maestro Pablo de Tarso, quien lo había oído, a su vez, de alguno de los 12 apóstoles: El que a vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió
(Lucas 10:16), algo que se ratifica en el evangelista Juan, quien al parecer sí formaba parte de los discípulos originales: El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue; la palabra que he hablado, ésa lo juzgará en el día final
(Juan 12:48), lo que a su vez remite al mucho más antiguo capítulo de multas y sanciones contenido en Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos...
Semejante celo, transmitido de los judíos a los cristianos, permite comprender perfectamente la instrucción atribuida al arzobispo de Narbona Arnaldo Amalric y dirigida a los atacantes de la sitiada Beziers en julio de 1209, quienes no hallaban manera de distinguir a los herejes cátaros del resto de los habitantes: Mátenlos a todos que Dios reconocerá a los suyos
. Auténtica o apócrifa, la cita es ilustrativa de lo que habría de abatirse después en contra de disidentes, infieles, blasfemos, brujas, idólatras, judaizantes, gitanos y masones.
Con notables excepciones, como la de George Bush junior, quienes se nombran exponentes de la civilización judeo-cristiana han dejado de actuar en nombre de Jesús de Nazaret y han buscado sucedáneos argumentales laicos –la democracia, los derechos humanos, la seguridad nacional, el combate al terrorismo, la lucha contra las drogas– para prodigar la barbarie. Digamos de paso, para ser justos, que no son los únicos ni mucho menos. No hay que esperar a la aparición de Al Qaeda y del Estado Islámico para aquilatar la violencia fundacional de la Ummah ni hurgar en busca del nombre del hinduísta enloquecido que mató a Gandhi, el único héroe de nuestro tiempo al que se le perdona la pedofilia experimental (aunque hay que puntualizar que no lo acribilló por eso, sino por considerarlo traidor a la patria). Y qué decir del nombre de la primera bomba atómica de India: Buda sonriente
. Tampoco viene al caso detenerse en los usos bélicos de Baal, Palas Atenea o Huitzilopochtli, porque estamos en el tema del hombre que fue obligado a subir al Calvario a una edad que hoy lo caracterizaría, qué paradoja, como adulto contemporáneo, y que fue asesinado allí de manera atroz.
Pero la salvajada del Gólgota nos lleva a recordar que Iguala, San Fernando, Tlatlaya, Villas de Salvárcar, el Lote Bravo y Acteal –por decir algo– nos quedan mucho más cerca que las colinas de Jerusalén, que el Sanedrín que condenó a Cristo era un osito de peluche comparado con el Congreso de la Unión, y que los presidentes, ministros, secretarios magistrados y legisladores que se hacen pendejos ante los horrores causados por sus propios designios o larvados en su propia indolencia resultan una versión mucho más avanzada, tecnológicamente hablando, que Poncio Pilatos. Actualmente la ruta a la trascendencia no pasa por ninguna de las estaciones del vía crucis, sino por los índices inflados (hay quienes no consiguen inflarlos más de 30 por ciento) de popularidad y por el volumen de menciones –aunque sean adversas– en Twitter.
Desde luego, sería demasiado pedir que Francisco convocara a un sínodo para considerar la inclusión de un quinto evangelio canónico, meramente testimonial del estado que guarda la pasión en nuestro tiempo, pero las Escrituras no tienen respuesta a la tremenda observación que consignara Joaquín Pasos (nicaragüense; murió en 1947 a la misma edad que Cristo) en su Canto de guerra de las cosas:
... y la ametralladora sigue ardiendo de deseos y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
En cuanto a la salvación, hoy se busca menos en los Evangelios que en el fitness y las flores de Bach, y la abominación del cerdo va siendo sustituida por las fobias al gluten, a las vacunas, a las hormonas contenidas en el pollo y al mercurio de los rellenos dentales.
A propósito, es plena Semana Santa y hace frío en la ciudad de México, signo de que el juicio final está cerca. Pero no confíen demasiado en los instructivos salvíficos de la cristología. Cambio climático es lo de hoy y el fin de los tiempos se jugará, según todos los indicios, de acuerdo con las reglas establecidas por la Teología de la Pachamama.
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