Recordar es vivir
lgunos amantes de la música cubana visitamos a Miguel en la calle de Motolinía, y varios me preguntaron acerca de la importancia de la clave. Aquí les transmito lo que dice Guyún, Vicente González Rubiera, músico cubano reconocido y admirado en la isla bella, en el Diccionario biográfico y técnico, de Helio Orovio:
La clave, instrumento de percusión sumamente generalizado, ejerce una dictadura rítmica en nuestra música. Ella, en su ciclo, siempre alterna un compás fuerte con otro débil. Esta alternancia rítmica exige, como es lógico, que se sincronice el compás fuerte que ella realiza, con el compás fuerte que la melodía señala. De no efectuarse este sincronismo, se incurriría en el error o anarquía rítmica, que los músicos populares llaman clave montada, clave atravesada y, más comúnmente, fuera de clave.
Desde luego, me entero de lo que está haciendo José Luis Briseño con su programa Salsa y montuno. Dicho sea de paso, me preguntó quién era Amalia Batista y lo saqué de la duda: es un personaje de una zarzuela del compositor cubano Rodrigo Prats (1907-1980). Hay otro asiduo, de apellido Cepeda, que me dio una grata noticia. Henry Ortega, asistente a los talleres de son cubano del Centro Nacional de las Artes, aparte de cantar, ya toca piano y guitarra, cosa que me da mucho gusto. Casi siempre me remontan al pasado que vivimos los que aún quedamos, y gracias
a Uruchurtu se perdió.
Enrique Partida y Luis de la Cruz (Cayito y El Chamaco, respectivamente), ya desaparecidos, tuvieron la atingencia de hacer algo parecido a un censo y descubrieron que los soneros de aquel tiempo éramos más de 400, que alegrábamos las noches de cabarets, tardes de salones de baile y funciones de teatro, siete noches a la semana, grabábamos en varias marcas y teníamos programas de radio. En la época actual la ausencia de trabajo es más que notoria, así como la calidad en nuestro medio sonero. Espero que en un futuro no muy lejano la situación mejore.
Volviendo a mis recuerdos, los soneros veteranos podíamos frecuentarnos. Todavía existe el Café Hits que, con el tiempo, cambió su nombre a Península, donde todas las madrugadas nos reuníamos a compartir el desayuno.
El valor adquisitivo de nuestra moneda alcanzaba para que El Chino, propietario del café, ofreciera por dos pesos una orden de un desayuno de huevo, frijoles, bistec, café con leche tamaño grande, pan dulce y blanco, que satisfacía al personal
. Desde luego, también había servicio a la carta, así como atención amigable de las chavas
que estaban de aquellita.
Entre los centros de trabajo había, como en Pénjamo, variedad de pájaros para todos los gustos y al alcance de todos los bolsillos. En la calle de Guerrero, había un par de lugares para disfrutar la música en aquella época llamada tropical: Atzimba, donde el Guarapo campeaba por sus respetos, y El Jardín, con los Angelitos de Henry Masselín, que tenían un archivo con lo último en la avenida.
Más adelante, la calle cambiaba de nombre por Rosales y albergaba al Tabarís, que más tarde se llamó Latino, donde el Son Veracruz, de Raúl de la Rosa, era objeto de la admiración de la clientela. Y, éste, su enkobio, caminandito se llegaba hasta Reforma 13, sede del Waikikí, también conocido como la guay
, para escuchar al Son Clave de Oro, de Pepe Macías El Tapatío, el grupo más popular de aquellos tiempos, ya con programas de radio en XEW, películas y grabaciones en RCA Víctor. ¡Vale!