Opinión
Ver día anteriorMartes 31 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Krugman en México
K

rugman vino a México a impartir una conferencia en la Convención de Industriales 2015 que la semana pasada organizó Canacintra. Dijo cosas importantes, pero dijo pocas cosas. ¿Estaba cansado? Bueno, trabaja duro en la Universidad de Princeton, y escribe sin parar aún más allá de lo que publica (véase su blog personal). Especialmente después de haber conquistado el Nobel de 2008, se volvió una celebridad que es invitado continuamente por todas partes del mundo. Tiene motivos para estar cansado. O acaso cuando se trata de economías sin influencia alguna en la economía mundial, sólo nos hace el favor de decirnos unos cuantos lugares comunes a cambio de una jugosa paga. Hace algunos meses le oí una conferencia en Perú; les dijo que su problema es que se habían caído los precios internacionales de las materias primas (¿no lo sabían los peruanos y todo el mundo?) y que evidentemente no podían atenerse a vivir de esa clase de exportaciones. No mucho más.

En Canancintra dijo algo más: que estaba cansado de esperar 30 años a que la salvaje apertura de la economía mexicana no hubiera dado los frutos esperados; que el libre comercio no era, evidentemente, una herramienta suficiente para colocar la economía en una ruta de crecimiento. El mercado resuelve pocas cosas y ninguna de las fundamentales, agrego yo: la educación y la salud, por ejemplo, y, además, desde que se instituyó la globalización neoliberal ha empeorado sin freno la desigualdad social a un nivel sin precedente histórico en el mundo (tema del que Krugman no quiso hablar ante los industriales y EPN). Dijo, irresponsablemente, que, después de todo, no estábamos tan mal, hay economías en peor y mucho peor estado, tesis que debió complacer a EPN y a Videgaray. Consuelo de tontos.

Dijo que la gente –no sólo él– ya se cansó de esperar las grandes buenas nuevas que nos prometieron las reformas estructurales, que algún estremecimiento debieron producir en la audiencia y que no entiende por qué la economía mexicana no crece. Hay muchas recetas para el crecimiento, pero sólo Dios sabe qué pasó. Ni como chiste es aceptable que no haya presentado una tesis sobre el tema. En México existen numerosas posiciones, disímiles como nunca, y lo mismo ocurre en cualquier otro país.

Recomendó que no esperáramos otro flamacito como el mexican moment, que fue un asunto puramente mediático, agrego yo. Aconsejó, ¡Oh novedad!, que el país construyera una buena educación, y que si a la Fed se le ocurría aumentar las tasas de interés en EU, no fuéramos a imitarla. Sin embargo, el pasado 29 de marzo en la reunión del la junta de gobierno de Banxico se habló justamente en el sentido de que hay que esperar las decisiones de la Fed, antes de actuar. La Fed, en efecto, ahora mismo discute el momento en que podría aumentar sus tasas de interés dados los signos de recuperación de la economía de EU; no tan sólidos, diría yo. Casi se puede asegurar que Carstens y Videgaray dejarán a Krugman de lado en este tema. El terror a la salida masiva de capitales rige sus mentes.

Resulta desvergonzado decir, como hizo Krugman, venir a ilustrarnos sobre economía mexicana –a eso fue invitado–, y expresar, para comenzar, que no sabe en qué consisten las reformas estructurales que aprobaron las élites políticas, pero que sus amigos del FMI le han dicho que son unas buenas reformas. Probablemente esto fue lo más irresponsable: no sabe qué pasa en México, pero pontifica sobre su presente y futuro. Aun cuando no estuvo mal que les dijera que en la privatización del sector energético se debe tener cuidado porque en el mundo ha habido casos alarmantes en que las concesiones se han convertido en regalos para amigos, como ha ocurrido hasta en Estados Unidos e Israel. Se puede asegurar que las autoridades correspondientes también harán a un lado a Krugman en este tema.

Robert Skidelsky, notable aunque discreto economista británico de origen ruso, no hace mucho escribió: hasta hace algunos años, economistas de las todas doctrinas afirmaban enérgicamente que nunca se repetiría la Gran Depresión. Después del estallido de la crisis financiera de 2008, lo que sobrevino, en cambio, fue una gran recesión, que sigue un curso indefinido, en tiempo y modalidades. Los gobiernos pudieron controlar los daños mediante inyecciones de enormes sumas de dinero a la economía mundial y recortando a niveles cercanos a cero las tasas de interés. Sin embargo, interrumpir la caída de 2008-2009 agotó sus recursos intelectuales y políticos. Esta, que es una verdad como una catedral, vaya que se ha vuelto la encrucijada de la historia.

Hubo alguna recuperación, pero el estancamiento volvió en 2010. “Mientras tanto, los gobiernos tenían enormes déficits –legado de la desaceleración económica– que se supone sería moderada por un crecimiento restablecido”. No hay ni visos de tal restablecimiento.

Con altísima frecuencia el debate se centra, con un reduccionismo desconcertante, en la relación entre el déficit fiscal y el crecimiento. ¿Deberían los gobiernos ampliar el déficit a fin de compensar la contracción de la demanda, o deberían recortar el gasto público? La teoría keynesiana sugiere la primera opción, aunque acompañada de medidas ad hoc, según lugares y momentos; pero los gobiernos le tienen unánimemente fe ciega a la segunda opción, aunque haya probado por más de 30 años, su inanidad.