e tiempo en tiempo he revisado en estos artículos catorcenales para La Jornada el prolongado, difícil y en ocasiones tortuoso proceso de negociación multilateral sobre el programa nuclear de la República Islámica de Irán. Retomo el asunto en una coyuntura en la que (casi) todo parece indicar que el tan anhelado acuerdo inicial está al alcance de la mano para finales de marzo, lo que permitiría fijar las bases definitivas de un entendimiento sólido y duradero hacia finales de junio. Este acuerdo permitiría, por una parte, que Irán lleve adelante –como es derecho de todos los estados parte del Tratado de No Proliferación– un programa nuclear para fines pacíficos: tanto generación de energía eléctrica, como usos agrícolas y medicinales, entre otras aplicaciones no bélicas de la tecnología nuclear. Por otra, ofrecería seguridades suficientes –bien definidas, sujetas a las garantías y salvaguardas de la Agencia Internacional de Energía Atómica y abiertas a la revisión y comprobación, intrusiva y sin notificación previa, por la propia agencia– que clausurarían más allá de toda duda razonable situaciones que provocaron justificada inquietud en la comunidad internacional ante posibles desviaciones hacia usos militares que, por cierto, fueron pasadas por alto en la era del shahinshah Reza Pahlevi, de deplorable memoria. En tercer lugar, daría fin, mediante una solución diplomática, a una de las más graves amenazas a la paz y la seguridad internacionales, exacerbada un tanto deliberadamente en los últimos años. Infelizmente, en las últimas semanas, conforme se fortalecía la probabilidad de un acuerdo entre Irán y el G5+1 (sigla que identifica a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU plus Alemania), se exacerbó, hasta la paranoia, el rechazo del gobierno de Netanyahu a todo –literalmente a todo– acuerdo entre el G5+1 e Irán. Este es el elemento que ahora ensombrece y podría arruinar la perspectiva de entendimiento diplomático multilateral más importante y promisoria en largo tiempo.
Uno de los últimos pasos para asegurar el acuerdo inicial antes del 31 de marzo se dio el domingo 22 en un encuentro en Heathrow, el aeropuerto londinense, del secretario de Estado Kerry, con sus contrapartes de Alemania, Francia y Reino Unido y la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores –tras conversaciones al teléfono de Kerry con sus colegas de China y Rusia–. La consulta tuvo por objeto disipar un obstáculo menor, de última hora: el temor –expresado en un tuit del embajador francés en Washington– de que fijar el límite de 31 marzo es una mala táctica, que nos fuerza a nosotros mismos para acordar de cualquier modo
( The New York Times, 23/3/15). Hay algunos temas importantes por resolver antes de esa fecha y son bien conocidos. El crucial es convenir en una secuencia paralela de dos procesos: el desmantelamiento de equipos nucleares iraníes, como las centrífugas para enriquecimiento de uranio, por una parte, y por otra, el levantamiento de las sanciones estadunidenses, europeas y de Naciones Unidas, como eliminar el congelamiento de activos financieros iraníes en bancos occidentales y la prohibición de operaciones financieras con la república islámica, así como permitir la regularización de las compras de petróleo de Irán por cualquier importador interesado. Tras las conversaciones, señala la nota citada, Kerry precisó: “No hemos llegado a la meta, pero –no nos equivoquemos– estamos ante la oportunidad de concluir esto en forma adecuada”.
El acuerdo nuclear con Irán enfrenta a dos principales adversarios, ambos, según parece, al borde de la paranoia: una facción recalcitrante en el Congreso de Estados Unidos y el primer ministro de Israel, que acaba de ser relegido tras la más desaforada (pero efectiva) campaña de terrorismo electoral. El líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes estadunidense, John Bohener, se permitió invitar al jefe de gobierno israelí –entonces en campaña electoral– a indoctrinar a los legisladores en Washington. Éste aceptó gustoso, a pesar de que Obama objetó con claridad el insólito precedente de un jefe de gobierno extranjero que traslada su campaña electoral a la tribuna del Capitolio. Para añadir insulto al agravio, un cierto número de senadores estadunidenses envió una comunicación al gobierno de Irán advirtiendo que cualquier acuerdo alcanzado con Obama sería invalidado por el Congreso y un nuevo presidente. Si, por desgracia, no se alcanza el acuerdo inicial para el 31 de marzo, la fracción recalcitrante del Congreso de Estados Unidos puede verse alentada a imponer nuevas sanciones unilaterales a Irán, con lo que se arruinaría toda posibilidad de entendimiento.
Las 48 horas previas a la jornada electoral y el día mismo de los comicios en Israel, el martes 17 de marzo, estuvieron dominados por una frenética campaña de terror de parte de Netanyahu, que llegaba a la votación con cierta desventaja. En este último tramo, el primer ministro dejó de lado su anterior obsesiva insistencia en la amenaza de Irán
, al constatar que, para movilizar a los votantes por medio del miedo, necesitaba eslóganes verosímiles. Una primera vuelta de tuerca consistió en declarar que, de ser elegido, durante su periodo de gobierno no consentiría el establecimiento de un Estado palestino bajo ninguna circunstancia. No le importó echar por la borda decenios de esfuerzos diplomáticos basados en el concepto de dos estados y, por cierto, buen número de declaraciones propias, de dientes hacia fuera, en las que aceptaba tal enfoque. Implicó también, hablando desde uno de ellos, la multiplicación de asentamientos israelíes en territorios palestinos ocupados. Quiso ganarse así, y parece haberlo logrado, el apoyo de facciones ultranacionalistas que hubiesen elegido otra de las múltiples opciones que tuvo ante sí el electorado israelí o se hubiesen quedado en casa. De manera aún más vergonzosa (y quizá ilegal) divulgó, el día mismo de la elección, un video en el que denunciaba que los ciudadanos árabes israelíes estaban siendo llevados a votar en forma multitudinaria, lo que ponía en peligro a su gobierno. Aterrorizó así a votantes que quizá pensaban abstenerse o elegir opción diferente. Como señaló un comentarista, Netanyahu alcanzó una victoria sobre tierra arrasada.
El repudio generalizado a las prácticas utilizadas resta toda credibilidad a las exageradas denuncias de Netanyahu sobre el acuerdo Irán-G5+1, que aún ofrece una promisoria perspectiva.