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Pasado, presente y futuro José Alberto Velázquez Cruz Docente de la Escuela Preparatoria 1, de Ocozocoautla, Chiapas. Estudiante de la maestría Medio Ambiente: Dinámica de Territorios y Sociedades, en el Museo Nacional de Historia Natural de París, Francia [email protected] La agricultura y las ciudades. La historia de la humanidad cambió radicalmente a partir del desarrollo de la agricultura hace unos diez mil años. Los primeros grupos humanos capaces de producir sus alimentos a partir de la siembra de las semillas –que con el paso del tiempo irían perfeccionando por medio de un complejo sistema de selección para tener productos de buen sabor, de mayor duración en almacén, de mayor aporte energético y mejor resistencia a las enfermedades- desarrollaban a la par una forma de vida ligada a la tierra, un sistema cultural (lenguaje, vestimenta, ceremonias, construcción, educación) centrado en la agricultura como relación hombre-naturaleza. Podemos observar ejemplos de esta relación tan estrecha en las civilizaciones de la antigüedad de todos los continentes. Cada pueblo ha tenido una historia diferente en cuanto al uso de la tierra, las técnicas agrícolas, las plantas y los animales seleccionados para alimentarse y la calendarización de las siembras y cosechas según las latitudes geográficas. A pesar de estas diferencias, la agricultura –posesión de la tierra y derecho a la producción alimentaria- ha sido un tema de fondo en los movimientos sociales y las luchas históricas más emblemáticas de la humanidad. Detrás de cada uno de nosotros hay más de un ancestro agricultor, y no tenemos que ir muchas generaciones atrás para valorar la herencia cultural ligada al campo. La historia de la modernidad y el sistema económico actual basado en el consumo de bienes y servicios tiene sus raíces relativamente recientes. Durante ese devenir histórico de los tres siglos recientes, el campesino ha perdido su papel central para abrir paso a nuevos roles sociales que la sociedad moderna demanda. Durante el siglo XVII se construirían las bases filosóficas y científicas que abrirían paso a la nueva tecnología para el desarrollo de los grandes polos de población de la modernidad –las ciudades-pasando claramente por una reestructuración de la organización económica, geográfica, social y cultural después de la Revolución de 1789, y se concretizarían en el siglo XVIII y XIX con la mecánica como fundamento del modelo de sociedad industrial europea; ese modelo, que posteriormente sería reproducido en las sociedades de los demás continentes, tiene su expresión máxima del desarrollo en las ciudades. Estos centros de población integran bienestar económico, organización política, arquitectura, sistema educativo, medios de comunicación, sistemas de mercado, desarrollo de tecnología, producción industrial, y por otro lado la pérdida de la subjetividad humana en un ambiente que abre paso al individualismo citadino, un sujeto calculador, objetivo, que por vivir en las sedes de mercado trabaja para satisfacer sus necesidades en ese mismo ámbito que mercantiliza todas las cosas. La tendencia a la urbanización está al alza: hoy 54 por ciento de la población mundial vive en las ciudades. La crisis económica. La población mundial ha llegado a poco más de siete mil millones de personas, de las cuales una de cada siete vive con menos de un dólar al día. Sobre las desigualdades económicas que agudizan la pobreza en el mundo, un reporte reciente de Oxfam sostiene que para 2014, el uno por ciento de los más ricos ostentaba ya el 48 por ciento de la riqueza mundial, dejando el 52 por ciento de la riqueza restante para el 99 por ciento de la población mundial. En esta sociedad mercantilista, en la cual es necesario comprar los alimentos para sobrevivir, el problema de la pobreza se agudiza por al desempleo y los bajos ingresos económicos familiares. Mientras tanto, las grandes corporaciones aumentan sus ganancias de manera sorprendente. Según un informe del grupo ETC, en 2007 los ingresos de Walmart fueron más altos que el PIB de Grecia o el de Dinamarca y las ganancias de British Petroleum excedieron el PIB de Sudáfrica. Por otro lado, la producción de alimentos se encuentra en manos de unas cuantas agroindustrias. Las semillas, que tradicionalmente se conservaban de generación en generación por los campesinos del mundo, son ahora comercializadas. Existen diez compañías mundiales que acaparan 82 por ciento del mercado global de semillas de propiedad, entre las cuales destacan las estadounidenses Monsanto, DuPont y Land O’ Lakes; la suiza Syngenta; la francesa Groupe Limagrain, y la alemana KWS AG. La distribución no equitativa de alimentos en el mundo es en parte responsable de que un habitante por cada ocho (870 millones) sufra de desnutrición crónica, según datos de 2012 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Así, resulta inadmisible que en el planeta 54 por ciento de los alimentos sean desechados durante las fases de producción y de conservación después de la cosecha, y el 46 por ciento se deseche durante la transformación, distribución y el consumo. La crisis alimentaria y económica son sólo una parte de lo que Morin ha llamado crisis civilizatoria y Wallerstein crisis del sistema-mundo, que trasciende todos los ámbitos de la sociedad moderna: educación, cultura, política y democracia, y de las relaciones humanas en la sociedad. En ese contexto, será importante rescatar parte de nuestras historias, aquellas que nos permitan afrontar la crisis, y en particular el acceso a los alimentos. Producción en tiempos de crisis. ¿Es posible afrontar la crisis económica y alimentaria como ciudadanos, como habitantes de las grandes ciudades? Durante la crisis española de 2009, la sociedad de aquel país salió a tomar las calles para demandar sus derechos laborales que les permitieran vivir de manera digna, para afrontar la pérdida de empleos provocada por los altibajos de la economía del país ibérico. Es importante destacar la organización social que parte de la colaboración y distribución colectiva del trabajo para desarrollar una agricultura de barrios o de colonias de Sevilla, que fomenta de alguna manera la resistencia a la crisis y la solidaridad entre las personas, que puede llevar a los gobiernos locales a retomar el modelo de producción urbana como alternativa al estancamiento del desarrollo económico y social. Otra posibilidad de la producción en tiempos de crisis se encuentra en los datches soviéticos, punto de encuentro de saberes y de convivencia entre las familias con fines no sólo de producción alimentaria, sino además con objetivos terapéuticos y estéticos de dimensiones enormes. Hablar de cuatro millones de parcelas de entre 300 y mil metros cuadrados cada una es referirse a un potencial productivo de grandes proporciones, que habría de permitir la sobrevivencia a las grandes crisis provocadas por las guerras a principios y mediados del siglo pasado en la antigua Unión Soviética (URSS). Más ejemplos de cómo la organización urbana permite hacer frente a la crisis los encontramos en América Latina. En el caso particular de Cuba, que después de la caída de la URSS y sometido al bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, tuvo que buscar alternativas para la satisfacción de la alimentación de su población. A finales de los años 90’s montó un ambicioso programa de recate de variedades nativas de plantas comestibles, y de innovación en técnicas de producción agroecológica en las ciudades para poder producir los alimentos de la población. Actualmente, Cuba es uno de los países de América Latina que desarrolla nuevas técnicas de manejo agroecológico de los cultivos. Agricultura urbana en México. En México existen 145 millones de hectáreas que se utilizan en las actividades agropecuarias (73 por ciento de un territorio total de 198 millones de hectáreas). La agricultura sigue siendo una actividad fundamental en el medio rural, según la FAO. ¿Cuántos mexicanos viven en las zonas rurales? De acuerdo con la FAO, uno de cada cuatro mexicanos vive en pequeñas localidades rurales dispersas de menos de 25 mil habitantes (aproximadamente 24 millones de mexicanos). Sin embargo, 98 por ciento de las localidades tienen menos de dos mil 500 habitantes; es decir, la mayoría de las poblaciones son de tipo rural. Existen dos mil poblaciones urbanas en el país que se han desarrollado a partir de un contexto campesino, rural y que poseen un potencial de saberes y prácticas relacionadas con la producción de alimentos que pueden ser aprovechados para generar proyectos de agricultura urbana. La historia de la agricultura en México se remonta a más de ocho mil años. El país es centro de origen de numerosas variedades de especies como maíz, tomate, aguacate, chile y cacao. Estas especies se desarrollaron como resultado de la interacción hombre-naturaleza mediada por la cultura de las poblaciones del México antiguo. Es posible encontrar en nuestros días sistemas productivos antiguos en ciudades como el Distrito Federal. Por ejemplo, el sistema de producción de chinampas. Muchas de las ciudades del país tuvieron su origen en pequeñas localidades rurales, cuyos habitantes trabajaban el campo. Poco a poco adoptaron el modelo de desarrollo urbano y crearon servicios públicos para los ciudadanos, los habitantes dejaron las labores del campo para trabajar como servidores públicos u obreros. Sin embargo, los conocimientos campesinos se conservaron en algunas familias. De tal forma que es posible observar cómo en algunas familias se siembran plantas comestibles como chayotes, cilantro, perejil, rábano, chile, cebollines y acelgas; también plantas medicinales como romero, manzanilla e hinojo. En casos particulares, principalmente en las colonias de las periferias urbanas, es posible ver familias que crían aves de traspatio: guajolotes y gallinas, y en algunos casos conejos, como en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas En la actualidad, la crisis económica y agrícola que se vive en México ha generado la organización de un sector de la sociedad, principalmente jóvenes citadinos preocupados por la salud, por la soberanía alimentaria y por el medio ambiente. Algunos han decidido comenzar proyectos de agricultura biológica ligados a las comunidades rurales, fuera de las ciudades; otros han quedado en las ciudades e impulsan pequeñas redes de producción urbana y comienzan a generarse círculos de consumidores responsables. En general existe la tendencia de retomar el conocimiento ancestral de los pueblos campesino y aprender de ellos para afrontar la crisis de alimentos y de la economía nacional. Es precisamente esta idea de soberanía alimentaria la que es vista como eje fundamental del trabajo de colectivos que se inician en la producción urbana. La soberanía vista como el derecho de todas las naciones a mantener y desarrollar su propia capacidad de producir alimentos básicos respetando la diversidad cultural y productiva. Conclusión. El presente nos habla del potencial productivo de alimentos, tanto en el ámbito rural como en el urbano, en un contexto de crisis mundial en los diversos componentes de la civilización postindustrial: educativo, económico, político, cultural, social, ambiental. El pasado de todos los pueblos del mundo, de todos los continentes está aquí, como herencia cultural y de saberes, de conocimientos que se transmiten de generación en generación, sea por escrito o de manera oral. Venimos de una historia ligada a la tierra, de una relación profunda hombre-naturaleza, de una historia milenaria que no debemos olvidar. En ese diálogo pasado-presente es donde podemos encontrar las alternativas a la crisis en la distribución y producción de alimentos. La producción urbana deberá sustentarse en una nueva relación entre los ciudadanos, una relación de cooperación, colaborativa, de compartir el trabajo y la producción, de generar alternativas económicas y de consumo; se necesita una nueva pedagogía, quizás, para retroalimentarse de los saberes campesinos, ahora marginados, un tanto olvidados. Cada región del mundo tiene sus particularidades, sus matices y sus dificultades que habrán de generar innovaciones en las prácticas y en las teorías. Los problemas a enfrentar pueden ser difíciles en algunas regiones: el problema de la contaminación de los suelos y del agua, el combate a los monopolios de semillas, la dificultad para salvaguardar la biodiversidad local, la pérdida de saberes locales, la desvinculación entre la ciencia y el saber del pueblo. Hay quienes prefieren abandonar las ciudades, pero si habremos de quedar en ellas deberemos al menos imaginarlas diferentes, y construir en ellas otras formas de vida.
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