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La caravana de Joseph Sorrentino Al igual que millones de centroamericanos, José Luis Hernández Cruz no pudo encontrar un trabajo bien pagado en Honduras, por lo que decidió enfilar hacia Estados Unidos (EU). “Para los centroamericanos, la Unión Americana es como la tierra prometida”, dice. Su única oportunidad de entrar allá era llegar por México y cruzar la frontera norte de manera ilegal. Su primer viaje, en 2004, terminó cuando fue sorprendido por Inmigración en Ixtepec, Oaxaca, y fue deportado. Un año después, él estaba dispuesto a hacer otro intento, una vez más viajó en el tren que llaman La Bestia. En ese viaje, se enteró de lo peligroso que eso podía resultar. Cerca de 400 mil centroamericanos entran a México cada año, la mayoría con la esperanza de llegar a EU. Durante años han podido ser vistos montados en la parte superior de un ferrocarril de carga que va a gran velocidad atravesando México. Al tren se le denomina muy adecuadamente La Bestia; los migrantes son atacados por pandillas, secuestrados por narcos, robados por la policía, y la violación de mujeres registra tasas alarmantes. Cruz casi llegó a la frontera con Estados Unidos en su segundo viaje cuando ocurrió el desastre. “Fue en Delicias”, dice. Delicias está a unos 300 kilómetros de la frontera. “Tuve hambre, sed, cansancio. Debí haberme desmayado y caí del tren”. El ferrocarril le pasó por encima y perdió su pierna y brazo derechos y parte de la mano izquierda. Es un milagro que haya sobrevivido. “Alguien de la Cruz Roja conducía por allí. Ellos me encontraron y me llevaron al hospital”, dice. Después de pasar dos años en tres hospitales diferentes en México, fue deportado a Honduras. Ahora, él y otros 16 hondureños mutilados por La Bestia atraviesan México en La Caravana de los Mutilados. La caravana salió de Honduras el 24 de febrero, hizo paradas en los albergues para migrantes en Tapachula, Chiapas, e Ixtepec, antes de llegar a Distrito Federal el 5 de marzo. Los hombres (y es que todos son hombres) viajan en autobuses, y pagan por ello con dinero que les dieron sus familiares y amigos y con donaciones de extraños. Hay varias razones para la caravana. “La gente necesita saber acerca de nosotros”, dice Adam Escobar Ceballos, quien perdió su pierna izquierda a causa del tren, “saber acerca de lo que puede pasar en La Bestia”. Los hombres, todos, dicen que el gobierno hondureño no hace nada para ayudarlos y esperan que la caravana ejerza presión y finalmente haga algo. Uno de los principales objetivos de la caravana es llegar a Washington, DC. “Queremos ver a Obama para que conozca la pesadilla que los inmigrantes enfrentan”, dice Cruz; “queremos pedirle que ayude a generar puestos de trabajo en Honduras para que podamos detener la migración”. La razón por la que muchas personas emigran es simple: hay pocas esperanzas para ellas en Honduras. “Hice una investigación de los jóvenes en Honduras; ellos creen que no tienen opciones”, dice Olivia Domínguez Prieto, profesora en el Instituto Politécnico Nacional, quien ha acompañado a la caravana aquí en el Distrito Federal. “Muchos se unen al crimen organizado… no pueden ir a la universidad, no hay trabajo, o si lo hay es con salarios muy bajos”. Así que, literalmente, se juegan la vida por una oportunidad de algo mejor. Un sábado por la tarde, la caravana estuvo presente en el Zócalo, con carteles que describen su situación. Recogieron algunas donaciones, conversaron con personas que se detuvieron. “En Honduras, el único lugar para nosotros es el cementerio”, dice Norman Saúl Varela, quien sostuvo en alto un letrero que rezaba: “Somos hondureños en busca de respeto de nuestros derechos”. Trabajó como carpintero antes de perder una pierna a causa de La Bestia y, como la mayoría de los otros en la caravana, la lesión lo dejó incapacitado para trabajar. “Somos como fantasmas en nuestro país; nadie puede vernos”. La esperanza es que la caravana al menos los haga visibles. Y con eso, tal vez van a recibir un poco de ayuda.
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