l célebre autor de El Quijote de la Mancha y su esposa, Catalina de Salazar y Palacios, fueron enterrados junto con otras 15 personas en un nicho del convento de las Trinitarias de Madrid, en el cual, casi 400 años después de su muerte, se identificaron los restos óseos. Después de siete meses de excavaciones, el grupo de forenses y antropólogos que entre los escombros y huesos encontrados en la tumba, que tenía las iniciales M.C.
, hay algunos que pertenecieron al escritor, si bien no hay pruebas de ADN que lo certifiquen sin lugar a dudas” (Portada de La Jornada, Armando G, Tejeda, 18/3/2015).
Al margen de que sean los restos de don Miguel de Cervantes, lo indiscutible es que el caballero de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, su obra monumental Don Quijote sigue vigente. Tan moderna que al leerse renace una y otra vez, ya que cada lectura está abierta a múltiples significaciones, en constante movimiento en el espacio-tiempo, donde el orden temporal de aparición no se corresponde a su tiempo interno, en múltiples juegos entre la ocultación y el develamiento, en ruptura con la relación causa-efecto.
El Quijote sería la articulación de los tiempos que al desarticularse generan lo imprevisto, lo sorpresivo, lo enigmático, el azar, la crítica radical a la construcción conceptual del sujeto en occidente y la aceptación del funcionamiento de la conciencia, de la historia y la razón discursiva. Por tanto, una denuncia activa del logofonocentrismo occidental derivado de la metafísica tradicional que pugna por encasillar en la fijeza y la centralidad, y bajo la violencia del poder ejercido por la palabra, al sujeto y a las instituciones. Violencia de la palabra vía la imposición del habla que intenta ignorar y desterrar la escritura interna, la huella y el gesto.
Rechazado una y otra vez, en retaguardia; la oscura caverna siempre al centro donde al fin vencido, rechazado de la tierra, el viento y el sol, tiene que penetrar con la cabeza baja, en los márgenes, excluido y con el peso de la locura a cuestas; más grave y doliente que nunca. Y el tiempo que inexorablemente ofrece el presente es siempre ahora. Y si no es ahora no es nunca, es otra vez, sin el tiempo, la muerte, que no es un más allá del tiempo. En la cuerda del tiempo se balancea el ser, pero no hay cuerda ni tiempo, exclusivamente movimiento del ser humano desde adentro y desde afuera escribiéndolo, poetizando, filosofando, deambulando, resucitando en el mundo por el laberinto y sus ficciones.
Resurrección esta semana en el despido de Carmen Aristegui de MVS, punto donde la genialidad de Cervantes aflora una vez más y lo que se juega, además del lugar de la mujer, es la oposición centro/margen, lo que se traduce en la constante necesidad de desenmascarar la ilusión de unidad, asunto crucial en el ser, donde habría coincidencias entre Freud, Cervantes y Derrida. (Cueli J.Entre el delirio y el sueño, editorial La Jornada 2012, página 107).