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¿Mecenas o sponsors?
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urante siglos pasados existíeron los mecenas. Palabra en vías de desaparición, sustituida por el término de origen inglés, sponsor, ese apoyo que dan a los creadores, artistas o investigadores científicos, ahora, fundaciones u organismos culturales, dependientes de un Estado democrático que tiene los medios económicos, el cual busca a veces mediatizar a los creadores, o de una dictatura más o menos velada que busca, ante todo, controlar la inteligencia de la nación para evitar desviaciones a su autoritarismo o asomos de un pensamiento distinto. En ambos casos, las decisiones son tomadas por un grupo de gente sin nombre, la especie de expertos de todo tipo en vías de multiplicación. Especialistas también de la comunicación, quienes se especializan, sobre todo, en la continuidad de una política correcta o de fidelidad a una ideología impuesta por la fuerza del conformismo universal, nueva forma perfecta y suave del lavado de cerebros. Cuando no se sigue el ejemplo de la difunta Unión Soviética, donde se reclutaban artistas como obreros a la manera de Stakhamov, quien era el ejemplo a seguir repitiendo en forma incesante el mismo gesto manual de gran trabajador exaltado por el sistema comunista de Stalin.

Los mecenas eran personas, individuos, quienes podían ser pontífices o monarcas, hombres poderosos o poseedores de fortunas de importancia mundial: Médicis o François I. Era una persona quien escogía al dichoso elegido, cuya obra era reconocida por él. El artista no debía, pues, llenar expedientes, acumular datos, diplomas, contar su trayectoria, sus proyectos, indicar el tiempo calculado para llevar a cabo una creación imposible de calcular con un calendario adecuado a trabajos más mecánicos, o menos imaginativos. En fin, el artista, si quiere obtener esa ayuda, beca, apoyo o asistencia, debe contar su vida en los términos deshumanizados de un currículum vitae, sus éxitos en número de premios, honores, medallas de chocolate, sus sueños y aspiraciones de infinito en términos propios al candidato de un puesto burocrático.

La cuestión es hoy la siguiente: ¿el creador debe convenir a los planes y proyectos de la industria capitalista triunfante o bien a la humilde energía del único orgullo legítimo: el de la creatividad? La cuestión no hallará respuesta ni en este artículo de prensa ni en libro alguno publicado actualmente. Así pues, la pregunta es una buena pregunta, puesto que no encuentra respuesta.

Si el origen de la palabra mecenas remonta a la antiguedad romana, cuando un ministro de Augusto poseedor de una fabulosa fortuna, de nombre latino Macenas, procuraba su apoyo financiero a los creadores en cuya obra apostaba, en la lengua francesa, aparece en 1873: ¡Sed mi mecenas! ¡Proteja las artes!, exclama Gustave Flaubert.

Asimismo, a finales del XIX, Octave Mirbeau, aparte de consagrarse a la escritura de su obra, realizada con excelencia, como puede admirarse en Le Jardin des Suplices, rico y generoso, protege a pintores de quienes adquiere su obras –entre ellos Van Gogh.

Es el caso de Jacques Tomasini. Cirujano durante casi medio siglo, Tomasini siempre quiso pintar. Lo hace ahora con maestría como pudimos admirar en una exposición reciente. Bellefroid le hizo un texto sobre la naturaleza viva de su pintura frente a la naturaleza muerta. Ese mismo Tomasini, en vez de ocuparse en forma exclusiva de su obra, protege ahora a Thiery Emile Cerles. Tiene razón. Su obra lo merece. La exposición fue titulada Rêve de Rivage. Bellefroid hizo un texto enigmático sobre las vocales de colores de Rimbaud en la pintura de Cercles, al preguntarse qué se dicen estas vocales enfrentadas en sus cuadros: la obra de un pintor no hace sino sumirse en un enigma cada vez más profundo.

Durante la inauguración en el lugar donde Tomasini expuso y lleva ahora a Cercles, improvisaron en sus guitarras composiciones musicales dos jóvenes dotados: Pablo y Antoine, otros dos descubrimientos esa noche.

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