stados Unidos, cínicamente, prepara una enésima aventura político-militar, en este caso contra Venezuela. Es ridículo que ésta (o cualquier otro país latinoamericano) pueda constituir una amenaza a la seguridad de la primera potencia mundial y justifique una emergencia nacional. La supuesta fundamentación de esta medida –existencia de presos políticos, restricciones a la libertad de prensa, corrupción de funcionarios– es igualmente aberrante, además de prepotente y violadora de las leyes de gentes y de los principios de Naciones Unidas. La corrupción es amplia y existe, pero no es cualitativamente diferente de la existente en los países súbditos de Estados Unidos, como México, y es una plaga que los venezolanos mismos pueden y deben resolver. En cuanto a los supuestos presos políticos, están encarcelados por golpistas o terroristas o por actos delincuenciales probados, y además la oposición antichavista controla la mayoría de los diarios y emisoras existentes en el país y difunde las mentiras que quiere.
Obama recuerda la fábula de La Fontaine sobre el lobo y el cordero en la que la fiera, que bebía aguas arriba del cordero y quería comérselo, lo acusó de enturbiarle el agua y, ante los argumentos lógicos de su víctima, respondió: si no eras tú, fue tu abuelo!
, y se abalanzó sobre él.
La amenaza a Venezuela forma parte de la misma ofensiva que afecta al gobierno brasileño de Dilma Rousseff y al de Cristina Fernández, en Argentina. Venezuela, Brasil y Argentina son el pilar del Mercosur y de la Unasur que Washington desea destruir porque tienen una política diferenciada de la del Departamento de Estado. Estados Unidos necesita limpiar y poner orden
en su patio trasero (es decir, derribar los gobiernos que no sean, como el de México, agentes serviles aunque tengan políticas capitalistas muy moderadas) para encarar con las espaldas libres la preparación del enfrentamiento bélico contra Rusia y China.
La recuperación de la economía estadounidense es débil, frágil, y está amenazada por el aumento de la crisis racial y social. La Unión Europea, por su parte, sufre los efectos del aumento del dólar, que sólo a más largo plazo favorecerá las exportaciones alemanas, inglesas y francesas pero aumentará la crisis social en los países meridionales. El retorno a Estados Unidos de las divisas antes dedicadas a la especulación con el petróleo o las materias primas arroja gasolina sobre el fuego en los países que exportan dichos productos (como las monarquías árabes, los BRICS, los países emergentes
). Eso, mientras Washington fue derrotado en Irak, no consigue nada en Siria, Libia, Afganistán y Ucrania y pierde poco a poco su hegemonía (que aún conserva, sobre todo en el plano militar).
Aunque el capitalismo no está amenazado por una revolución socialista en ninguna parte del mundo, sí lo está en cambio por los movimientos nacionales en defensa de la soberanía nacional, estén o no cubiertos por velos raciales o religiosos, a los que califica de terroristas cuando el terrorista real es quien invade, bombardea, amenaza, sabotea y mata masivamente desde hace décadas. Washington, sobre todo, teme los efectos que podría tener sobre la decisión y la visión política de las grandes masas una catástrofe mundial mayor (bélica o ecológica) provocada por el lucro de los monopolios a costa de todos y de todo.
Ese es el sentido de la amenaza contra Venezuela: preparar un posible bloqueo naval, o bombardeos, o una invasión de mercenarios desde Colombia… si una rápida contraofensiva diplomática de los países de la región y un apoyo a Caracas desde Rusia o Pekín no le dificulta la tarea.
Maduro no es Chávez, que tenía mayor sensibilidad y apertura a los trabajadores. Es torpe, pretende luchar contra la derecha extrema con el aparato y las instituciones, no enfrenta a la burocracia y ve a obreros y campesinos como simple infantería, que para él pesa mucho menos que los mandos militares, educados en un pensamiento verticalista y conservador, de los que depende. Aparte de sus delirios con los pajaritos, llevado por la verborragia no sabe medir las consecuencias de sus palabras y regala así pretextos y armas a los enemigos del proceso venezolano. Su cesarismo, al mismo tiempo, le aleja amigos en una izquierda que no sabe distinguir entre un proceso social de cambio, confuso e inédito, y la dirección transitoria del mismo y es, por lo tanto, chavista acrítica o antichavista ciega ante el hecho de que el imperialismo ataca a Venezuela por temor al contagio a otros países sudamericanos de las experiencias de autorganización popular venezolanas y no por las torpezas de Maduro.
Casi la mitad de los electores venezolanos no son chavistas, y en ese sector sólo un grupo es proimperialista y fascista. Cuando Maduro acusa a toda la oposición de terrorismo y de servir a Estados Unidos en realidad la une, cuando lo elemental es separar los simplemente atrasados o conservadores de los explotadores y agentes de la CIA.
Pero los pueblos no se deben dejar engañar. Los enemigos de Washington no son los gobiernos progresistas
(Maduro, Fernández, Rousseff), sino los sectores populares que éstos a la vez controlan, contienen, subordinan y utilizan como apoyo. La acción desestabilizadora de esos gobiernos busca hacer retroceder aún más a los trabajadores y sus conquistas para tener las manos libres para aumentar la explotación y las ganancias. La amenaza no va contra Maduro, sino contra el nivel de conciencia y de organización logrado desde hace años en algunos países a los que se quiere imponer una situación y un gobierno del tipo mexicano. Es una amenaza contra todos y además forma parte de un plan salvaje que desemboca en una terrible guerra para la cual desde hace rato se prepara Estados Unidos.
Debemos oponer un fuerte frente a los intentos destructivos de Estados Unidos. Los que, como el gobierno uruguayo y su vicepresidente Raúl Sendic, creen que sacarán provecho de su vergonzoso papel de lamebotas, deben ser repudiados porque ayudan a los modernos esclavizadores.